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Cuerpos fuera del canon

Las protagonistas de este reportaje, todas deportistas de élite en disciplinas tradicionalmente masculinas, cuestionan que una mujer no pueda ser más fuerte que un hombre o que tener músculos no sea sinónimo de feminidad.

Forzudas
Toni Torrecillas, Begoña Gómez y Francesca Rinciari (Realización)

Un día iba con un vestido ajustado de leopardo y un señor no me quitaba los ojos de encima. Su mujer le dijo: “No la mires, ¿no ves que es un travesti?”». No era la primera vez que la campeona de body building Esther Serrano escuchaba algo similar. Pero no le importa lo más mínimo. «Los travestis se arreglan muchísimo y siempre van impecables, así que no me ofende». Pero no todo el mundo tiene la misma seguridad de la que hace gala Serrano. En los medios no suelen abundar los cuerpos femeninos como el suyo y solo recientemente estamos asistiendo a una ampliación del canon de lo que se ha considerado hasta el momento el ideal de belleza.

Los grandes eventos deportivos tienen un rol fundamental en este proceso. El pasado agosto, por ejemplo, cuando se celebraron en Barcelona los Mundiales de Natación, la prensa española se llenó de imágenes de Mireia Belmonte. Porque, con sus dos medallas de plata y una de bronce, lógicamente era noticia (y más en un mes sin fútbol) pero también porque Belmonte, para qué engañarnos, con sus ojos claros, su sonrisa amplia y su propensión a emocionarse quedaba estupendamente en las fotos. Aquello fue también un triunfo transversal para miles de mujeres y niñas que veían la televisión y por primera vez en bastante tiempo contemplaban cuerpos distintos a los que suelen poblar los anuncios. Durante unos días, no solo se expuso y se celebró el milagroso abdomen de Catalina Middleton –plano como una tabla a los tres meses de dar a luz, como se encargaron de resaltar todos los medios cuando su barriga quedó momentáneamente al aire en una acto oficial– o las piernas escuálidas de Alexa Chung y la princesa Letizia. También los poderosos hombros de Belmonte, instrumentales para batir dos récords del mundo, fueron motivo de admiración. 

Esther Serrano. ‘Body fitness’. Vestido de Herve Leger.

Sofia Moro

El verano anterior, los Juegos Olímpicos de Londres proporcionaron aún más oportunidades de ver, y admirar, anatomías femeninas diferentes a lo habitual y enormemente variadas. Muchas mujeres deportistas se convirtieron en ídolos para sus países y hasta en modelos estéticos a seguir: desde el nail art, cada vez más extendido entre las nadadoras, al maquillaje con lentejuelas para correr los 400 metros de la atleta DeeDee Trotter. «Vivimos en una era obsesionada con la imagen y ahora estamos viendo cuerpos que corren rápido y saltan alto. De repente, preocuparse por estar delgado parece tan estúpido como lo que es», escribieron en The Observer durante aquellos días.

La mayoría de expertos coinciden en subrayar la importancia de ampliar el campo de imágenes públicas que consumimos, ya que su influencia sigue siendo fundamental. «Los personajes conocidos penetran con facilidad en el día a día de las personas, a través de los medios están presentes en nuestra vida cotidiana y se convierten en referente», expone la psicóloga Gloria Tuduri, del gabinete Álava Reyes de Madrid, experta en casos de dismorfia corporal y de ansiedad exacerbada por el propio aspecto físico y que afectan, según se calcula, al 1% o 2% de la población. Tuduri alerta del peligro que supone adoptar un modelo inalcanzable. «Unido a otros factores, como la baja autoestima, es un gran desencadenante de insatisfacción respecto al propio cuerpo», asegura. En los últimos años ha detectado en su consulta un aumento de los diagnósticos de trastorno de la imagen corporal en individuos cada vez más jóvenes: «La mayoría se relaciona con la presión de los medios y del grupo de iguales, que a la vez se ve expuesto a los mismos modelos de referencia. Es personas que exageran algún defecto o que lo acaban percibiendo aunque no esté ahí. Se centran en criticar su cuerpo, en estar muy pendientes de lo que no les gusta y en lamentar lo que no tienen por comparación con el ideal». 

Virginia Sánchez. Culturismo. Bañador de Eres.

Sofia Moro

Las atletas fotografiadas para este reportaje se inscriben en el campo radicalmente contrario. Están orgullosas de sus siluetas y del trabajo que les ha costado llegar a tenerlas. Pero también agradecen ver figuras como las suyas en los medios. A la culturista Virginia Sánchez, por ejemplo, le fascinaban las deportistas afroamericanas de los 80. «Cuando empecé, ya me fijaba en esas guerreras guapísimas y musculadas. Siempre me ha atraído el atletismo y la velocidad y cuando salían las afroamericanas corriendo con esas piernas, me quedaba con la boca abierta. La miss olímpica de aquellos tiempos era Rachel McLish, quien todavía se mantiene en activo y también trabaja en el cine», explica.

La campeona de halterofilia Lidia Valentín se declara fan de las hermanas Williams, cuya complexión considera toda una lección de estética: «Cuando las ves en algún evento, percibes que están orgullosas de su físico. Un cuerpo sedentario lo tiene cualquiera; lo que nosotras buscamos con nuestro entrenamiento es un físico que no tenga déficit».

A pesar de ser todo un icono dentro y fuera de la pista de tenis, la pequeña de las Williams, Serena, declaró el pasado agosto a la revista DuJour que tuvo que vivir un largo proceso hasta aceptar su aspecto tal y como es. «Crecí rodeada de muchas hermanas y yo era la más ancha. Venus era mucho más alta y esbelta y estamos en una sociedad en la que se valora mucho estar delgado. Es duro para una atleta. ¡Ninguna otra deportista tiene pechos como los míos! Pero he aprendido a quererme y a apreciar mis curvas. No siempre tuve esa seguridad, solo hace seis o siete años que me siento así», confesó. 

Virginia Sánchez. Culturismo. Bañador de Eres.

Sofia Moro

Y es que el entorno no pone fácil lo de hacer crecer y mantener la autoestima cuando un cuerpo se salta las normas establecidas: «Lo peor es cuando le comentas a alguien a lo que te dedicas y te dicen: “Yo a ti no me arrimo” o “Yo no sería capaz de meterme contigo”. ¿Qué significa eso? ¿Si fuera florista, sí se metería conmigo?», se pregunta la lanzadora de martillo María Barbaño. «Algunos chicos se interesan por saber cuántos kilos soy capaz de levantar. Cuando les digo la cantidad añaden cosas del tipo: “Vaya, podrías cogerme a mí y a mi amigo y levantarnos a la vez”. Soy deportista, no voy levantando a la gente por la calle, como tampoco aparto camiones cuando me molestan para aparcar», comenta Lidia Valentín, quien practica halterofilia.

Para la culturista Virginia Sánchez, las complicaciones han llegado por la parte familiar: «Cuando iba al colegio a recoger a mi hijo, sus amigos se acercaban para verme y a él no le gustaba, me cogía del brazo para que nos fuéramos. Ahora que tiene 14 años, creo que no le disgusta tanto pero tampoco lo reconoce». Con los hombres hemos topado: la boxeadora Jennifer Miranda confiesa que sus relaciones fracasan porque los chicos le piden que deje de pelear en el ring: «No está “bonito” en una mujer», comentan. Y la futbolista Jade Boho aún oye repetidamente la palabra «marimacho» por parte de los espectadores masculinos cuando sale al césped a jugar. Por fortuna, la seguridad que tienen en sí mismas es a prueba de todo comentario. 

María Barbaño. Lanzamiento de martillo. Top de H&M, falda de Herve Leger, y pendientes y anillos de Tous.

Sofia Moro

La percepción de que el canon está dejando de ser tan castrante también se tiene al girar la vista a otro de los escenarios que más influyen en la construcción de los ideales estéticos: Hollywood. Solo hay que repasar las galerías de algunas de las alfombras rojas de este año para comprobar que podríamos estar dejando atrás (lentamente) la tiranía del cuerpo único. Ahí están Lena Dunham, Rebel Wilson, Melissa McCarthy o Merritt Wever. Esta última se alzó con el Globo de Oro al Mejor papel de reparto en los últimos Emmy por su rol en Nurse Jackie y justo después declaró: «No se ven muchas chicas como yo en la televisión. El paisaje está cambiando, pero no lo suficientemente rápido».

Quizá la última frontera de la diversidad sea la moda. En eso trabaja la organización All Walks Beyond The Catwalk, que fundaron en 2009 la modelo Erin O’Connor y las profesionales del mundillo Caryn Franklin y Debra Bourne. «Además de en la moda y en la comunicación, tengo formación en psicoterapia y entiendo cómo una percepción inadecuada puede impactar psicológicamente en la sociedad», explica Bourne a esta revista. «La imagen de feminidad contemporánea que nos ofrece la moda es muchas veces la de un cuerpo muy frágil, y eso debe cambiar», denuncia. En el futuro, se plantean ejercer de consultoras para marcas que quieran aumentar su cociente de diversidad. De momento, han llevado a cabo campañas de concienciación con fotógrafos como Rankin y Nick Knight y también con diseñadores como Vivienne Westwood, Matthew Williamson y Stella McCartney. En el lado duro de la industria, Bourne destaca la reciente labor de Debenhams y Marks & Spencer, que ya utilizan modelos de todas las complexiones y razas en sus campañas. Incluso algunas sí parecen travestis.

Jennifer Miranda. Boxeo. Americana de piel de Loewe y pantalón de BCBG Max Azria.

Sofia Moro

Jade Boho. Fútbol. Vestido de Zara, aros de Guess y sandalias cruzadas de L.K. Bennett en El Corte Inglés.

Sofia Moro

María Ribera. Rugby. Vestido de canalé de Zara y aros vintage.

Sofia Moro

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