“La igualdad del matrimonio es un problema de derechos humanos”
Julianne Moore no teme la intensidad ni calla sus convicciones. Interpreta la elegancia como un símbolo intemporal. Cuando actúa, busca historias auténticas
Precedida por su leyenda, esa que dibuja a una actriz con carácter y habla de cómo su atrevimiento le valió un papel en Vidas cruzadas, cuando le dijo a Robert Altman que no le importaba hacer un desnudo de cintura para abajo porque era pelirroja natural –una anécdota relatada por el director que ella matizó el año pasado en The New Yorker–, Julianne Moore no teme la intensidad. Ganó el Oscar en 2015 por su papel de enferma de alzhéimer en Siempre Alice y el 6 de mayo estrena en España Freeheld. Un amor incondicional, basada en la vida de Laurel Hester, una policía lesbiana de Nueva Jersey enferma de cáncer que luchó para que su pareja tuviera derecho a una pensión tras su muerte. Asegura que lo que le interesa de su profesión es «indagar en el comportamiento humano». Por eso decidió hacerse actriz. Tenía 18 años, había pasado por nueve colegios y vivido en distintas localidades de EE UU, desde Carolina del Norte (donde nació hace 55 años) hasta Alaska, y también en Panamá y Fráncfort. Su padre era militar y su familia –su mujer Anne, Julianne y sus dos hermanos, Peter y Valerie– lo siguió de destino en destino.
«Desde niña aprendí que lo que llevas puesto puede ser una forma de reivindicar que perteneces a cierta comunidad. Me di cuenta de eso gracias a mis viajes alrededor del mundo. Tu ropa refleja la cultura en la que estás viviendo», reflexiona la actriz. De ahí que antes de enfrentarse a un personaje se sumerja en su armario para conocer sus manías, si prefiere los tacones a los zapatos planos, o cuáles son sus colores favoritos. «Cuando estoy preparando un papel, confío con fuerza en su guardarropa para contar la historia del personaje. La indumentaria tiene un sentido, es una forma de decirle al mundo quién eres o quién te gustaría ser. Es un idioma en sí mismo».
Enfundada en un traje de seda blanca con tirantes de terciopelo que Giorgio Armani ha diseñado a medida para ella, Moore habla el idioma de la elegancia. Es 14 de febrero, tea time en Londres, y en el salón del hotel Corinthia las parejas celebran San Valentín entre pastelitos. A ella no la acompaña su marido, el director Bart Freundlich. Está rodeada por un séquito que se asegura de que lucirá perfecta al pisar la Royal Opera House, donde se entregan los Bafta (los premios de la Academia Británica de las Artes Cinematográficas y de la Televisión). Este año no está nominada, pero se erige como ganadora de la alfombra roja, un terreno en el que se siente segura: «Elijo mis estilismos reflexionando primero qué es lo apropiado para cada evento. Entonces mis pensamientos se dirigen a pensar en qué diseñador me gustaría que me vista».
Para el pasado Festival de Cannes también eligió al maestro italiano. «Son eventos llenos de glamour que requieren vestidos de noche de alto impacto. Y sabía que él los crearía», explica. Le gusta la alta costura, su preciosismo: «El señor Armani fue muy generoso, me envió unos magníficos bocetos y pude elegir entre varias opciones. Los vestidos están hechos al detalle y sientan a la perfección. Es un honor lucir prendas que han sido confeccionadas con tanto cuidado y de forma artística. Adoro la moda, y nunca me imaginé que tendría tantas oportunidades de formar parte de este mundo».
Una carrera de historias necesarias. A Moore le gustan las palabras. Además de actuar, escribe libros infantiles. La lectura, reconoce, fue su refugio de niña. «Mi serie Freckleface Strawberry sigue dando frutos. Ahora voy a acercarme a los primeros lectores con la publicación de tres obras y un libro ilustrado que se lanzará este verano». Su protagonista es pecosa y pelirroja, como ella. Cuenta cómo se le caen los dientes y anima a superar los complejos. Sobre el papel no teme abordar temas personales, como hizo en My Mom is a Foreigner, But Not to Me (Mi madre es extranjera, pero no para mí), un cuento sobre integración y mestizaje dedicado a su progenitora, de origen escocés, que falleció en 2009 y a quien debe el pasaporte británico que obtuvo en 2013. «Me gusta ser mitad americana y mitad europea. Mi madre me enseñó a percibir el mundo a través de los ojos de ambas nacionalidades, y eso me encanta», asegura.
También da rienda suelta a sus palabras en Twitter. No calla sus convicciones. Está involucrada en iniciativas como el programa Let Girls Learn para la escolarización femenina, promovido por Michelle Obama, o Everytown Creative Council, un movimiento para prevenir la violencia por armas de fuego en EE UU. Allí, Freeheld se estrenó el año pasado, justo antes de que el Tribunal Supremo aprobara el matrimonio homosexual. Moore considera crucial contar estas historias: «Creo que la igualdad del matrimonio es un problema de derechos humanos. Todo el mundo merece tener un compañero y una familia y ser reconocidos como tales. Lo que Laurel hizo en el último año de su vida preparó el camino y cambió el destino de mucha gente».
Aunque de apariencia tranquila, la actriz es un torbellino creativo. Una frase de Flaubert –«Sé regular y ordenado en tu vida de modo que puedas ser violento y original en tu trabajo»– es su máxima. Conoció a Freundlich (con quien tiene dos hijos, Caleb y Ava, de 18 y 13 años) en el rodaje de Volviendo a casa. En una entrevista, él recordaba que lo que más le atrajo de Moore fue su «dualidad de carácter», que la ha ayudado a triunfar en el cine, una industria en la que no se volcó hasta los 30. Antes, se había centrado en las teleseries.
¿Le gusta la forma en que se ha desarrollado su carrera? Elige personajes con un alto contenido emocional, pero también ha aparecido en películas taquilleras como Los juegos del hambre. Ha ido evolucionando, creciendo, poco a poco. Estoy asombrada por el hecho de haber podido estar trabajando desde que dejé la universidad y me siento muy afortunada por poder continuar actuando, sin importar el medio en el que lo haga. Realmente me gusta lo que hago.
¿Qué desafíos plantea el futuro? Para mí, el reto ha sido y será encontrar historias que me exciten, e intentar transmitirlas tan auténticamente como sea posible.
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