Por qué Chábeli Iglesias fue la primera ‘influencer’ que tuvo España
La hija de Julio Iglesias e Isabel Preysler ejerció una gran influencia desde las portadas de las revistas del corazón, cuando las redes sociales no existían y España estaba sedienta de referentes estéticos.
Nunca tuvimos muy claro si era con b o con v, con o sin tilde. Leíamos el nombre, no lo escuchábamos. La de Chábeli (es con b y con tilde) era una época de comunicación unidireccional, de grandes audiencias y muy concentradas. Era la época en la que una niña podía ser la más famosa de España sin que supiésemos pronunciar bien su nombre.
En los años 80 y 90, la primogénita de Julio Iglesias e Isabel Preysler fue uno de los rostros más populares del país. Eran años preInditex, de modistas y grandes almacenes. La influencia se ejercía desde la portada de las revistas del corazón, ni siquiera desde las de moda y, mucho menos, desde las televisiones. No se dirigía a las niñas de esa edad, sino a sus madres. La Constitución estaba reciente, España se desperezaba y los menores aparecían sin despixelar en los medios de comunicación. En ese contexto encontramos a esta proto-it girl.
María Isabel Iglesias Presyler nació en 1971 en un hospital de Cascais, Portugal. Se dice que su madre decidió dar a luz allí para tapar que solo habían pasado siete meses desde su matrimonio con Julio Iglesias. Nació famosa. Su padre aún no era el cantante global que llegaría a ser, pero ya era muy conocido. La pareja era una mina para las revistas del corazón y encajaba con la España de la transición. Los dos eran personajes curiosos, viajaban y ella vestía con gracia. No agredían, porque no dejaban de ser dos chicos bien que llevaban una vida burguesa y vestían a sus hijos de manera coordinada con pichis de cuadros.
De todos ellos Chábeli fue siempre el blanco de la prensa. Era la mayor, la única niña y tenía un nombre exótico. Durante su infancia en Madrid parecía más la hija de una familia acomodada de San Francisco de Sales que la de un cantante con fama de seductor que iba haciendo carrera, aunque era ambas cosas. Llevaba vestidos de nido de abeja y abrigos con festones y cuellos de terciopelo. Cursó la EGB en el Colegio británico St Anne’s, en el norte de Madrid. Hizo la Comunión con un vestido de manga larga, clásico y a juego con sus hermano Julio, de marinero; asistía a la previsibles clases de danza con una sudadera de Mickey Mouse y calentadores de colores. Calentadores, por supuesto: estábamos en los 80.
A los seis años sus padres se divorciaron y su vida cambió. Empezó a pasar temporadas en Miami y allí surge la Chábeli de las dos trenzas. No eran las trenzas que nos hacían a las niñas españolas para mantener el pelo largo sin que molestara: eran trenzas exóticas, adornadas con gomitas de colores; eran trenzas copiables. Así apareció, en 1981, en la portada del De niña a mujer. Solo en Japón vendió más de un millón de copias. Chábeli tenía diez años y su rostro recorrió el mundo con las famosas trencitas y una camiseta de rayas. Esos años no era tan común llevar camisetas de rayas, pero Chábeli vivía en Miami y era mucho más internacional que el resto de los niños españoles que, entonces, tenían a Nerja como paraíso veraniego. El año de la publicación del disco coincidió con otro hito clave en su vida: el secuestro de su abuelo, el doctor Julio Iglesias Puga por parte de ETA. Este hecho revolucionó a la familia. Chábeli se fue a estudiar a Inglaterra, a la Mary Mount School, un internado de novela de Enid Blyton cercano a Londres, en Kingston upon Thames. El plan era que estuviera dos años. Aguantó uno.
Tras el secuestro la familia decidió que los tres hijos del matrimonio Iglesias-Preysler se trasladaran a vivir a Miami. Su padre estaba instalado allí, en Miami Beach, en una casa decorada por Jaime Parladé y Mario Connio que ya fue fotografiada en el Architectural Digest de la época. En 1985 se fueron a vivir con su abuela, Rosario de la Cueva. Cada cierto tiempo posaban con su padre risueños y mundanos. La niña se hacía mujer y dejaba atrás las trencitas a favor de la ropa de la época: camisas amplias con cinturón y macropendientes de fantasía. En verano venía a España y su madre y ella posaban ante la prensa vestidas igual.
Esta preadolescente representaba dos formas de vida. Cuando vivía en Madrid era una niña de clase alta bajo la vigilancia y la estética de su madre. Cuando vivía en Miami, cerca de su padre, estaba en un eterno verano y vestía con más libertad. Quien la miraba no aspiraba a su ropa sino a su estilo de vida, que iba mucho más allá y era más deseable que una sencilla camiseta de Micky Mouse. Las palabra aspiracional y lifestyle entonces no se pronunciaban con la soltura que se haría décadas más tarde.
A finales de los 80, Chábeli Iglesias seguía siendo muy popular porque el éxito de su padre aumentaba y se extendía. El hijo de Pablo Escobar afirmó en su libro Pablo Escobar, mi padre (Editorial Península), que su nombre estaba entre los objetivos de secuestro de su padre. Chábeli crecía protegida en Miami y cada vez más alejada de España. Allí pronto aprendió a capitalizar su apellido. En 1988, el año en que su madre se casó con Boyer, ya fue la imagen de un refresco, Mitsuya, en Japón. Cuando fue mayor de edad contrató a una agencia para que le gestionara contratos, campañas y exclusivas. Entre la publicidad, las apariciones en prensa y televisión y algún otro proyecto empresarial fueron pasando los años. No ha vuelto a España más que de forma esporádica.
Al contrario que las influencers de hoy, a la niña más famosa, a esa preinfluencer, de España nunca le interesó la moda. Ese era, entonces, un mundo adulto y mucho más discreto que ahora. Puede que la sombra de su madre fuese alargada o que, simplemente, no le atrajera. Siempre ha estado alejada de marcas, logos, desfiles y revistas del sector. Hay una imagen de ella posando en un Hola de los primeros 90 vestida de Chanel y poco más. Siempre fue una persona a la que se veía mucho y a la que se escuchaba poco. Ya lo cantó su padre: era niña de largos silencios. Muchos años después, mirando atrás, vemos a alguien consciente de su fama y con la consciencia justa de su imagen más allá de peinarse con dos trenzas adornadas. Qué hubiera ocurrido con su imagen si en los 90 hubiera existido Instagram es algo que nunca sabremos. O quizás no hubiera ocurrido nada.
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