“Me enfadé con mi mejor amiga y no volví a tener lo mismo con nadie”: así nos daña el duelo de perder una amistad
Varias mujeres narran qué han sentido y por qué cuesta tanto el poner fin a una amistad.
La periodista Rebecca Traister explicaba en The New York Times que la amistad femenina ha sido la base de la vida de las mujeres desde que han existido. Cuenta que en otras épocas se recurría en muchas ocasiones al matrimonio por razones económicas, por lo que era más difícil que encontraran en la pareja el apoyo emocional o intelectual que necesitaban. Eran entonces las amigas las que ofrecían esa estabilidad íntima.
Hoy en día, para muchas personas la amistad lo es todo, especialmente en las primeras décadas de la vida. Con una mejor amiga se crea un espacio íntimo y de confianza que se convierte en refugio. Son los oídos que esperas que escuchen sin juzgar; con quien creces hacia la propia autonomía; la persona con la que divertirse y desconectar. También son el hombro en el que apoyarse cuando las parejas van y vienen van y vienen. Pero en una sociedad en la que se otorga tanta importancia a las relaciones sentimentales, ¿qué pasa cuando son las amistades las que se rompen?
Pues más o menos lo mismo. “Debemos considerar la relación de amistad como cualquier otro tipo de relación significativa. Y, por tanto, el impacto emocional que nos deja la ruptura es un duelo, como el que sentimos cuando rompemos una relación sentimental o un fallecimiento”, responde David Blanco Castañeda, psicólogo sanitario del equipo de Cenit Psicólogos. El experto asegura que “experimentamos sentimientos de tristeza, inseguridad, abatimiento y pensamientos recurrentes sobre la pérdida (dándole vueltas sobre los motivos a las causas del distanciamiento, o sobre los momentos críticos que explican la ruptura)” y que “a menudo, sentimos nostalgia por los buenos momentos. También enfado, ya que en los tiempos de conexión solemos afirmar y asegurar que la relación perdurará con los años y a veces no es así. En la sociedad hemos normalizado como un punto de inflexión la ruptura de una relación de pareja, pero todavía nos queda tiempo para considerar las relaciones de amistad como igual de significativas que estas”.
Cerrarse a más relaciones
María, periodista de 39 años, tuvo una de esas relaciones en las que se comparte prácticamente todo desde el parvulario. Eran “uña y carne” hasta el punto de que, en los ochenta, la una tenía la inicial de la otra grabada con compás en la pierna. “Era la hermana que no tenía en casa”, asegura. En el instituto compartían la misma pandilla. Y había líos entre ellos. Explica que su amiga era “más experimental” con los chicos, que conocía al “amor de su vida cada dos días”. María, por el contrario, era más selectiva. El tema es que ella se fue enamorando de uno de los tantos ex ligues de su amiga, también del grupo. Y se lo contó. Pero reaccionó de un modo que no se esperaba. Ahí terminó su relación.
“Creo que fue por la niñez. Éramos inmaduras emocionalmente. No supimos mantener la amistad ni entender que debe estar por encima”, afirma la afectada. “La edad no jugaba a nuestro favor e hizo que se precipitaran los acontecimientos. Los chicos van y vienen, pero ahí perdimos la amistad”, añade. Ella estuvo saliendo varios años con el chaval y sin embargo, de su amiga no supo más. Tras ello no volvió a tener una amistad igual. “Siempre he tenido la sensación de que me costaba dar el cien por cien porque tenía miedo de que me volvieran a dejar tirada. Pones mucho en una relación así. Tu mejor amiga lo sabe todo de ti. Es como sentirse desnuda con una persona. Después te puedes seguir desnudando, pero no al mismo nivel”, relata.
A Vicky, propietaria de una tienda online de 35 años, le pasó lo mismo. Se fue a vivir con su mejor amiga de la adolescencia, pero la convivencia fue haciendo mella en la relación. “Fue lo que la arruinó, sobre todo por una falta de comunicación brutal. Para mí fue superdoloroso ver que ella estaba más fuera que dentro de la amistad”, explica. La fase de duelo le duró hasta que asumió la separación. También reconoce que ahora, aunque tiene muy buenos amigos, vive esas relaciones con un mayor desapego a raíz de este episodio.
Señales de reconciliación
A día de hoy, Vicky tiene más relación con sus ex parejas que con su ex amiga. A priori, una de las diferencias entre una ruptura de una relación sentimental y una amistad es que, en la segunda, y salvo que haya convivencia como en su caso, no hay que repartirse (o devolverse) los objetos de aseo, los libros o la ropa. A veces basta con asimilar que ni tú ni tu amiga sois la misma persona que cuando os conocisteis. La intensidad de la relación va decreciendo hasta tal punto en que se diluye. En otras, la ruptura es mucho más dramática.
Bea, dependienta de una tienda de ropa de 29 años y graduada en Filología, conoció a la que después fue su amiga íntima al terminar el instituto. La chica no tenía muchas amistades, por lo que se volcó en la relación. Fueron inseparables durante cinco años, hasta que después de varios malentendidos y conflictos tuvieron una discusión que desencadenó en reproches. Eso acabó por romperlas.
“Me sentí tal cual como cuando rompes con una pareja. Con mucha rabia primero. Después, pensando que su amistad había sido un engaño, una decepción. Pero poco a poco se me fue pasando”, señala. El psicólogo Blanco Castañelada también recomienda que, como si se tratase de una ex pareja, para superar la relación se opte por el ‘silencio’ en sitios como el Whatsapp o Instagram. “Además de una temporada en la que debemos cortar con varios canales para evitar enfrentamientos o situaciones incómodas (redes sociales, decirles a amigos en común que no nos hablen de ellos o quitar de contactos de móvil para evitar recriminaciones), debemos de hacer actividades que nos distraigan de la pérdida y así sentir diversas emociones en el proceso”, explica.
Y eso hizo ella. Para Bea “la amistad mueve el mundo”, igual que para otras personas lo hacen las relaciones sexoafectivas. Por eso la ruptura se asimiló bastante a una sentimental. “En nuestra relación nos dejamos mucha ropa. Cuando se cortó yo aún tenía muchas cosas suyas. Después de medio año sin hablarnos, un amigo me dio todas mis cosas que tenía ella en su casa. No me gustó que pasaran por terceras manos y me lo tomé a mal”, señala. Tras eso vinieron llamadas de atención: “Veía que ella en redes sociales publicaba alguna señal de acercamiento. Por ejemplo, algunas de nuestras canciones y las borraba, lo que me hacía sentir aún más aludida”. Tiempo después llegó el acercamiento. A día de hoy han vuelto a ser amigas y la relación, dice, es mucho mejor. Sobre todo porque han conseguido mejorar la comunicación, que fue lo que falló en la primera etapa.
Adiós a las relaciones tóxicas
Alejarse de una pareja tóxica tampoco es más fácil que hacerlo de una amistad tóxica. Al revés: mientras que cada vez hay más conciencia social sobre las señales que indican que una relación sentimental nos hace daño, con las amigas no se ve de una manera tan evidente. Se permiten comportamientos porque “esa persona es así” o para evitar situaciones incómodas, por mucho que los comportamientos puedan llevar años irritándonos.
A Beatriz, actriz de 44 años, le tocó lidiar con eso. El problema es que el proceso salpicó a una pandilla entera que salía junta desde la adolescencia. Lo hizo justo cuando las seis miembros del grupo empezaban a cumplir los 40 años. Ante el primer cumpleaños, una de ellas intentó convencer al resto para hacer el regalo que ella quería. Incluso “mentía un poco” para conseguirlo. Pero era algo que, en opinión de Bea, nada tenía que ver con su amiga. Su plan para la celebración tampoco casaba con la personalidad de la protagonista de la fiesta.
Lo que puede parecer una simple anécdota era una dinámica constante en el grupo. Fueron años de malas caras por su parte, reproches, victimismo y «manipulación» que decidieron poner fin justo en ese momento. “Le plantamos cara. Ella empezó a acusarnos de ser malas amigas, de tomar decisiones sin ella… Montó un gran drama. Hasta ese momento nosotras lo arreglábamos diciendo que había sido un malentendido. Nos echábamos un poco la culpa y todo volvía a su cauce. Pero esa vez no nos apeteció”, explica Beatriz.
Las discusiones hacia esa ruptura duraron dos semanas. “No me di cuenta de lo duro que era hasta que me vino la regla dos veces en un mes. Nunca me había pasado. Es uno de los primeros síntomas cuando hay un estrés muy grande. Significó perder a tu grupito, a quienes les cuentas tus problemas. La gente con la que hablas y confías. Era la pandilla con la que nos íbamos de viaje y hacíamos planes”, prosigue.
Bea explica que su amiga ‘tóxica’ tenía cosas buenas. También supo que había tomado la decisión correcta cuando se sintió aliviada al dejar de tener contacto. El problema es que otra amiga del grupo se puso de parte de esa chica. Así que, por cortar con una, perdió a las dos. Y esa segunda sí que le importó. “Me rompió el corazón muchísimo”, confiesa y recalca que no sintió un vacío más grande que con la ruptura de su pareja, “pero significó perder un ancla”. El duelo le duró alrededor de un año. La suerte es que no vivían en la misma ciudad. A día de hoy, se sigue acordando de su amiga cuando ve en un escaparate ropa o complementos que sabe que le gustarían. O cuando hay una obra de teatro o una película que, en otras circunstancias, vería con ella. Con su ex se puede saludar sin ningún problema; con ellas aún no sabe cómo reaccionaría.
“Expresar con otras personas lo que sentimos y no evitar el malestar o el dolor ayuda, paradójicamente, a normalizar dichas sensaciones y aprender a vivir con ello”, concluye Blanco Castañeda. El tiempo, en una situación así, también es tu amigo.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.