Cómo superar el mal de la impuntualidad
Aunque hay diferentes tipos de ‘llegatardistas’, todos ellos suelen caracterizarse por tener una excusa siempre a mano y ser incapaces de romper con la manía. Sin embargo, hay soluciones.
¿Es un hábito? ¿Un gen? ¿Una enfermedad? ¿Un embrujo? ¿Mal de ojo? ¿Todo lo anterior? Si eres portador de este virus o has cometido la imprudencia de poner llegatardistas en tu vida, quizá hayas observado que es más fácil que el camello entre por el ojo de la aguja que romper la costumbre, bastante extendida en este país, de la impuntualidad.
Aunque hay diferentes tipos de llegatardistas, como se verá enseguida, todos ellos suelen caracterizarse por tener una excusa siempre a mano y ser incapaces de romper lo que a veces parece una manía de la que es imposible zafarse. A causa de su costumbre de llegar siempre tarde, la consultora Diana DeLonzor sufrió graves problemas en el trabajo, conyugales y entre sus amistades; a pesar de todo, no consiguió cambiarlo. Esto es, hasta que escribió su libro, titulado Never be late again (Nunca llegues tarde de nuevo), y comenzó a dar talleres y seminarios sobre el asunto (monetizando con habilidad su mal). “Decirle a alguien que llega crónicamente tarde que sea puntual es como plantearle a una persona a dieta que no coma tanto”, señala DeLonzor. “La gente puntual no lo entiende. Creen que es algo que tiene que ver con el control, pero es un problema mucho más complejo”.
En el estudio que la autora realizó en la Universidad de San Francisco, encontró que el 17 por ciento de los participantes llegaba crónicamente tarde, y entre ellos se repetían algunos patrones: tendían a posponer más las cosas pendientes y sufrían más dificultades relacionadas con el autocontrol y la atención. A partir de esta modesta investigación (participaron 225 personas), De Lonzor agrupó a los llegatardistas en siete categorías:
Los productivos. Se caracterizan porque desean hacer lo máximo en el menor tiempo posible. Estos tipos tienden a utilizar el “pensamiento mágico” que consiste en infravalorar la cantidad de tiempo que lleva, en la realidad, completar las tareas pendientes. Como odian malgastar el tiempo, se organizan de forma que vayan a emplear cada segundo de cada minuto aunque sea a costa de hacer esperar a los demás.
Los que apuran hasta el último momento. Estas personas aseguran que son más productivas si se encuentran bajo presión. A veces es difícil motivarlos si no hay algún tipo de crisis de por medio.
Los distraídos. Fácilmente identificables por la cantidad de vuelos y trenes que pierden, no tienen noción del tiempo y se les olvidan desde los cumpleaños de sus madres a las entrevistas de trabajo.
Al lado de estos tres grandes grupos se encuentran otros cuatro: los que nunca admiten su falta y saltan de excusa en excusa; los que carecen de autocontrol; los que buscan hacerse los interesantes llegando tarde y, por último, los rebeldes, que utilizan la falta de puntualidad como una forma de demostrar su poder. Lo más habitual, sin embargo, es pertenecer a dos o más categorías al mismo tiempo.
Como en tantas cosas, el primer paso para cambiar es ser consciente de ello, palabras mayores entre el llegatardista que siempre tiene alguna excusa a mano, y analizar el fenómeno de cerca, planteándose cuestiones como estas: ¿Llegas tarde sistemáticamente a todo o sólo en determinados asuntos, como las reuniones familiares? ¿Una vez en la calle te invade súbitamente la duda de si te dejaste la luz del baño encendida y has de volver a casa? ¿Eres de los que ha de enviar ese último e-mail antes de salir de la oficina? ¿Crees que quedarás absuelto a base de SMS en los que avisas de tus retrasos?
Un escollo importante para cambiar es que, como habrán notado quienes hayan pasado temporadas en países como Estados Unidos o la mayoría de los europeos, la impuntualidad es algo aceptado en nuestra sociedad. El experto en productividad personal Daniel Aguayo recuerda que en las reuniones de trabajo es habitual que se concedan diez minutos de cortesía a quien llega tarde. “Penalizamos a los asistentes y nos compadecemos de los no presentes”, señala. “Por supuesto cualquiera puede no ser puntual excepcionalmente a causa de un imprevisto. El problema surge cuando se convierte en un hábito y mostramos una falta de compromiso, cuando no de respeto. Algo que repercute, como es lógico, en la productividad”.
Aguayo sugiere atajar el problema calculando llegar a la cita quince minutos antes. “Eso te dará cierto margen para los inconvenientes de la vida real (el tráfico, las colas, las averías, etc). Parece que de esa forma serás tú quien pierda el tiempo si llegas antes; para evitarlo, lleva algo que hacer durante la espera”. Es útil, por otra parte, coger lápiz y papel y escribir cuánto tiempo, en realidad, lleva emprender una tarea. Por ejemplo, por la mañana, en lugar de utilizar el “pensamiento mágico” (me ducho, me arreglo y desayuno en cinco minutos) tomo nota del tiempo real y actúo en consecuencia.
Erik Larsson, de HabitosVitales, cree que para cambiar necesitamos una fuerte motivación. “Esta puede enmarcarse dentro de un plan de mejora personal más amplio, o ser muy específica: lograr ese ascenso en el trabajo, estar preparado para una presentación o no volver a perder una avión”. “La solución”, apunta por su parte Antonio José Masiá, del blog de productividad Cambiando Creencias, “pasa por una buena gestión del calendario. Si tienes todo recogido en el calendario y lo revisas a diario, no se te pasa nada. Solemos dejar que nuestra mente nos recuerde las cosas y ya sabemos que no es el mejor lugar para guardar fechas, reuniones, etc, dado que cuando lleguen no nos avisará”.
Quizá pensar en el otro sea el mejor estímulo para romper el hechizo. “Cuando no eres puntual, estás robando a la persona afectada uno de sus recursos limitados más valiosos: su tiempo. Ser impuntual puede mermar la confianza en una persona y esta situación puede llegar a generar mucho estrés”, apunta Masiá. “Me fio poco de las personas que llegan tarde sin avisar, sobre todo si no las conozco. Si a una primera cita llegan tarde, ¿qué ocurrirá después?”.
@nataliamartin es periodista. Si quieres ponerte en contacto con ella escribe a natalia@vidasencilla.es
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.