Tres tipos de tontos de los que debes huir
La torpeza, la falta de control y el exceso de autoconfianza son los comportamientos que identificamos con la falta de inteligencia.
Un equipo de investigadores húngaros se han propuesto averiguar cuáles son los criterios que nos llevan a afirmar que alguien es tonto y si existe una clase de imbecilidad más frecuente que las demás. El resultado de sus análisis –relatos de errores épicos y entrevistas a 150 personas– asegura que, en efecto, la mayoría de nosotros identificamos con necedad tres conductas. Aunque solo una de estas categorías de estulticia universal ha sido corroborada por otros estudiosos de la escasez de luces.
El tonto despistado
Atrás quedaron los tiempos amables en los que un ser tirando a torpe pasaba por genio. Los mostrencos con lapsos de atención que provocan accidentes (esa gente que te tira el café, que te quema con su pitillo, que tropieza llevándose por delante tu cristalería) pertenecen a una categoría que según los investigadores todos reconocemos. Por citar a un miembro honorable de esta suerte de idiotez hablaremos del célebre Homer Simpson. Aunque la Bridget Jones que, involuntariamente, enseñaba el pandero en prime time podría considerarse una variedad auto lesiva bastante extendida.
El tonto fuera de control
Es el tonto-tonto. Esa persona que no tienen ningún tipo de control sobre sí misma y convierte en imperioso, urgente, vital cualquier deseo propio que le asalte. Una especie de obtuso a merced de sus impulsos que, además de no reparar en las consecuencias de sus actos, encuentra regocijo instantáneo en sus efectos negativos. Abundios radicales capaces de vender el coche para comprar gasolina y repetir su hazaña inversa una y otra vez.
El tonto que se cree muy listo
O, en palabras de los investigadores, quien sufre un desequilibrio palmario entre su autoconfianza y sus habilidades. Son los Donald Trump del mundo frente a los que se hayan topado (¿cómo no?) con ellos. Seres con exceso de autoconfianza que, según narra la investigación, pueden ir a robar un banco sin taparse la cara con la esperanza de que rociarse la cara con zumo de limón bastará para convertirse en invisible para las cámaras de seguridad. Eso es confiar en uno mismo y en sus posibilidades.
Del torpe y del descontrolado solo se puede decir que los investigadores enfatizan que no se trata tanto de verdadera incapacidad cognitiva como del catálogo de cuestiones que a diario juzgamos como pánfilas. Pero el último tonto esférico que menciona el estudio del profesor Azcel Balazs y sus colegas padecería el conocido como efecto Dunning-Kruger, un sesgo cognitivo, demostrado por dos psicólogos sociales en 1999, que revela lo que cualquiera que haya padecido a tonto que se cree muy listo ya sabe: un incompetente tiende a sobrestimar su propia habilidad, a ignorar su ineptitud y, lo que es más grotesco, a no reconocer la habilidad de otros.
Dunning y Kruger también afirmaron que, por el contrario, una persona competente tiende a asumir que su conocimiento es más o menos equivalente al del resto, incluso cuando es superior. Así que con estos mimbres es lógico que la teoría de Aaron James sobre los gilipollas (Assholes: a Theory) dé más información sobre el ser humano que Sócrates, Platón y Aristóteles juntos. El autor resume así el comportamiento de estos ejemplares que se encuentran entre el tonto y el listillo: se permiten de forma sistemática ventajas sobre los demás; creen que las merecen; y esa confianza los inmuniza contra la opinión ajena. Así que la combinación de estas tres conductas suele llevarlos al éxito relativo en un mundo que, con frecuencia, asemeja al inocente con el bobalicón.
Dice Woody Allen que si los seres humanos tuviésemos dos cerebros haríamos el doble de tonterías. Ahora la ciencia confirma que esas tonterías pueden ser, al menos, de tres tipos. Conviene recordarlo antes de actuar.
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