Por qué acariciarnos a nosotros mismos frente al espejo dejará de parecernos ridículo
La autocompasión, también en forma de caricias o con un guiño a nuestro reflejo, puede ayudar a sentirse mejor a todas esas personas privadas del afecto físico de sus seres queridos.
La necesidad humana de cariño ha ocupado a filósofos, sabios y escritores desde tiempos inmemoriales. Los estoicos, desde el siglo III a. C., y en especial algunos de los más relevantes como Séneca, se preguntaban por el amor y sus virtudes. Para el pensador cordobés, «la alegría viene de aquellos a los que amamos, incluso cuando están ausentes». George Eliot, seudónimo tras el que se escondía la escritora Mary Anne Evans, escribía en el siglo XIX que el cariño es básico para una vida sana.
La ciencia, en el siglo XX, ha llegado para mostrar con hechos todos los beneficios que las muestras de cariño aportan. Gestos tan mundanos como las caricias de una madre o un padre a sus hijos esconden mucho más que una simple prueba de amor. Un estudio de la Asociación Internacional de Neuropsicoanálisis publicado en la revista académica Frontiers in Psichology destacaba cómo ayudan a crear un sentido del ‘yo’ sano.
Otra investigación, de la publicación American Journal of Psychiatry, desvelaba que las caricias ayudan a calmar el dolor y la depresión. Funcionaría como sigue: el contacto favorece la liberación de oxitocina, una hormona que induce a la relajación, lo que llevaría al alivio e induciría emociones felices.
En tiempos del coronavirus, sin embargo, el confinamiento ha dejado a muchas personas sin acceso a estas demostraciones de afecto. Ya sea porque viven solas o con compañeros de piso cuyo grado de intimidad no pasa de compartir nevera y zonas comunes, han sido privadas durante ya mucho tiempo de este contacto. La próxima desescalada, acompañada del distanciamiento social, no prevé dar un vuelco a la situación. ¿Qué les queda a estas personas para levantar el ánimo? La autocompasión viene al rescate.
Acariciarse a sí mismo, de ridículo a vital
El término puede sonar mal. Puede llevar a pensar en un sentimiento de lástima por uno mismo, o incluso de autoestima baja. Los estudios recientes, por su lado, se aproximan a la autocompasión desde otra perspectiva: la de una herramienta útil para el bienestar personal. La psicóloga Itziar Digón explica esta nueva concepción. «Tiene que ver con mostrarse cariño a uno mismo, con ser amables con nosotros. Frecuentemente, nuestro diálogo interno suele ser crítico y destructivo cuando cometemos un error o las cosas no salen como nos gustaría. En cambio, cuando alguien nos pide consejo o se equivoca, mostramos comprensión y cariño. ¿Por qué no hacer lo mismo hacia nosotros?».
Visto así, no se trata de adoptar una posición de victimismo, sino un sentimiento constructivo. A través de la inteligencia emocional, se pueden entender las emociones que se están experimentando, por qué y cómo lidiar con ellas. Y aunque se cree que es más efectiva cuando la ofrece otra persona, se puede llegar a entrenar para resultar igualmente válida viniendo de uno mismo.
Lo mismo sucede con las muestras de cariño propias. Los beneficios que la ciencia ha mostrado para las caricias ajenas pueden trasladarse a las de uno mismo. «Si la trabajas de verdad, es una experiencia altamente reconfortante. Cuando uno está mal se siente necesitado del otro para que le libere y consuele, pero ser capaz de hacerlo solo es muy tranquilizador», opina Digón. Y descarta el sentimiento de vergüenza ajena que podamos experimentar al hacerlo. «De primeras, los que somos muy críticos lo rechazamos, pero a medida que lo vas entrenando, reconforta».
Guía para principiantes
El portal Psicología Online recomienda encontrar tiempo para concentrarse en uno mismo. Y eso es, precisamente, lo que sobra ahora. Eso sí, añaden un consejo, que con el aumento del uso de aplicaciones móviles parece muy relevante. «Desconecta de la tecnología para no tapar una posible sensación de vacío por medio de esta distracción externa».
Para iniciarse en estas caricias propias, la psicóloga da unas pautas. «Podemos empezar tumbados en la cama o sofá. Respira y coloca la mano en el corazón, siente tus latidos con tu contacto». Una vez nos hemos acostumbrado a esta rutina, podríamos saltar al siguiente paso o, incluso, darlo después de un rato escuchando el corazón. «Coloca una de tus manos sobre el otro brazo, y déjala ahí quieta. Cuando estés más relajada, puedes empezar a acariciar tu brazo con los dedos, mostrando amor por ti. Te muestras afecto».
Además de las caricias, se pueden practicar otros gestos. «Puedes lanzarte un guiño en el espejo, sonreírte o incluso pintarte los labios. Al final consiste en tomar una actitud positiva». Como experta también en nutrición, valora «prepararse un buen plato, pues reconforta».
Digón aconseja, por último, librarse del estigma del autoafecto como algo ridículo o poco eficaz. Y lo compara con una lección que nos ha dado esta crisis sanitaria. «Siempre se ha menospreciado la conexión virtual como menos efectiva. Pues bien, ahora nos está salvando. Sucede lo mismo con estos gestos. Tú mismo puedes ser el catalizador de un cambio a mejor».
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