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¿Puede ser insano el exceso de optimismo?

Los expertos son claros: ser optimista es, en cualquier caso, mejor que ser pesimista y no es ser ingenuo o iluso, aunque a veces se confunda.

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El militar estadounidense James B. Stockdale sobrevivió a casi 8 años de cautiverio en la Guerra de Vietnam. Durante ese largo periodo de su vida, que duró desde 1965 hasta 1973, fue torturado y sometido a un maltrato atroz, igual que sus diez compañeros de prisión. Sus hombros dislocados, varias fisuras y las fracturas sin curar de sus extremidades dieron cuenta del calvario por el que pasó. Más de tres después de su liberación Jim Collins, un conocidísimo consultor de negocios, le preguntó sobre la estrategia que siguió para soportar la vida en el campo de concentración y Stockdale contestó:

–Nunca perdí la fe en el final de la historia, nunca dudé no sólo que iba a salir, sino también que iba a prevalecer y que finalmente convertiría esta experiencia en un evento definitivo de mi vida que, en retrospectiva, no cambiaría por nada”

–¿Quién no lo consiguió?, preguntó Collins.

–Los optimistas. Oh, eran los que decían. ‘Estaremos en casa para Navidad’ y la Navidad llegó y se fue. Entonces decían ‘Estaremos en casa para Pascua’ y la Pascua llegó y la Pascua se fue. Y luego Acción de gracias y Navidad de nuevo. Y morían descorazonados por exceso de optimismo.

Este relato, conocido por el libro de Collins, Good to Great, dio lugar a la paradoja de Stockdale. Una formula que previene contra optimismo exagerado y que invita a reflexionar sobre qué significa este carácter tan celebrado, por qué se asocia a menudo con rasgos ajenos al mismo y si hay que dosificarlo para no pasarnos de frenada.

Los expertos son claros: ser optimista es, en cualquier caso, mejor que ser pesimista y no es ser ingenuo o iluso, aunque a veces se confunda. “Las personas optimistas son personas con una actitud positiva ante la vida y sus rasgos son la flexibilidad, la esperanza, la capacidad para perseverar en la consecución de objetivos y para descubrir oportunidades incluso en los momentos difíciles. Por encima de todo, son personas que se saben perdonar, se saben querer y saben tomar las riendas de su vida” comenta para S Moda la autora de Las 3 Claves de la felicidad, la psicóloga María Jesús Álava Reyes, a la vez que indica algunas trampas de la formulación: “La paradoja es cierta, lo que pasa es que no describe a personas optimistas sino a personas ilusas, sin capacidad para ver la vida con realismo o que hacen análisis distorsionados de las circunstancias. Pero es que eso no es ser optimista, como mucho es un optimismo, extremo y distorsionado que, efectivamente, no es sano”.

En los últimos años, sin embargo, estamos asistiendo a algo parecido a una moda del optimismo y la felicidad. La psicología es “positiva”. Hay institutos de la felicidad. Índices de la felicidad. Arquitectura de la felicidad. Escritores del optimismo. Y un sinfín de combinaciones con sustantivos felices que tienen un incontestable efecto divulgador sobre los beneficios de las actitudes positivas ante la vida pero que también han provocado cierta trivialización y desprestigio de estos conceptos, que son vistos como empalagosos, ñoños o inútiles en un entorno hostil como el actual en el que el contexto social es una amenaza y algunos parecen invitar a encogerse de hombros, sonreír y, sencillamente, esperar que escampe.

Precisamente esta circunstancia de cambio de paradigma es la que según los expertos ha motivado el auge de la psicología positiva como señala el psicólogo Juan Cruz “hemos vuelto a mirar hacia adentro frente a la vulnerabilidad que nos ofrece la sociedad. Y por eso esta corriente, que muchos trabajamos desde hace años, se está convirtiendo en algo parecido a una moda que, como todas las modas, tiene sus detractores, sus críticas y sus efectos negativos si se llega a banalizar”. Cruz apela al espíritu crítico y a la profesionalidad para que este conocimiento sea útil “quienes conocemos y fundamentamos la psicología positiva desde la ciencia, la neurociencia y la experiencia clínica sabemos que la utilidad del optimismo es incuestionable porque ayuda a gestionar las emociones pero la actitud no basta y se requiere un trabajo riguroso. Si una piscina tiene una grieta de nada vale echar más agua, antes hay que arreglarla”, afirma.

El exceso de optimismo, tal y como enseña la paradoja y reconocen los expertos, puede motivar comportamientos arriesgados, por confiar en el famoso “todo va salir bien”, o inmovilismo frente a situaciones negativas que requerirían voluntad. Álava Reyes indica que una de las claves para practicar un optimismo sano es ser consciente de las limitaciones de cada uno y no negar las circunstancias desfavorables. “Además de las investigaciones científicas, tenemos una experiencia práctica enorme que nos asegura que una persona optimista tiene más recursos precisamente ante las dificultades. Pero esto no significa que sean personas que estén en un estado de flujo constante. Felicidad y optimismo se trabajan y son necesarios el esfuerzo y el sacrificio para hacerlo, y eso es algo que una persona optimista sabe”.

Las terribles circunstancias a las que Stockdale se enfrentó fueron extraordinarias. Pero solo en ejemplos muy extremos como el suyo los contextos intervienen más allá del 10% que señala la ciencia. “Está demostrado que hay gente más favorable a la felicidad, nacemos con una predisposición al optimismo o al pesimismo de un 50%. Esa naturaleza puede trabajarse en un 40% y solo el 10% restante corresponde a dificultades y miserias que influyen de manera rotunda en nuestra vida. Por lo tanto, hay que trabajar ese 40%, esa es la clave para acceder al optimismo sano” asegura Álava que también le quita candidez a la psicología positiva, “no se puede ser feliz pensando todo el mundo es bueno y siendo vulnerables emocionalmente,  hay que trabajar”. Como hizo Stockdale, un optimista sano de libro, a pesar de la moraleja que entraña la paradoja que lleva su nombre.

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