Microgordofobias: una sutil y cruel discriminación que se resiste a desaparecer
Hablamos con Ferran Giménez, sociólogo y profesor de Psicología y Ciencias de la Educación de la Universitat Oberta de Catalunya, sobre este tipo de violencia psicológica que las redes sociales amplían.
Existe un vídeo de Andrea Compton de septiembre de 2021 en el que la youtuber se dedica a repasar la representación de las personas con sobrepeso (con un foco especial en las mujeres) en el cine y la televisión de los últimos años.
El vídeo resulta especialmente abrumador por dos razones. La primera: los innumerables ejemplos que Compton es capaz de poner sobre la mesa de cómo las personas con sobrepeso son representadas casi sin excepción como tontas, divertidas o torpes. Además, como por ejemplo en la saga de Bridget Jones, casi nunca están verdaderamente obesas.
El segundo efecto del vídeo, que más que abrumar, incomoda, consiste en darse cuenta de que, en el pasado, muchos de nosotros aceptamos esa discriminación y nos reímos con el estereotipo. Lo que, de manera indirecta, nos hace cómplices de ella.
Por lo fácil que es sucumbir a su influencia, en ocasiones parece que la gordofobia estuviera instalada en nuestros cerebros como parte de su sistema operativo. No es difícil encontrar ejemplos de la misma en muchas parcelas de nuestra vida. A veces se manifiesta de forma explícita mediante insultos y hasta agresiones (especialmente entre los más jóvenes), pero en la mayoría de ocasiones lo hace de maneras más sutiles y retorcidas. En este segundo caso, estaríamos hablando de las microgordofobias, una forma de violencia simbólica que funciona de forma similar a los micromachismos.
Entrevistamos a Ferran Giménez, sociólogo y profesor colaborador de los Estudios de Psicología y Ciencias de la Educación de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC), sobre esta cuestión que lleva tiempo analizando. «A pesar de no suponer una manifestación física de violencia, las microgordofobias tienen una gran capacidad para crear estrés, angustia, ansiedad e indefensión en las personas hacia las que van dirigidas”, nos cuenta.
Para Giménez este tipo de problemas derivan directamente de la sociedad capitalista de consumo y patriarcal en la que vivimos. “En nuestro mundo, existe un ‘sistema de poder’ que genera unas identidades dominantes y unas identidades dominadas. Las dominantes son aquellas que son más funcionales para la propia perpetuación del sistema”, afirma el profesor. “Es el mismo análisis que se hace históricamente en cuestiones de género. Las identidades de género dominantes para hombres y mujeres han sido las CIS y de orientación heterosexual porque son la base de la familia nuclear, que a su vez es la base de la sociedad de consumo. ¿Qué pasa cuando esta mirada la trasladamos a la imagen personal, a los cuerpos? Pues que también existe un tipo de imagen corporal formal, normativa, y otras que no lo son”.
Casi sobra decir que la imagen dominante en 2022 son los cuerpos normativos de hombres y mujeres esbeltos que se cuidan, que se depilan, que toman el sol, que se apuntan al gimnasio… A pesar de que, en el mundo real, no sean estos los que más abundan.
Según datos del Instituto Nacional de Estadística, un 61,4% de los hombres y un 46,1% de las mujeres de nuestro país tienen sobrepeso u obesidad. “En nuestra sociedad de consumo, otro ámbito que se mercantiliza es nuestro propio cuerpo”, continúa Giménez. “Estas identidades que son funcionales para el sistema y la exigencia de belleza –que inicialmente sólo era para las mujeres pero que desde unas décadas también lo es para los hombres– comportan que la sociedad le asigna a las personas altas y esbeltas una serie de características positivas tanto en el ámbito privado como en el público”.
Es por esto que muchas empresas eligen para puestos de cara al público a personas que cumplen con el ideal de belleza normativa. “A las personas con más peso no se les atribuyen valores de competencia profesional o deseo sexual como sí que se hace con las personas esbeltas normativas”, explica el sociólogo. “Es decir, el cuerpo normativo es sinónimo de éxito social tanto como el cuerpo no normativo lo es de fracaso. Y esto se dispara con otros patrones como, por ejemplo, las personas con diversidad funcional”.
Esta política empresarial sería un claro ejemplo de microgordofia: evitar de una forma sutil y velada que haya personas, ya no gordas, sino simplemente no esbeltas, de cara al público en un determinado punto de atención. “Esta clase de rechazos pueden provocar que las personas sobre las que se ha ejercido esa violencia limiten sus expresiones de afecto de manera pública, eviten comer en público o esquiven determinada vida social”, afirma Giménez.
Todo esto se agrava y adquiere todavía más importancia si hablamos de jóvenes y de la influencia de las redes sociales, teniendo en cuenta además que la adolescencia es una etapa clave del desarrollo personal, en la cual la imagen física tiene una importancia primordial. “Los chicos y chicas de la clase que no tienen un peso normativo suelen notar que, incluso aunque nadie se ría de ellos o los rechace explícitamente, no los invitan a fiestas de cumpleaños u otros eventos sociales de su entorno, son los últimos en ser escogidos cuando se organiza un partido de fútbol en el patio… Se trata de microdiscriminaciones, microviolencias diarias que se sitúan cerca del acoso pero que todavía se toleran”, reconoce el profesor.
Por si esto fuera poco, las redes sociales, imprescindibles para los más jóvenes, no hacen sino amplificar estas muestras de violencia simbólica. “Mientras que las personas con cuerpos normativos publican fotos o vídeos en redes que reciben decenas o cientos de likes; los no normativos no se atreven a hacerlo y no reciben, por tanto, la recompensa social y la validación que supone tener un determinado número de ‘me gusta”. Según Giménez esto tiene un efecto multiplicador del mensaje de no aceptación de la diversidad corporal.
Para finalizar, el sociólogo señala cómo la administración, las empresas, la publicidad y, en definitiva, todo nuestro sistema social, fomenta estos problemas promoviendo una exacerbada exaltación del yo. “Tenemos que sacar el máximo partido de nuestra vida social, de nuestras capacidades y también de nuestra propia imagen. Tenemos que ser ‘la mejor versión de nosotros mismos’. A las personas consideradas gordas, por tanto, lo que se les está trasladando por parte de la sociedad es que son gordos o gordas porque no se esfuerzan lo suficiente, porque no cumplen con los requisitos que se les exigen [hacer dieta, machacarse en el gimnasio]. No encajan en el modelo dominante, están fuera, no forman parte de él”.
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