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Placeres de verano | Ese olor a crema solar que inunda todas las playas y viene de Tahití

Veraneo con aroma tropical sin salir de las playas mediterráneas. Una fragancia que pone en marcha la película de la niñez, pero sobre la que también se cruzan tradición, colonialismo, industria cosmética e innovación.

El olor de las cremas. Foto: Jaime Villanueva
El olor de las cremas. Foto: Jaime Villanueva
Patricia Rodríguez

Los días más felices de mi infancia comenzaban embadurnándome en crema solar. Hacía calor, todo estaba pegajoso y aquella era la única labor ingrata entre juegos y chapuzones. Los niveles de SPF eran tan irrisorios como 4 o 6 y en todas las casas había algún bote de Leche solar de Nivea o de Delial. Entonces no lo sabía, pero estaba construyendo mi rito olfativo de las vacaciones, que ahora empiezan (como para tantos otros niños de los ochenta) al abrir un bote de crema. Olían siempre como el monoï, un ungüento de Tahití que se obtiene al macerar flores en aceite de coco. Veraneo con aroma tropical sin salir de las playas mediterráneas. Una fragancia que pone en marcha la película de la niñez, pero sobre la que también se cruzan tradición, colonialismo, industria cosmética e innovación.

El aceite de monoï forma parte de la herencia cultural de varias islas de la Polinesia y su uso está documentado en Occidente desde las expediciones de James Cook en el XVIII. A aquellos aventureros les embelesó la preparación y su aroma: “Cuán notablemente aficionadas son estas personas a los olores sofisticados”, se sorprendía como buen ‘salvador blanco’ el naturalista Georg Forster, según cuenta el capitán Cook en Los tres viajes alrededor del mundo.El término tahitiano mono‘i aparecía en mitos o canciones y la mezcla se usaba para hidratar, para proteger la piel o para embalsamar a los muertos. La flor preferida, el tiaré, llegó a Europa 100 años después en las pinturas de Gauguin. Aunque habría que esperar otro siglo más para que la fama global alcanzara al monoï.

Cuando los soldados de la II Guerra Mundial regresaron del Pacífico con tarros del aceite, varios avispados comerciantes previeron el filón de embotellar el exotismo. Coincidía con el auge del turismo de playa, con la popularización de los fotoprotectores y con la aprobación de las vacaciones pagadas en Francia. Como los soldados, los veraneantes franceses volvían de los territorios de ultramar con souvenirs olfativos y pronto sus compatriotas quisieron la misma fragancia. El cosmético más ubicuo en las playas, la crema solar, se impregnó del espíritu y por eso hoy a muchos el ritmo sosegado del verano nos huele como el dulce, cálido y cremoso monoï.

Excepto por un detalle: las cremas solares no llevan monoï. “Añadirle fragancia a un cosmético no es como ponerle un perfume”, explica Agustí Vidal, académico del Perfume y perfumista de Symrise. Hoy el aceite de monoï se emplea para nutrir piel o cabello, pero para añadir la idea de su fragancia a un filtro solar, se imita. “No se puede usar cualquier materia prima, por las interacciones que pudieran hacer con el resto de los ingredientes. Hay restricciones, pero sabemos cómo hacerlo de manera segura”, añade Vidal. Cuando se quiere transmitir la idea del monoï, recurre a otra flor tropical: “Olfativamente traducimos el olor del tiaré con ylang-ylang, la flor protagonista de esta nota solar que suele tener también coco y salicilatos”. Aunque el coco tampoco está presente: “Se recrea con moléculas porque, como fruta de base acuosa, su fragancia aún no se puede extraer”. Vueltas y vueltas para embotellar la nostalgia estival en cremas o en fragancias. ¿Buenos intentos sobre estas últimas? Paula’s Ibiza de Loewe, Soleil Blanc de Tom Ford o City of Stars de Louis Vuitton. Aunque la vía más económica pasa por recurrir directamente al aceite de monoï, por ejemplo, en Yves Rocher, en una línea que incorpora la materia prima con denominación de origen.

Porque desde 1992 Monoï de Tahití es una marca protegida que delimita la creación de este compuesto, una de las principales exportaciones de esa isla. Aun así, allí las complejidades del aroma siguen siendo infinitas: la protección garantiza cultivos sostenibles, pero deja fuera a muchos pequeños productores. “Su éxito se sigue basando en las conexiones coloniales con Francia y en la visión cuidadosamente sesgada del pasado tahitiano”, señala la historiadora Kate Stevens en el ensayo Repackaging Tradition in Tahiti.

La denominación de origen protegida apela al terroir, un concepto francés que podría traducirse como terruño y que hace referencia a las cualidades de una zona (el saber hacer, la historia, el clima…) que juntas dan como resultado un producto único. O un olor singular, como sostienen los desano, un pueblo de la Amazonía. Ellos defienden que una tribu que comparte alimentación, ubicación o costumbres tendrá el mismo aroma. Es importante: lo tienen en cuenta al reproducirse, ya que nadie podrá juntarse con otro de su mismo olor. Útil para no ennoviarse con un primo lejano, aunque no aplicable a las playas de la España de los ochenta: entonces hubiera sido imposible encontrar pareja que no oliera a monoï.

Cinco cosméticos que han sabido embotellar el olor del verano:

–La crema hidratante corporal Bum Bum de Sol de Janeiro. Para viajar a Brasil sin jet lag.

–La fragancia Aqua Vitae Cologne Forte de Maison Francis Kurkdjian. Para rociarse con altas temperaturas.

–El aceite capilar Hule de Magnolia de Leonor Greyl. Para que la melena brille como en verano durante todo el año.

–Los polvos de sol Terracotta de Guerlain. Para un efecto ‘buena cara’ con un par de brochazos.

–El gel de baño Monoï de Sephora. Su nombre lo dice todo, nada más que añadir.

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Sobre la firma

Patricia Rodríguez
Periodista de moda y belleza. En 2007 creó uno de los primeros blogs de moda en España y desde entonces ha desarrollado la mayor parte de su carrera en medios digitales. Forma parte del equipo de S Moda desde 2017.

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