El cementerio como pasarela: la moda invoca a los muertos para vender
Renovarse o morir. Flirtear con la muerte se ha convertido en un rito recurrente entre las marcas de moda. De la fiesta de Gucci en el cementerio de Hollywood al cortejo fúnebre que abrió el último desfile de Dolce & Gabbana. En las plegarias de CEOS y directores creativos: conectar con el más allá para acercarse a las nuevas generaciones.
Va más allá de resucitar iconos de otros siglos (como Stella y Fanny, la pareja de travestis victorianos que alimenta el imaginario de la última colección de Erdem); desempolvar tendencias de otras épocas (como los velos que cubren el rostro de las modelos en Rodarte); o invocar la estética de nuestros ancestros (como propone Simone Rocha). Esta temporada algunas marcas han decidido llevar la moda a la tumba literalmente. Si a principios de septiembre, en Nueva York, bajo la lluvia, las hermanas Mulleavy citaron a prensa y compradores en Marble Cemetery (un cementerio histórico situado en el East Village), dos semanas después, en Milán, los diseñadores de Dolce & Gabbana abrieron su espectáculo con un cortejo fúnebre de modelos anónimas vestidas de luto. Era domingo, y aquella escena reproducía el ceremonial costumbrista de una procesión en un pueblo cualquiera de Italia.
El ritual se repite también al otro lado del Atlántico, con música en directo y en forma de rave. Lo hizo hace poco Alessandro Michele en Los Ángeles. El diseñador reunió a los nombres habituales del sector en el cementerio de Hollywood para celebrar la campaña de los perfumes Gucci Guilty. ¿Provocación o genialidad?
No es la primera vez que el director creativo de Gucci se mueve entre catacumbas. En la colección primavera-verano de 2017 ya se intuía esa fascinación por la muerte. Entonces la palabra «cemetery» aparecía bordada en la cintura de uno de sus vestidos. A finales de mayo, Michele trasladó la pasarela de su colección crucero a los Ayscamps, una gran necrópolis romana a las afueras de la ciudad de Arles. Viendo a los modelos caminar entre tumbas y mausoleos, a más de uno le vino a la mente el estribillo de ‘No es serio este cementerio’ (Mecano, 1984): «Y los muertos aquí lo pasamos muy bien / Entre flores de colores / Y los viernes y tal / Si en la fosa no hay plan / Nos vestimos y salimos». Para Alessandro, subyace «la idea de que todo lo que está vinculado a la otra vida tiene algo de máxima belleza». Palabras textuales de la nota de prensa.
Vida/muerte. Fiesta pagana/ceremonia religiosa. Sexo/castidad. La tensión entre opuestos forma parte del diálogo creativo. La muerte es a la vez sinónimo de ruptura y redención. Un entierro, el escenario perfecto para aquellos que quieren romper con lo establecido y anunciar la salvación del sistema. Como Martin Margiela. Para la primavera de 1993, el diseñador belga organizó dos desfiles simultáneos a las 8:30 en los extremos opuestos del cementerio de Montmatre. En uno, la invitación y las prendas eran de color blanco; en el otro, de color negro. En ningún caso intercambiables. Aquella temporada, los editores y compradores que se confundieron de entrada, se quedaron en la calle.
En 2000, para su debut, Imitation of Christ, la marca y proyecto conceptual de Tara Subkoff y Matthew Damhave (colectivo ya desintegrado), presentó su colección en una funeraria del East Village neoyorquino. «El funeral era una especie de requiem por la moda muerta y la religión restrictiva y, también, una forma de resurrección de ambas. Quizá el simbolismo sea tenebroso, pero la experiencia resultaba definitivamente más interesante que el típico show de pasarela, especialmente en el año 2000», analizaba hace tres años la editora Lynn Hirschberg en un artículo de la revista W.
La idea de visitar un camposanto no tiene por qué resultar lúgubre. Algunos, como Père-Lachaise (en París) o Highgate (en Londres) son destinos turísticos. La belleza de la localización es evidente. También su interés artístico. «Un cementerio puede ser concebido como un museo al aire libre», opina el novelista Fernando Gómez, autor de La vuelta al mundo en 80 cementerios (Luciérnaga). Para Stella McCartney, que en 2012 presentó su colección resort en el Marble Cemetery de Nueva York, «de algún modo no hay lugar mejor para celebrar la vitalidad de la vida que un cementerio».
¿Qué hizo en 2012 “la reina del porno chic”, Carine Roitfeld, para abrir boca (y hacer ruido) sobre el lanzamiento de su proyecto más personal, CR Fashion Book? Publicó la primera imagen de una sesión de fotos de Sebastian Faena, inspirada en La semilla del diablo, en la que se veía a la modelo Juliet Ingleby caminado entre tumbas desnuda, con un bolso y tacones rojos, cubierta solo por un larguísimo velo de color púrpura, y escoltada por un trío de luto.
Claro que una cosa es que el uso de cementerios se haya normalizado en la obra de creativos como Faena y Meisel y otra, muy distinta, que un bloguero pose en un camposanto con el último modelito de turbo y suba la sesión a redes. El 27 de enero 2014, coincidiendo con el 59 aniversario de la liberación de Auschwitz, la autora del blog That’s chic, Rachel Nguyen, publicó una sesión de fotos «estúpida» en un mausoleo judío. La indignación por aquel gesto ignorante incendió las redes. Y ante la desaprobación de sus seguidores, la joven decidió eliminar y disculparse en público.
La muerte forma parte del lenguaje de la moda. Del universo de Alexander McQueen a las fotografías de Corinne Day, Guy Bourdin o Steven Meisel. Pero existe un vínculo todavía más estrecho que el meramente estético.
– Moda. Soy la Moda, tu hermana.
– Muerte. ¿Mi hermana?
– Moda. Sí. ¿No te acuerdas de que las dos nacimos de la caducidad?
En Diálogo entre la moda y la muerte, el poeta del sufrimiento Giacomo Leopardi (1798-1837) recuerda que moda y muerte comparten naturaleza y usanza común: «la de renovar continuamente el mundo». Y en una industria que gira en torno al consumo insaciable de novedad, quizá enterrar las tendencias de hoy para anunciar un nuevo mañana tenga más sentido en un cementerio que una pasarela.
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