Arte a la sombra de las palmeras
De Gauguin a David Hockney, las palmeras representan como pocos motivos exotismo, hedonismo y relax. Un libro las encuentra en la obra de varios creadores contemporáneos.
Si a alguien se le ocurriera ir a un funeral o una entrevista de trabajo con una camisa de palmeras, lo más probable es que alguien le ofreciera amablemente (pero con genuina alarma) una chaqueta para cubrirse, como se hacía en los restaurantes de protocolo rancio. ¿Por qué? Si se piensa bien, no deja de ser un motivo vegetal como cualquier otro. Pero este árbol más que ningún otro está atado al hedonismo y al escapismo, al sexo y a las vacaciones. Y, según Bret Easton Ellis, a los chupasangres. “Los Ángeles es un páramo oscuro y encantado. Por las noches, los vampiros se esconden en las palmeras esperando a que las luces se apaguen para vagar por las calles”, dice Blair, un personaje de Menos que cero.
El libro Paradise is Now. Palm trees in art (Hatje Cantz) y la exposición del mismo título que se acaba de clausurar en la galería Robert Grunenberg de Berlín reúnen obras en torno a las palmeras. Hay nombres obvios como David Hockney –cuando se mudó a de Inglaterra a Los Ángeles en 1964, lo hizo “por los hombres y por las palmeras”, Ed Ruscha, y John Baldessari, nativo del Sur de California y bien familiarizado con el árbol del paraíso, que aparece constantemente en su obra, también como representación del confort material.
Pero en la antología también aparecen artistas que han visto aspectos más problemáticos en la palmera. El alemán Simon Speiser (1988), de padre ecuatoriano, recrea lugares fantástico-futurísticos a través de videoinstalacioes y piezas hechas con impresoras 3D y en ellos la palmera tiene un lugar crucial como la esencia de lo exótico. El belga Marcel Broothaers, pionero del minimalismo y el arte conceptual, quiso subrayar el papel de las palmeras en el imaginario colonial (la moneda del Congo belga tenía palmeras grabadas). En su instalación Un Jardin d’Hiver incluía estos árboles, que proliferaron en Europa en la Belle Époque, cuando se pusieron de moda los invernaderos urbanos llenos de especies exóticas. Para Broothaers, los museos actuales no están lejos de los Cabinetes de Curiosidades de la época colonial. Ése fue el sentido que les dio Gauguin, el campeón del exotismo para occidentales, que las incluyó en sus cuadros polinesios.
A David Hockney no se le escapó esa vertiente fálica de la palmera. Él ve en las hojas un símbolo eyaculatorio y para él coincidieron con su emancipación personal puesto que su despertar sexual como hombre gay coincidió con su traslado a California, como ha explicado en varias entrevistas. Por eso, según el comisario de la exposición, pinta su estado de adopción como “un jardín del Edén hedonista: casas elegantes en calles alineadas con palmeras y hombres jóvenes desnudos bajo da ducha o en la piscina, de nuevo con las palmeras elevándose por encima de ellos”.
Los papeles pintados de follaje tropical que se han puesto de moda en los últimos años, ubicuos en bares y restaurantes, no dejan de ser también una puesta al día nostálgica de los “palm courts”, los salones de los hoteles elegantes, que eran una manera de domesticar la palmera. El más famoso de esos espacios, el del Hotel Plaza de Nueva York, se considera espacio histórico protegido desde 2004.
Todo ese potencial evocador unido al lujo y a la evasión hace que las palmeras lo tengan bien para representar también lo contrario, la decadencia. Y no pocos artistas contemporáneos se aprovechan de eso. La británica Juliette Blightman (1980) las planta en un retrete y el holandés Willem de Rooij (1969), que hace bouquets y los adapta al lugar en el que expone, aprovechó una exposición en Los Ángeles para crear ramos gigantes a partir de hojas muertas de palmera, en un momento de extrema sequía.
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