Cómo Chelsea Manning se aferró a la moda para sobrevivir en la cárcel
La soldado transgénero que reveló secretos de Estado a Wikileaks ha posado para ‘Vogue’ y se declara fan de Vetements, Altuzarra y Marc Jacobs. Entre rejas elaboró una lista de firmas que quería vestir cuando fuese libre.
Chelsea Manning pasó casi siete años encarcelada por revelar secretos militares de alto nivel a Wikileaks y hubiera cumplido una condena de 35 si Barack Obama no le hubiera concedido el perdón en uno de sus últimos actos ejecutivos como presidente. Entró a la cárcel como Bradley Manning y mientras estaba allí reveló su identidad transgénero, lo que amplificó todavía más la atención que ya le prestaban los medios, que la pintaban en ocasiones como una traidora y en otras como una mártir del sistema.
Según su biógrafo, Denver Nicks, los papeles que filtró condujeron de manera decisiva a la Primavera Árabe y dieron relevancia al propio Wikileaks, ahora un actor político indispensable en la escena internacional. Durante el tiempo que estuvo encarcelada –que incluyó 1.200 días en confinamiento solitario, sin poder comunicarse con nadie– el público conoció el día a día de su evolución y de su transición de género, gracias a las columnas que publicaba en The Guardian, a los informes de Amnistía Internacional y a entrevistas puntuales como la que concedió en 2015 a Cosmopolitan, en la que lamentaba que en la cárcel militar no le estaba permitido dejarse el pelo largo y se alegraba porque no estaba sufriendo ataques de otros presos.
Lo que no había emergido durante esos años es que Manning utilizaba la moda como válvula de escape y como herramienta para la reformulación de su identidad, incluso sin tener acceso a más ropa que su uniforme de interna. Antes de entrar en la cárcel, cuando vivía como soldado, apenas había experimentado con las prendas de mujer. En prisión mantenía una especie de dossier en el que apuntaba el tipo de ropa que se pondría si algún día volvía a ser libre. Anotaba cosas como sus preferencias sobre los tejanos (bootcut sí; lavados a la piedra no), los estampados (no en los leggings, por favor), los shorts (no demasiado bajos de corte ni altos de tiro), las faldas (lápiz sí, minis no) y guardaba looks que le gustaban, muchos de la primera colección de Maria Grazia Chiuri en Dior y alguno de Michael Kors.
Antes de salir de la cárcel, entregó parte de esa carpeta a la periodista Sally Singer, que firma uno de los dos artículos que el Vogue estadounidense dedica a Manning en el número de septiembre, el más importante del año. “Que Chelsea Manning, que vivió siete años en condiciones inhumanas, encontrase cierta esperanza, cierto consuelo, al contemplar la belleza de una chaqueta de Dior o la fealdad de las mallas con estampados de puzzle no era la clase de filtración que esperaba de ella, pero sí era reveladora”, escribe Singer, que junto a un colega de la revista le montó a la ex soldado un “vestuario cápsula” para su salida de la cárcel, procedente de donaciones de sus contactos en la industria de la moda. De ahí venían un top de Everlane y un vestido de Gabriela Hearst que lució en su primer post de Instagram en libertad. Y probablemente de ahí salían también las piezas que su compañero Nathan Heller describe en el perfil que publica la revista –ilustrado con una foto de Manning en la playa con un bañador retro de Norma Kamali que dio la vuelta al mundo–. En sus encuentros con el periodista, la colaboradora de Wikileaks lleva un vestidos de Altuzarra y Marc Jacobs, botines de Everlane, las botas de Dr. Martens para Vetements, un bolso de The Row y, quien sabe si tomando ejemplo de Off White o como rémora de su pasado militar, un cinturón utilitario de 5.11 Tactical, la marca que provee al Ejército estadounidense.
Singer acompañó a Manning a comprar ropa vintage (sí a una cazadora de Jean Paul Gaultier Jeans, no a un mono de los ochenta porque “los monos representan un recuerdo doloroso” tras el paso por la cárcel) y la lleva a un showroom donde se prueba varias prendas cedidas por diseñadores amigos, como el propio Jacobs o las hermanas Mulleavy de Rodarte. Manning demuestra que sus referentes son de lo más ecléctico. Cita a Isabel II y María Antonieta como iconos de estilo pero admite que ha estado tomando ejemplos de Blade Runner, Matrix, Hackers y Johnny Cash para vestirse desde que está en libertad.
Los dos artículos en Vogue, muy comentados, no son las únicas incursiones que la ex soldado ha hecho en el mundo de la estética. En una entrevista con Yahoo Beauty habló de sus costumbres de belleza –“la mayor parte de los días me pongo una base liquida, algo de polvos para dar luz, raya de ojos, rímel y algún pintalabios o lipgloss”– y sobre lo que significa para ella el maquillaje (“una forma de autoexpresión”) y una herramienta clave en su transición, como lo es para muchas mujeres trans. En su Instagram, también cuelga fotos de sus estilismos completos y comenta cosas como “probando mi nuevo look cyberpunk, como una jefa”.
A Manning le impactó ver estando en prisión la campaña con modelos transgénero que fotografió Bruce Weber para los almacenes Barneys en 2014 y probablemente es cuestión de tiempo que ella misma protagonice alguna. Quizá para Marc Jacobs, acostumbrado a fichar a iconos ajenos a la moda, y por quien la ex soldado profesa admiración. “He sido fan suya desde hace muchos, muchos años. Capta un tipo de simpicidad y de belleza que me gusta, proyecta la fuerza a través de la feminidad”, dice de él.
En el escaso tiempo que lleva libre, Manning también ha podido comprobar que mostrarse tan abierta en cuanto a sus preferencias sobre la moda tiene un precio. Algo que podrían haberle comentado muchas mujeres, de perfiles muy distintos al suyo pero públicos y al fin y al cabo, y que se han visto en las mismas. De las ministras de Zapatero a la ex primer ministra danesa, todavía hoy apodada Gucci Helle, pasando por Segoléne Royal. En un artículo muy crítico con ella que publicó hace unos días The New York Times el columnista James Kirchik critica a la comunidad LGTBQ por convertirla en icono, asegura que si Manning recibe tantos apoyos de la izquierda es porque “lo trans es la causa de moda” –teniendo en cuenta que las personas transgénero tienen 22 veces más posibilidades que las cisgénero de intentar suicidarse e infinitas menos oportunidades sociales y laborales, no se sabe si es cínico o perverso que Kirchik acuse a Manning de aprovecharse de su ventaja trans– y se sirve de sus declaraciones sobre la moda y de su posado en Vogue para descalificarla. “El mundo de la moda tiene un nuevo icono”, empieza diciendo, y la implicación de superficialidad e inconsciencia está más que clara. Según el columnista, la revista que dirige Anna Wintour no se equivocaba tanto desde que publicó un perfil laudatorio sobre Asma Al Assad, la mujer del genocida sirio, llamándola “rosa del desierto”. Hablar de pintalabios y de política exterior simultáneamente tiene un precio y esa es una de la muchas cosas que está aprendiendo Chelsea Manning desde que es mujer y es libre.
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