El arte de no dar palo al agua en el trabajo
Un aluvión de libros y estudios documentan los efectos del estrés en el trabajo, pero muy pocos hablan del fenómeno inverso: empleados que se aburren o que dedican el tiempo a sus cosas
En su novela póstuma, el escritor David Foster Wallace escribe sobre un funcionario que muere en su puesto de trabajo, pero nadie se percata hasta unos días después. Si sólo se tratase de un recurso literario, no nos llamaría la atención. Ocurre, sin embargo, que el episodio se inspira en un hecho real. En 2004, un empleado de Hacienda en Finlandia falleció en similares circunstancias. Aunque había unos 100 compañeros en ese mismo piso, nadie se percató de lo ocurrido hasta que, dos días después, un amigo fue a buscarlo para almorzar y se encontró con la sorpresa.
Del arte y los pesares que desencadena la holgazanería, ya sea impuesta o buscada, versa el nuevo libro Empty Labor (traducido literalmente, Trabajo vacío). Su autor, el investigador de la Universidad de Lund (Suecia) Roland Paulsen se pregunta si tener un empleo equivale necesariamente a trabajar, y qué se puede hacer para prevenir el aburrimiento en el trabajo. Paulsen parte de la base de que, mientras que el estrés laboral es foco de numerosos libros, investigaciones y artículos en medios de comunicación, se ignora el fenómeno opuesto: empleados que se aburren como ostras y que emplean el tiempo en ver chistes o pornografía, hacer apuestas online o, en el mejor de los casos, escribir una novela. En Estados Unidos, el 60 por ciento de las ventas por Internet se producen de 9 de la mañana a 5 de la tarde, las horas que ocupa la jornada laboral estándar, recuerda Paulsen.
El remoloneo en el trabajo está muy extendido. De acuerdo con los estudios citados por el autor, los empleados hacen el vago entre una hora y media y tres horas al día. Un informe de Gallup del año pasado encargado por IRHIM, una asociación internacional de directivos de Recursos Humanos, sobre el compromiso de los empleados muestra que solamente el 13 por ciento de los empleados de 142 países se sienten vinculados con sus trabajos. Otro 26 por ciento se siente “activamente no vinculado”. El estudio coloca a España en un buen lugar (el cuarto) en el ranking de Europa occidental, a pesar de que sólo un 18 por ciento de los trabajadores se declara “realmente vinculado” a su empresa. Un 62 por ciento va a trabajar sin sentirse vinculado, de acuerdo con esta fuente.
A primera vista, que te paguen por no hacer nada –o, todavía mejor, recibir un salario mientras te dedicas a tus cosas– parece el sueño de cualquier autónomo y tantos otros. Pero no es oro todo lo que reluce; el tedio, asegura Paulsen, es uno de los principales enemigos de la felicidad laboral. “Hay muchos estudios que demuestran la relación entre el nivel de desafío y la percepción subjetiva de bienestar. Es evidente que un objetivo inalcanzable o un exceso de diversificación en las tareas puede producir estrés. Sin embargo, la rutina y la ausencia de retos convierte el trabajo en un suplicio. El aburrimiento es el peor enemigo de la motivación”, señala la abogada Belén Varela, experta en mejorar el bienestar en las organizaciones.
Las grandes organizaciones y el sector público son terreno fértil para vaguear. En la imagen, fotograma de ‘Parks & Recreation’.
Cordon Press
La principal motivación, en estos casos, viene a ser que parezca que hagas algo. Las apariencias están por encima de la realidad, la ofuscación prima sobre la claridad, la política por encima del desempeño. Trucos como dejar una chaqueta permanentemente colgada en la silla de forma que parezca que eres el primero en llegar y el último en salir de la oficina son fundamentales si uno quiere convertirse en el perfecto remolón. “La pericia de los gandules es sutil: asegúrate de que estás en algún otro lugar cuando se está repartiendo el trabajo. Los holgazanes exitosos nunca manifiestan abiertamente su aversión al trabajo, y confrontados con lo inevitable se mostrarán extremadamente dispuestos”, dice The Economist en el artículo titulado Guía para holgazanear. El ordenador, por cierto, es la herramienta perfecta cuando se trata de cubrir las apariencias. Para que parezca que te estás quemando las cejas en el trabajo cuando, de hecho, una pantalla más allá estás buscando casa rural para el próximo puente. Como bien saben sus seguidores, es un tema recurrente en las populares viñetas de Dilbert. Su creador, Scott Adams, se inspiró en su propio empleo para cuestionarse la relación entre trabajo y productividad. “El trabajo puede definirse como ´cualquier cosa que preferirías no estar haciendo´. La productividad es harina de otro costal”, dijo Adams. Paulsen recoge otros ejemplos extremos que ilustran esta situación, como el de un funcionario alemán que hace un par de años escribió un mensaje de despedida a sus colegas con ocasión de su jubilación en el que confesaba no haber pegado palo al agua durante los últimos 14 años, mientras disfrutaba de un abultado salario.
Algo importante, recuerda Paulsen, es que este pasotismo no siempre es fruto del descontento. Como se suele decir, cuando el demonio no tiene nada que hacer, mata moscas con el rabo. Y así, de acuerdo con varias encuestas de Salary.com, no tener suficientes tareas es la razón principal para hacer el vago. El típico dependiente que pasa las horas muertas en la zapatería vacía o el funcionario en algún departamento anacrónico son dos ejemplos de personas que trabajan poco sin buscarlo. “Hacer el vago de forma involuntaria parece maravilloso. Pero al final la mayoría de nosotros echará de menos algún tipo de actividad significativa”, escribe Paulsen.
¿El jefe tiene la culpa?
“Si entendemos que la primera responsabilidad de un jefe es dirigir a las personas, es muy grave tener en el equipo gente que se aburre y no enterarse o, peor aún, saberlo y no hacer nada”, señala Varela. Esta consultora recuerda que la principal función de un directivo es conseguir que los objetivos de cada persona estén en equilibrio con sus capacidades para que constituyan “un verdadero desafío cotidiano, una oportunidad para aprender e innovar”. De todas formas, apunta Varela, escudarse en un mal jefe para aburrirse es una mala estrategia de bienestar: “el aburrimiento es enemigo de la felicidad y está en nuestras manos buscar la mejor forma de aportar valor a la organización”.
El remoloneo se hace más propicio cuando se trabaja en un lugar donde no hay una relación clara entre el tiempo invertido y los resultados. Por eso, apunta Paulsen, las grandes organizaciones y el sector público son terreno fértil este sentido, como denotan los ejemplos anteriores. “Más que el tamaño de la empresa, el problema reside en la organización de los procesos y la dimensión de los equipos”, dice Varela. “Es más probable aburrirse en trabajos organizados en serie o en cadena que en equipos orientados a proyectos, con una misión clara y unos objetivos que les permiten comprobar su avance”.
¿Remolonear significa renunciar a tus ambiciones? Para nada, señala el artículo de The Economist citado anteriormente: “Demasiados vagos están embrujados por el viejo mito de que hay una conexión entre esfuerzo y recompensa”. Hay, como se ha dicho, pocos estudios cuantitativos sobre el remoloneo. Pero los que existen muestran que es más prevalente entre los que ganan más dinero. “Cuando te conviertes en directivo tus problemas están resueltos. Puedes delegar todo tu trabajo en otras personas mientras te pasas los días atendiendo conferencias internacionales o cultivando relaciones con los inversores”.
@nataliamartin es periodista. Si quieres ponerte en contacto con ella escribe a natalia@vidasencilla.es
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