Enamorarse de un feo
El lado esperpéntico de la vida tiene su atractivo. Se observa en los distintos ámbitos culturales y sociales que apuestan por una estética alejada de los cánones.
Grotesco. Tanto, que puede resultar atractivo. Frente al dominio de lo bello, el feísmo, definido por la Real Academia como la «tendencia artística o literaria que valora estéticamente lo feo», se cuela en los distintos ámbitos culturales. Internet, esa fábrica incesante de memes, amplifica el fenómeno. ¿Sirve ahora lo antiestético como revulsivo ante una sobredosis de perfección y narcisismo en forma de selfie?
Sostiene Umberto Eco en Historia de la fealdad (Lumen) que «lo que será considerado mañana como gran arte puede ser de poco gusto ahora», aludiendo al choque creado por las vanguardias, con Las señoritas de Aviñón de Picasso en la retina. Goya, El Bosco y los pintores flamencos rompieron esas barreras mucho antes. «Lo que a veces se apunta como feísmo contemporáneo casi está más cerca de lo vulgar y de lo desinformado que de la radicalidad consciente, rebelde o descontenta de unas Pinturas Negras (Goya). El horror de esos rasgos fantasmagóricos del románico y el gótico constituye el uso político de la fealdad como arma moralizante», explica el artista Álvaro Perdices.
A solas (2014) –técnica mixta sobre lienzo de la serie Humanos, Galería Marlborough–, una obra de Joaquín Barón.
Joaquín Barón.
La alemana Iris Schieferstein, que durante años ha creado esculturas con animales disecados inspiradas en la taxidermia, reconoce que esa influencia le viene de las obras de arte flamencas que vio en su niñez. «Mi abuelo era sacerdote, así que conocí a fondo la iconografía del infierno y el paraíso. Cuando empecé a trabajar con animales en 1990 tenía la idea de introducir la basura en el museo, como Duchamp, pero en otro contexto: usar los materiales de las esculturas como la literatura utiliza las fábulas», explica. Porque la tradición feísta en las artes plásticas se remonta a la Antigüedad, a la contraposición entre lo dionisíaco y lo apolíneo, la serenidad y el delirio.
Extremos que se rozan. «Cuando tratamos de exaltar la belleza llegamos al idealismo; cuando tratamos de exaltar la fealdad llegamos a lo grotesco», sintetiza Fernando Checa, que comisarió la exposición De El Bosco a Tiziano. Arte y maravilla en El Escorial. Explica que Hieronymus Bosch, el Bosco, influido por los escritos de Erasmo, inventó un universo satírico, un mundo al revés que ensalzaba «lo feo y lo particular» en un momento previo al Renacimiento en el que el arte en Italia «buscaba la belleza ideal». El Bosco hizo «un elogio de lo extraño, de lo raro, que lo hace muy atractivo para la mentalidad contemporánea». Como dos caras de la misma moneda, lo grotesco y lo sublime suelen aparecer unidos.
Miley Cyrus, en un selfie feísta.
«Creo que emplear la fealdad es una respuesta a todos los manidos conceptos de perfección extrema y belleza que se nos han impuesto durante mucho tiempo», señala el británico James Ostrer, creador de la serie Wotsit All About expuesta en la galería londinense Gazelli Art House. En sus fotografías consigue que el espectador se adentre en un mundo primitivo de figuras cubiertas de azúcar y caramelos. «Mi intención era redefinir la especie humana en nuevas tribus contemporáneas, crear un reflejo antropológico de nuestra esclavitud hacia el azúcar. Es importante encontrar formas de comunicar la necesidad de un cambio».
Territorios por explorar. Londres es uno de los focos destacados de este estilo. El escritor y galerista Julián Rodríguez disecciona el panorama del feísmo actual: «Los especialistas ven tres escenas. Una estaría en la Costa Oeste de Estados Unidos, otra en Gran Bretaña y la tercera en el centro de Europa. Sexo grotesco, escatología, el inconsciente, las mutilaciones, la escultura que arranca de los maniquíes y muñecas tan del gusto surrea- lista y el travestismo son palabras que suelen asociarse a él». Álvaro Perdices, que ha conocido a maestros americanos como Paul McCarthy o Mike Kelley, considera que, en realidad, «la práctica de un artista poco tiene que ver con la complacencia, con lo asumido. Trabajar y pensar en arte es salirse de lo que se construye como normativo optando por lo abyecto, lo obtuso…».
El feo, dirigida por Paco Montes, reflexiona sobre los estereotipos. A la dcha., desfile de Yohji Yamamoto, que afirma: «La perfección es fea. En lo que hacen los humanos quiero ver cicatrices, fallos y distorsión».
Esta reacción ante lo bello también se sube a las tablas. Paco Montes dirige El feo, una obra del dramaturgo alemán Marius von Mayenburg que se ha representado con éxito en el teatro Lara de Madrid. «Se suele vender la idea de que el guapo es más feliz y lo que tiene de novedoso el feísmo es que aborda territorios insospechados por explorar. En ellos se puede hablar con más libertad de las miserias humanas, permite ser más salvaje», explica el director, que destaca en esta corriente los nombres de la compañía La Zaranda y el autor Juan Dolores Caballero, el Chino. «Hay un poco de cansancio respecto a la belleza», subraya.
Su afirmación describe lo que siente el escritor Miguel Noguera: «No puedo decir que lo que yo hago no lo sea, es bastante feísta… En parte por mi incapacidad y desinterés por hacer algo bonito y en parte por el mérito de permitirme hacer algo desagradable, valorarlo y disfrutar con ello». El autor de Ser madre hoy y Mejor que vivir (Blackie Books) y artífice del espectáculo humorístico Ultrashow (hasta el día 20 en el Teatre Goya de Barcelona) tampoco tiene la belleza como fin en sus trabajos. «Las cosas siempre me han salido feas, pero no por ello menos atractivas», concede.
Lo grotesco se lleva puesto. Camiseta Illuminati de Frankie Tee (iloveugly.eu).
iloveugly.eu
Del disco a la autofoto. En la música también puede observarse esta tendencia. Los Ganglios recurren al mix en su web (losganglios.com) y opinan que «crear algo feo adrede es un acto de agresión que seduce y las creaciones de este tipo destilan algo brutal y primario que estimula». El cantante Joe Crepúsculo también juega con lo grotesco en sus portadas. «No sé si fascina la estética feísta, pero lo que está claro es que para que algo se considere así tenemos que saber muy claramente qué es lo bello. Y yo no tengo muy claro que lo establecido socialmente como bonito, al menos en el marco musical, sea algo objetivo».
La libertad del medio hace de Internet el espacio perfecto para que esta tendencia se propague. Jim Carrey, en la película Di que sí (2008), se envolvía la cara en cinta adhesiva. Su gesto ha sido copiado en las redes sociales, convertido en el viral sellotape selfie, con el que guapos oficiales como el cantante Harry Styles han deformado su cara hasta conseguir muecas imposibles. Porque las celebridades no temen mostrar su lado menos atractivo: las muecas excesivas de Cara Delevingne, tan diferentes a sus posados, son su sello en Instagram, y Miley Cyrus se hace autofotos poco favorecedoras que cosechan likes entre sus seguidores. Ya las brujas del Macbeth de Shakespeare coreaban que «lo bello es feo, lo feo es bello». «Esta tendencia está unida a la denuncia de los hechos, la ridiculización de la sociedad o de la existencia, no como castigo sino para promover su transformación. Pero sin olvidar que la belleza más formal puede, en ciertas ocasiones, transformarse estética y socialmente en lo contrario en otro contexto», reflexiona el pintor Joaquín Barón. En su opinión, esta vertiente estética siempre tendrá vigencia: «En las artes escénicas hay una permanente denuncia e igualmente en la pintura».
Dentro de la arquitectura también se contempla este movimiento, siempre con su doble cara. «Denuncia una forma de construir que no atiende a la lógica y en la que prevalece el interés privado por encima de valores como el del paisaje o el interés común», perfila Juan Creus, de Creus e Carrasco Arquitectos. De hecho, en Galicia existe una corriente que adopta este nombre como crítica ante los abusos en la construcción pero que, precisa Creus, «tiene particularidades atractivas, fruto del ingenio y el descubrimiento de nuevas formas de construir». Porque la fealdad puede acabar en atracción a causa del poder hipnótico del esperpento.
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