En órbita: paridad en el espacio
Justo cuando se cumplen 50 años del viaje de Valentina Tereshkova, la NASA anuncia que la mitad de sus nuevos astronautas son mujeres.
Después de haber puesto al primer hombre en órbita, Yuri Gagarin, el Kremlin necesitaba otro golpe de efecto, esta vez para demostrar al mundo lo bien que les iba en la URSS a las camaradas. La elegida fue una trabajadora textil y experta paracaidista de 26 años, Valentina Tereshkova, que se convirtió en la primera mujer en el espacio hace ahora 50 años.
El aniversario ha coincidido con un igualmente histórico anuncio de la NASA. Su última promoción de astronautas, la llamada «clase de 2013», es paritaria. De los ocho candidatos, seleccionados entre 6.000 aspirantes, cuatro son mujeres: la oceanógrafa Christine Hammock, la piloto de helicópteros Anne McClain, la médico Jessica Meir y la militar Nicole Aunapu.
Ellas están destinadas a «ahondar en la exploración de nuevos destinos en el sistema solar, incluidos Marte y un asteroide», según declaró el director de la NASA, Charles Bolden. Hoy, la estadounidense Karen Nyberg permanece en la Estación Espacial Internacional y la china Wang Yaping comanda el laboratorio Tiangong I, prototipo de la futura estación permanente china en el cosmos. El año que viene se les unirá Samantha Cristoforetti, la segunda astronauta de la Agencia Europea en el espacio. Y con ella serán ya 57 las mujeres que han entrado en órbita.
«Por lo que yo sé, no ha habido cuotas para seleccionar a los astronautas», cree Cathleen Lewis, comisaria del Smithsonian Air and Space Museum de Washington. Para Lewis, ese 50% de mujeres en la NASA «no es el resultado de una decisión deliberada, sino de los nuevos requisitos que se piden. La NASA recluta en las universidades estadounidenses y sospecho que, dentro de una generación, habrá incluso más mujeres que hombres, ya que cada año se gradúan más chicas». Aunque quedan ya muy lejos los días en los que la astronauta era una rareza y un golpe propagandístico especialmente útil en los años de la Guerra Fría, algunos gobiernos siguen sacando provecho mediático de sus mujeres en el espacio. Es el caso de la sonriente Yaping, toda una estrella en China, quien recientemente impartió una clase de Física para todos los niños del país desde el Tiangong I.
Karen Nyberg se encuentra ahora en la Estación Espacial Internacional.
Cordon Press
Pero, para símbolos, Tereshkova. El Kremlin la seleccionó, en parte, porque su aspecto era el de la perfecta campesina rusa y no cejaron hasta hacer de ella una heroína del proletariado. Pero su vuelo en el Vostok 6 no fue precisamente tranquilo: sufrió náuseas y rechazó tomarse la pastilla indicada, tal y como le exigían los mandos desde Moscú. Tampoco quiso explicar cómo se generó una grieta en la parte frontal de la nave. De hecho, Sergei Korolev, el diseñador jefe del programa espacial, dijo después de su aterrizaje: «Jamás volveré a trabajar con mujeres».
Aun así, a la URSS le interesaba hacer de Valentina una estrella. Nikita Kruschev le concedió la Orden de Lenin y la llevó del brazo cuando se casó con otro cosmonauta, en una boda pensada para encandilar a los soviéticos. Detrás del cartón piedra de la propaganda, las cosas eran distintas: la URSS jamás las integró en el cuerpo y, de hecho, «Rusia no abrió el reclutamiento al público general hasta el año pasado», según explica Lewis.
Mientras, al otro lado del telón de acero, las cosas no iban mucho mejor para ellas. A principios de los 60, la NASA nominó a 13 pioneras, las llamadas FLATs (First Lady Astronaut Trainees). Aunque, como señala Bettyann Holtzmann Kevles, profesora en Yale y autora del libro Women in Space, «nunca existió intención de enviarlas al espacio». Hubo que esperar hasta 1983 para ver a una estadounidense en órbita. La física Sally Ride tuvo que aguantar un chaparrón mediático de tintes sexistas. «¿Llorará si algo va mal en la misión?», «¿Afectará el viaje a sus órganos reproductivos?», le preguntaban. A su vuelta, un periodista llegó a felicitarla por completar una reparación en el espacio «como una excelente ama de casa». «Sally le respondió que no, que era el trabajo de un buen cirujano. Tenía un buen sentido del humor», cuenta Holtzmann Kevles. Lesbiana y feminista, Ride no era, seguramente, el icono estadounidense que buscaba la era Reagan.
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