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¿Es posible organizar una boda feminista?

La respuesta corta es sí. La larga es que hacerlo supone un gran esfuerzo por parte de los implicados. Seguir estas claves te ayudará a conseguirlo.

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Marcos Sánchez

La desigualdad entre sexos es un hecho. Y aunque es innegable que la lucha que llevan a cabo cada día millones de personas da sus frutos, las mujeres siguen siendo maltratadas (en todos los aspectos), en una sociedad en la que el machismo está arraigado en cada aspecto de nuestras vidas. El sexismo se cuela por todos los rincones, no solo en esos espacios en los que sería fácil imaginarlo campar a sus anchas. Es en las otras esferas, esas que se tiñen de modernidad e igualdad, en donde hay que poner el foco: es probable que sea allí donde la desigualdad entre sexos se camufle mejor.

Uno de los bastiones del machismo es el matrimonio. Las implicaciones de este acto de antigüedad milenaria son de sobra conocidas. Desde pequeñas, las mujeres reciben mensajes –a través de narraciones para niños– que las representan como seres delicados y bellos. Cuando alcanzan la pubertad, las jóvenes saben que su único cometido será encontrar un príncipe azul que las proteja de los peligros que acechan fuera. Y aunque esta idea pueda resultar antigua e incluso inocentona, sigue arraigada en nuestras conciencias. La mayoría es capaz de diseccionarla y echarla abajo, pero una educación sentimental así, se traduce –sin poder evitarlo– en la forma en la que entendemos el amor y el compromiso.

Cuando en el año 2005 se aprobó en España el matrimonio entre personas del mismo sexo, algunos miembros del colectivo LGTBQ consideraron que casarse sería un acto incongruente con sus ideales. Una institución como el matrimonio se asienta en la tradición, y en la unión entre hombres y mujeres, así que lo más sensato pasaría por no querer formar parte de ello. Sin embargo, muchas parejas homosexuales sintieron que haciéndolo daban un paso adelante en su conquista por la igualdad de derechos. Pero, ¿qué ocurre cuando es una es una mujer heterosexual, que se declara feminista, la que siente el deseo de casarse?

El feminismo es un movimiento político que lucha contra las desigualdades entre hombres y mujeres, pero no establece un perfil ideal de comportamiento. En este mundo utópico, cada persona es libre de tomar sus propias decisiones. Por eso es posible ser feminista y querer maquillarse cada día o llevar tacones imposibles. Tampoco te invalida en este aspecto soñar con una boda al uso (o más actualizada); asimismo, es igual de lícito casarse de blanco que hacerlo con un mini vestido de color rojo carmín.

Aun así, obviar las connotaciones que implica una unión de este tipo sería tendencioso. En la ciudad de Stara Zagora, en el centro de Bulgaria, se organiza cada año un mercado para encontrar futura esposa. Las adolescentes de los pueblos cercanos se engalanan y se preparan para el gran día. Ellas y sus madres están expectantes. Lo que está en juego es vital: si las chicas consiguen gustarle a alguna familia rica, el resto de sus vidas serán más fáciles, sobre todo para sus familias. De no ser así, es probable que sigan viviendo en condiciones de extrema pobreza, y que la muchacha se quede soltera: lo peor que le podría pasar en una sociedad que solo valora a la mujer por su función reproductora y afectiva.

Aunque este es un caso aislado, resulta sencillo encontrar miles de ejemplos –no siempre tan palpables– sin necesidad de viajar tan lejos. La mayoría de los enlaces que se realizan en nuestro país llevan a cabo pequeñas tradiciones ancestrales que destilan un tufo machista. Para combatirlo, Katrina Majkut, la creadora de la web The Feminist Bride recomienda ser muy autoconsciente y prestar atención a cada detalle de la celebración, para poder llevar a cabo una boda feminista. Eso sí, reformando la institución matrimonial desde el primer momento: el de la proposición. Si es ella quien lo hace, ¿por qué no aprovechar para ponerle un anillo a él? Una buena opción podría ser llevarlo los dos, o ninguno. Con todo, su función es superflua, teniendo en cuenta que solo se luce durante un periodo de tiempo concreto. Y el dinero ahorrado puede dedicarse a otras funciones.

Una vez decidido, mejor eludir tradiciones machistas, como la que estipula que el novio debe ir a pedir la mano de su prometida. Actos de este tipo pierden su sentido en una comunidad que se considera avanzada; además, resulta inaceptable que a un adulto se le trate con esta condescendencia. Aun así, dentro de determinados círculos, las mujeres son juzgadas como niñas, indefensas e irresolutas, que no toman las riendas de su vida. Por eso conviene desterrar este tipo de hábitos, y optar por comunicar una decisión feliz para los contrayentes de manera natural (no pidiendo permiso).

Una vez prometidos, empieza la parte más complicada y estresante. Aunque puede que los novios se encuentren entre algodones, es necesario bajar una vez más al mundo real para poder ultimar todos los detalles. Esta planificación supone un gran esfuerzo, así que lo lógico es que la otra parte trabaje al mismo nivel, y no se desentienda de determinadas funciones por considerarse ocupaciones femeninas. Comportamientos así se refuerzan con la idea generalizada de que es a ella a quien le hace ilusión casarse. Sin embargo, organizar una boda supone una responsabilidad (y una gran alegría) para ambos.

Antes de que la familia de la novia cargue con la mayoría de los gastos del evento, es fundamental preguntarse el porqué de esta costumbre. La explicación se asienta en un posible favor que le estaría haciendo la familia del novio al aceptar casarse con ella, asumiendo que él la mantendrá de ahora en adelante. Pero, teniendo en cuenta que una boda es una fiesta que se organiza para celebrar el amor, y que no es una obligación, lo más sensato es que todos contribuyan a partes iguales. Y también los implicados.

Las despedidas de soltero son un asunto peliagudo. Marcar la diferencia es posible participando en fiestas en las que no haya solo personas del mismo sexo. De esta forma se destierran conceptos binarios que aseguran que los hombres y las mujeres deben separarse para pasárselo bien, y así poder liberar sus pasiones más primarias (sobre todo en el caso de ellos). Optar por planes que se escapan de lo establecido como irse un fin de semana de acampada, o pasar una tarde en el monte o en la playa son opciones baratas y que no implican esa distinción tan artificial en la que las mujeres se comportan como mujeres y los hombres como hombres.

El día de la boda, la novia suele llegar acompañada de su padre. Este acto, en principio indefenso, tiene unas connotaciones que no lo son tanto. Es el progenitor quien la entrega a ella: es decir, la mujer adulta (una vez más es considerada una niña) y se aleja del cuidado de su padre para caer en brazos de su marido. En ningún momento llega a ser una persona libre y segura de sí misma, y siempre está a expensas de un varón. Para acabar con este arquetipo, la novia puede entrar sola y con paso firme en la sala; reafirmándose en su propia decisión de pasar por el altar.

Una vez casados, mejor no lanzar el ramo de flores (en caso de que lo haya). Si en la boda hay chicas que no se han desposado o no tienen pensado hacerlo, es importante que no sientan que están siendo censuradas por ello. En el caso de los hombres, esta situación personal no supone un extra, pero la idea de mujer “solterona” sigue estando muy arraigada en nuestra sociedad. Y la mayoría de ellas se enfrentan a humillaciones de manera habitual.

Al salir de la ceremonia, mejor hacerlo por tu propio pie y no en brazos de la pareja. Estas costumbres, de nuevo, se sustentan en la idea de la propia indefensión e incapacidad femenina. También es posible que algunas personas se acerquen a la novia y asuman que después de la boda, el siguiente paso son los niños. Es entonces cuando una novia feminista debe dejar claro que esa es una decisión personal que además, de llevarse a cabo, será responsabilidad de dos personas. Con todo esto en mente, será más sencillo organizar una fiesta libre de tradiciones machistas. Eso sí, antes de tomar la decisión de casarse, es mejor asegurarse de que tu pareja también es feminista. Solo así será posible lograr una futura convivencia en igualdad de condiciones.

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