Así es el último trabajo de la mejor fotógrafa española de todos los tiempos
Nada es arbitrario en el trabajo de esta «guerrillera» de la fotografía obsesionada con el comportamiento humano. Ella dice que su verdadero retrato siempre es el que hace de los otros, pero ha aceptado hacerse uno para S Moda con motivo de su último proyecto.
Dos máscaras tailandesas observan con los ojos muy abiertos desde la mesa. Junto a ellas hay un puñado de conchas de Filipinas –«La naturaleza nos enseña hasta dónde puede llegar la belleza, ¿no crees?»–. También numerosos recuerdos y montones de libros como las Memorias de Juan Villalta y la deliciosa Me llamo Lucy Barton, de la Pulitzer Elizabeth Strout, que Cristina acaba de comprar. Uno sobre otro también se hacen sitio cuidadas ediciones de los suyos: Con la boca abierta; María Lionza, la diosa de los ojos de agua; Rituales en Haití; la edición agotada de La España oculta… Es el refugio en Madrid de Cristina García Rodero, la primera española en trabajar en la agencia fotoperiodística Magnum: «Vivo sola. Me he adaptado a ello. Aunque nunca lo estoy… Me gusta la soledad querida y la alegría de compartir», nos dice.
Dos condiciones sorprenden del último trabajo de esta diminuta mujer de Puertollano (Ciudad Real, 1945; 149 cm) que posee una de las miradas más íntimas y honestas de la fotografía española. La primera: que se trata de un trabajo por encargo, como los que hizo con Médicos Sin Fronteras en Georgia (1995), recién acabada la guerra civil, o con Oxfam en Armenia (2013), tras la caída de la antigua URSS. La segunda: el color. Adiós al dramatismo y al misterio de su blanco y negro. «Habrá que acostumbrarse al color en mis fotos, porque ahora estoy con la fotografía digital y ha cambiado la técnica…», señala.
Tierra de sueños, en colaboración con la Fundación Vicente Ferrer y la Obra Social La Caixa, es la quimera del filántropo. «Un hombre que soñó que podía hacer cosas donde todo era imposible, y las hizo», explica. Ha sido el primer vuelo de la fotógrafa a Anantapur (Andhra Pradesh), donde recorrió la obra de Ferrer durante un mes y medio: «Las carreteras eran malas. La luz, horrible. El paisaje, muy duro. Hablamos del segundo mayor desierto de India. No tiene la belleza del Rajastán, pero lo compensa la gente». De las 67.000 imágenes que se trajo, 80 se exponen en CaixaForum Barcelona hasta el 8 de enero.
La mujer, tan poco valorada en India, lidera buena parte de este proyecto. La mujer y sus obligaciones adquiridas con el matrimonio; la dureza de la viudedad, que las convierte en malditas, abandonándolas en la calle con la mendicidad y la prostitución; el aborto selectivo; los malos tratos. «La mujer, sí, porque está más cerca de la vida y porque es la que puede, poco a poco, cambiar las cosas», analiza García Rodero. «Su activismo allí es duro, pero ellas lo asumen con trabajo. Y la preocupación que hay desde la Fundación para apoyarlo es vital».
El proyecto habla también de la carencia de educación y sanidad. Del abandono de las personas con minusvalía. No hay espacio en un reportaje para tantas vidas rotas y cifras en negativo. Pero las imágenes de Rodero lo muestran (y denuncian) todo. Cuando se trata de injusticia, no importa el destino en el que dispara. «Al final, en todas las batallas hay gente que se aprovecha de las desgracias de los demás. El dolor y el amor es igual en todas partes. Lo que más nos diferencia son las religiones. Ah, y la economía. Nunca los sentimientos».
Aterrizada tras fotografiar la fiesta del Burning Man en el desierto de Arizona y con la «resaquilla» del montaje y presentación de Tierra de sueños en Barcelona y Con la boca abierta en Belgrado, su cabeza («Annie Leibovitz y Bruce Springsteen tienen mi edad, ¿qué te parece?») ya está en los próximos trabajos. «Siempre es igual. Parto de una foto y esa búsqueda se convierte en un tema específico que tardo años en desarrollar. Entre el Cielo y la Tierra es al que le estoy dedicando más años (desde 1990): habla de la espiritualidad y la carnalidad… En tiempo de exceso de imágenes, asombrar con cosas nuevas es difícil».
Le gusta viajar sola. «Así ha sido un 80% de las veces. Pero cada vez lo hago menos, porque voy a paisajes más complicados». Y porque le va la marcha. «[Ríe] Sí… me va complicarme la vida. Meterme donde no debo, que es donde hay que meterse. Investigar. Intentar entender las cosas y no conformarme con lo que me cuentan. Si algo me define, es la curiosidad ante el mundo. Pensé que sería pintora. Fotógrafa nunca, y menos reportera. Creo que podría haber valido para hacer moda… Ahora no me animaría a probarlo, tengo claro que para mí hablar de la vida es mucho más interesante. Aunque quizá no tan bello».
Un cuadro cubista preside el salón. «Es de un novio que tuve [ríe]. Estudiamos juntos Bellas Artes. El resto –hay varios paisajes por las paredes– son míos. Ya no tengo dinero para comprar cuadros. No podría comprar ni mis fotos. Ahora no se valora ni se paga bien el trabajo de los fotógrafos. Pero bueno… Yo tomé una decisión hace muchísimo tiempo, y fue que el dinero que tuviera me lo iba a gastar en lo que me ayuda a conocer el mundo, a vivir aventuras, a tener un trabajo libre, y a seguir mis corazonadas. El dinero siempre me lo gasto en ello. No reparo. Por eso nunca seré rica. Vivo tranquila».
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