“Necesitamos conflicto para crecer”
Entrevistamos a Peter Bourquin, uno de los principales representantes de las constelaciones familiares en España.
Entre hablar de constelaciones familiares y experimentarlas hay tanta diferencia como entre hablar de nadar o dar unas brazadas en la piscina. Es un sistema tan vivencial que se resiste a las definiciones. Peter Bourquin, (Alemania, 1965), director de la Escuela de Constelaciones Sistémicas Ecos, lo caracteriza como un “método para sanar las relaciones. Con otros miembros de la familia, con el trabajo o con la vida en general”. Puede ser de gran ayuda para observar hasta qué punto las dinámicas familiares o de otro tipo nos afectan, para bien y para mal y por sutiles que sean.
Se trata de un método muy seguido en Alemania, donde nació en los años 80, hasta el punto de que algunas clínicas de ese país lo incluyen como ayuda terapéutica para observar el trasfondo sistémico de ciertas enfermedades. En España, donde tiene un recorrido de 12 años, el método ha sido muy bien acogido. “Este es un país muy receptivo porque la tradición familiar todavía es fuerte”, señala Bourquin, aunque alerta de que la calidad del trabajo que se practica aquí es muy desigual.
¿A qué publico va destinado?
Ningún método terapéutico es una varita mágica, pero este es excelente para tratar asuntos que tienen que ver con las relaciones. Familiares en primer lugar, pero también en relación con el trabajo, la salud o la enfermedad, con la vida, la muerte, con uno mismo, con mi destino. Son relaciones importantes que a menudo se descuidan.
¿Qué aporta con respecto a otras terapias?
En este método, el individuo pierde preponderancia y aparece como un miembro más de la familia. Tiene una visión más amplia. Se observa qué le pasa a la persona pero también cómo está relacionada con su familia, con su pareja; si está o no ubicado, asumiendo quizás un rol que no le corresponde. Esta visión tiene algo profundamente sanador en esta sociedad tan individualista.
De acuerdo con lo que dice, el aumento del número de divorcios, adopciones o familias ensambladas, por ejemplo, lo convertiría en un método muy apropiado para nuestros días.
Sin duda. Hoy hay más confusión que nunca sobre dónde está el lugar de cada uno en la sociedad. Cada vez se está más desorientado.
¿Cuáles son, en su opinión, los ingredientes para que una relación familiar sea fluida y sana?
Ayuda comprender qué viene primero y qué viene después. La familia comienza con una relación de pareja (y esto se aplica igual para una pareja homosexual). Primero va la pareja, luego nace un hijo. La relación es, por tanto, primero de pareja, y después de padres (aunque durante los primeros años el hijo necesite mucha atención). Es fácil que uno pierda su lugar y se defina solo como padre y, después, como pareja. Si se prolonga en el tiempo, la familia sufre, como si los hijos se convirtiesen en la única razón para estar juntos. Entonces, cuando se hacen mayores, ya no hay motivos para seguir conviviendo.
Por otro lado, los dos miembros de la pareja han de tener una relación de iguales. Hay un toma y daca en el que los dos aprecian lo que el otro puede dar. Cada uno aporta algo diferente, y si no se valora así se crea un desequilibrio que pone en peligro la relación.
He observado que muchas personas lloraban a lo largo de la terapia. ¿Es habitual?
A diferencia de unas ramas de la psicoterapia, donde se habla y se opina, las constelaciones son un método vivencial. Uno no sólo piensa y reflexiona sino que también siente, percibe, libera emociones. Los problemas siempre tienen que ver con algún dolor evitado. Pero esta manifestación del dolor es liberadora.
¿Qué temas se repiten? ¿Tienen vínculos con la crisis que vivimos?
Conflictos con la pareja; no encontrar pareja; relaciones anteriores; familias ensambladas; conflictos con hijos; casos de adopción, entre otros. Y también temas que tienen que ver con la familia de origen: herencias, exclusiones…La crisis crea más ansiedad, pero eso se nota más en la terapia individual.
En las constelaciones se da gran importancia a todos los miembros de la familia, aunque no estén vivos. Pero en la sociedad la muerte es, en general, tema tabú.
Así es. Muchos suscribirían las palabras de Woody Allen, “no tengo nada contra ella pero no quiero estar cerca cuando llegue”.
En la comprensión sistémica de la familia, todo miembro de la familia pertenece a la familia, y esto incluye a los vivos y a los muertos. Nació un hijo y se murió y la familia dejó de hablar de él. Pero si insistes te dirán: “Sí, tenía un hijo más, que murió”. Las constelaciones familiares nos enseñan que es importante dar un lugar a cada miembro, tanto si está vivo como muerto. Son justamente las personas olvidadas, excluidas, las que más influencia tienen en nosotros.
El énfasis es, por tanto, que cada cosa se coloque en su sitio.
Así es.
¿No hay un riesgo de que eso lleve a la inmovilidad? Lo que me sirve hoy, quizás ya no me sirva mañana.
Puede parecer paradójico, pero cuando uno se coloca en su sitio en la familia es más libre para moverse hacia donde desea ir que cuando se resiste a tomar su lugar.
¿A qué se refiere exactamente con “su lugar”?
Un lugar es reconocer la realidad: soy hijo de mis padres, hermano de mis hermanos. Suena obvio pero muchas personas no lo viven así. En vez de ser hijos de sus padres, hacen de padres o madres, cuidándoles. Con la pareja se relacionan como si fuese su padre o su madre. Y con los hijos, en lugar de hacerlos grandes, se apoyan en ellos, confiando en que cubran las carencias que ellos mismos han sufrido en su infancia.
Así que encuentras ese lugar y ¿todo solucionado?
La vida es compleja. El orden necesita algo de caos, y nosotros necesitamos conflicto para crecer. La paz no se logra evitando conflictos. En el conflicto hacemos valer lo propio, hasta el momento en que reconocemos de qué manera violamos las fronteras de los demás. En este sentido, el conflicto puede ser la premisa para lograr la paz.
Hablando de conflicto. Desde fuera, las constelaciones podrían verse como un drama.
La técnica del psicodrama y la de las constelaciones tienen cosas en común, y también muchas diferencias. En psicodrama, el cliente elige el guión de lo que va a ocurrir. Asigna los roles y los contenidos. En las constelaciones familiares, también elige a las personas implicadas en el conflicto, pero todo lo demás no está definido por él.
Cuando menos, parece un ejercicio saludable para fomentar la empatía y ponerse en el lugar del otro.
Un elemento importante para ayudarnos a salir de la situación actual es darnos cuenta de que entre todos formamos un sistema, que no existe una isla de felices entre un mar de desgracia. Lo que le ocurre al prójimo influye en mí de forma inevitable. De la misma forma que los miembros de la familia forman un sistema, las personas formamos el sistema de la Humanidad, y de forma inevitable influye en nosotros. Este es el inconsciente colectivo. Ponerte en la piel de otro es enriquecedor. Yo he sido escogido para representar desde un tatarabuelo hasta un niño abortado y esto ha ampliado enormemente mi comprensión del ser humano.
Se dice que la psicoterapia se ocupa de la mente, y las constelaciones se ocupan del alma.
La psicoterapia se ocupa del individuo y las constelaciones se ocupan del individuo en relación con sus seres queridos. La psicoterapia tiene un enfoque en la personalidad, mientras que en las constelaciones el enfoque está en el alma o en lo profundo que nos une, más allá de rasgos neuróticos.
¿La familia tiene alma? ¿Y un país?
Al hablar de esto nos encontramos con todas las trampas lingüísticas, religiosas y espirituales. Podemos usar inconsciente colectivo si se prefiere. Da igual la palabra siempre que reconozcamos que el ser humano es más grande que su personalidad, que hay algo más. Lo mismo ocurre con grupos o colectivos. Como alemán, formo parte del colectivo, quiera o no quiera, y ese colectivo influye en mí y yo en él. Esta influencia va más allá de la personalidad, tiene que ver con la pertenencia. Tener raíces y pertenecer, son algunas de las necesidades más olvidadas hoy en día.
Ha escrito que lo contrario del amor no es el odio, sino la indiferencia. ¿Qué quiere decir exactamente?
En el taller de esta mañana, una mujer dijo “odio a mi madre, la mataría”. Cuando escucho esto, lo que oigo es “la quiero profundamente”. Son las dos caras de la misma moneda. Cuando alguien me dice “ya no me importas”, ahí murió el amor. Lo sorprendente es que detrás del dolor se esconde el amor.
@nataliamartin es periodista. Si quieres ponerte en contacto con ella escribe a natalia@vidasencilla.es
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