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S MODA + Deutsche Bank

El tiempo como inversión: un factor esencial de la danza

La bailarina Saioa López perpetúa la senda de Isadora Duncan o Pina Bausch reivindicando el valor del tiempo como máximo activo en su arte

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Ocho horas al día frente al espejo. Incluso más. Durante varios años. Repitiendo movimientos hasta lograr el gesto preciso, la tensión exacta, el equilibrio necesario para que, una vez en el escenario, el público solo perciba naturalidad. La trayectoria de una bailarina es el resultado del talento y la sensibilidad, pero también de una lección vital que no todos conocen: la de que el tiempo es algo en lo que vale la pena invertir.  Y la de que los resultados vienen, en ocasiones, en el momento y en la forma menos pensados.

Lo sabía a la perfección Isadora Duncan, la gran renovadora de la danza contemporánea que, durante su juventud, pasaba largas horas en el Museo Británico de Londres, deambulando por las salas que custodiaban las esculturas griegas y romanas. En aquella época ella misma no sabía qué estaba buscando, pero sí que los resultados vendrían con el tiempo. Y así fue: cuando finalmente presentó sobre el escenario sus primeros espectáculos, los críticos quedaron deslumbrados por el modo en que evocaba la antigüedad clásica a través de movimientos desconocidos.

Duncan fue un talento a contracorriente que siempre tomaba el camino menos previsible. Su trayectoria es un conjunto de decisiones enigmáticas que respondían a su intuición. Por eso, en los años previos a la Primera Guerra Mundial, en la cumbre de su fama, decidió abandonar los escenarios para abrir una escuela de danza para enseñar a las niñas su lenguaje revolucionario. Lejos de los escenarios, encontraba su verdadero hogar. Nunca dejó de impartir clases. Incluso llegó a abrir una academia en el Moscú soviético, convencida de que la liberación de la sociedad pasaba por la liberación del cuerpo.

La búsqueda de la libertad y de caminos poco trillados es una constante en el mundo de la danza. También, en ocasiones, la única salida. La bailarina vasca Saioa López quería dedicarse a la danza, así que a los 17 años se fue a Madrid. Durante seis años se formó en el Conservatorio, antes de volar a Nueva York, una ciudad desconocida en la que no tenía amistades ni contactos, pero que supo reconocer su talento. Llegaron las becas, las audiciones, los aplausos. Y, sin embargo, a los 33 años, Saioa sabe que su carrera aún tiene que dar una vuelta más. 

Saioa ha regresado a su Irún natal. El objetivo, según cuenta, es que otros bailarines no deban elegir entre abandonar su tierra o abandonar sus sueños. Dispuesta a compartir su experiencia en la danza con estudiantes de danza, Saioa quiere regalar a los demás el tiempo que, en su día, ganó para ella. De ahí que su historia sea ahora un ejemplo perfecto de lo que Deutsche Bank lleva persiguiendo desde hace años: reivindicar el valor del tiempo y la necesidad de invertir en él. En una época en que todo sucede de manera hiperveloz, asociar el tiempo a la calidad de servicio es un gesto de audacia y de confianza en las cosas bien hechas.

También Pina Bausch, un genio del expresionismo, apostó por el lenguaje corporal como vía de comunicación. Se educó en Alemania, viajó a Estados Unidos, triunfó allí y regresó a su país natal, cambiando las luces deslumbrantes de Nueva York por las de la ciudad germana de Wuppertal. Allí forjó durante dos décadas uno de los legados más transgresores de la danza contemporánea, creando espectáculos cuyo eco llegaría, años después, a la cultura de masas gracias a Hable con ella (2002), de Almodóvar, y sobre todo a Pina (2011), de Wim Wenders, una espectacular película de danza rodada en 3D en la que participó activamente hasta su fallecimiento en 2009. Convertida en una figura de culto, siempre gozó de esa serenidad que muestran los creadores que han obtenido el éxito como resultado de la constancia, y no como un ejercicio de pura ambición. Al fin y al cabo, todo reside en saber invertir el tiempo en cosas que valgan la pena. 

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