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Suicidio
Tribuna
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¿Podría el fútbol contribuir a prevenir el suicidio?

La prevención del suicidio no es asunto exclusivo de los profesionales sanitarios. Es un reto de la sociedad civil y el fútbol puede jugar un papel central

Futbol
Una cámara de televisión durante un partido de fútbol.Soccrates Images (Getty Images)
Guillermo Lahera

Mi paciente se llama Fidel, tiene depresión y sus pulmones están colapsados por una enfermedad crónica. Acude a la consulta con gafas nasales y arrastrando una bombona de oxígeno. Su mujer lo abandonó hace meses, vive en una habitación alquilada y cobra una exigua pensión. Nunca habla de por qué su hija tarda tanto en llamarle, no se explica por qué se ha desentendido tanto de él, “estará a sus cosas” dice con languidez. Me mira a los ojos y se sincera: “Doctor, a mí ya solo me queda el Atleti”.

Fidel tiene el perfil que los estudios sobre suicidio denominan de alto riesgo. Tiene una ideación de muerte permanente —considera que vivir conlleva demasiados pesares y anhela un descanso final—, tiene un trastorno mental —en realidad dos: depresión y abuso de alcohol—, es impulsivo y padece una enfermedad crónica, limitante y dolorosa. Y, sobre todo, es varón. Los hombres mueren por suicidio entre 3 y 4 veces más que las mujeres, diferencia que se ha mantenido de forma regular en las últimas décadas y que se amplía de forma impresionante en la tercera edad: el 30 % de los suicidas son varones de más de 65 años. Y, aunque sea más anecdótico, en nonagenarios, la tasa de suicidio es de 53 por 100.000 (y en mujeres del 4,4, doce veces menor). No hay ningún país del mundo en el que las mujeres superen a los hombres en tasa bruta de suicidio, lo que constituye un fenómeno epidemiológico remarcable.

¿A qué se debe? Se suele señalar en primer lugar la diferencia en los métodos utilizados, de mayor letalidad en los hombres (ahorcamiento y armas de fuego, frente a ingesta masiva de fármacos y precipitación en mujeres). Algún autor plantea hipótesis biológicas en clave evolucionista, pero es rápida y fuertemente respondido (¡vade retro, Satanás!), y hay bastante consenso en asumir la explicación sociocultural, basada en el estereotipo de invulnerabilidad, provisión de recursos, status social y éxito que interiorizan muchos hombres (llámalo, si quieres, mandato patriarcal). El caso es que el hombre en apuros, desprovisto de rol familiar (viudos, separados y solteros tienen un riesgo aumentado) y social (el desempleo o la ruina reciente aparecen en la mayoría de estudios como factores de riesgo) no tiende a verbalizar su sufrimiento ni a pedir ayuda psicológica.

A menudo aplica el mecanismo de la negación a través del abuso de alcohol y otros tóxicos, que acaban funcionando como precipitantes del impulso autodestructivo. Acuden menos a los centros de salud mental, por lo que sus trastornos mentales subyacentes no son diagnosticados ni tratados, y llaman menos a los teléfonos de la esperanza. Su socialización pasa por intereses comunes (el fútbol, la política, jugar al mus) y no tanto por la expresión de su devastado mundo emocional. Obviamente, excusa decirlo, esto son generalizaciones y análisis de tendencias estadísticas. Más allá de la dicotomía hombre-mujer, hay otros muchos factores relevantes. Las personas LGBTIQ+ tienen un riesgo muy elevado de tentativa y suicidio consumado, lo que muestra que siguen sufriendo rechazo, discriminación y, en ocasiones, violencia.

Ahora en España se están poniendo en marcha unos excelentes planes autonómicos de prevención de suicidio (Euskadi, Cataluña, Madrid, Aragón…), que previsiblemente serán armonizados y completados desde la administración estatal. Ojalá aborden este tema específico del que hablamos: cómo hacer que esos varones de 40 años para arriba, desacostumbrados a hablar de emociones y vulnerabilidad personal, puedan ser ayudados antes de que acaben mal. ¿Debemos esperar a que opere en ellos el cambio cultural que deseamos y se decidan a pedir cita en su centro de salud?, ¿o debemos acercarnos a su mundo, sus hábitos, sus códigos, y decirles que no están solos? 4 de cada 5 espectadores de fútbol son hombres, lo que constituye una magnífica oportunidad para una prevención selectiva. Sueño con un anuncio de La Liga que diga: “quizá todo te ha fallado, lloras por las noches, no ves salida, te sientes solo. Pero, recuerda… eres uno de los nuestros”. La ayuda ofrecida desde el club, desde las peñas, desde “los suyos” puede ser más efectiva.

Sería como cantar You’ll never walk alone en Anfield, recuperar la autoestima y el señorío de las remontadas del Bernabéu, dejarse contagiar por esas criaturas, como Messi o Lamine, tocadas por los dioses… Como han señalado Jorge Valdano, Santiago Segurola, Ramón Besa y tantos maestros, el fútbol es más que un deporte. Aporta identidad y pertenencia a un grupo, representa una simulación inocua de la guerra y a la vez un escaparate para hacer arte con el balón. Su estrategia tiene la sofisticación del ajedrez y la feroz competencia ha llevado a los equipos a la excelencia. Aunque a trompicones, está sirviendo para combatir el racismo y promover el juego limpio. En una sociedad deshumanizada, acudir al estadio, ver el partido por la tele o escuchar el Carrusel ofrece compañía y estructura mental para mucha gente. Ahora podría servir también para ofrecer una mano tendida a aquellas personas que se agarran a su equipo como última opción vital. Mi paciente Fidel me contó, entre respiraciones entrecortadas, que había estado en Lisboa (2014) y Milán (2016), en esas finales perdidas ante el Madrid de la manera más sádica posible (el gol de Ramos, ese penalti fallado de Griezmann…). Perder le había hecho más fuerte, más resistente. Debajo de su jersey deshilachado, llevaba una camiseta comprada en un bazar chino de Koke Resurrección.

La prevención del suicidio es cosa de todos, no un asunto que puedan llevar a cabo los profesionales sanitarios por sí solos. Es un reto nacional: educativo, social y cultural, centrado en el objetivo de no dejar a nadie excluido, desahuciado, solo, echado a perder. Podemos mejorar nuestro sistema de atención a la salud mental (de hecho, es acuciante hacerlo), pero no será suficiente. Debemos entender que cada ciudadano, cada empresa, cada organización es, potencialmente, un agente anti-suicidio. Hay días en los que los españoles nos llenamos de lodo y barro, incompetencia, vileza y crispación, y parecemos sumidos en una especie de suicidio colectivo. Quizá lo que nos ayude a muchos es recordar una noche africana del 2010: la brutal patada en el pecho de Nigel De Jong a Xabi Alonso en el minuto 28, el milagroso pie de Iker frente a Robben en el 61 y ese pase filtrado del nunca suficientemente valorado Cesc Fàbregas a un chico tímido, depresivo y genial llamado Andrés Iniesta. Lo demás es Historia.

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Guillermo Lahera
Es profesor titular de Psiquiatría en la Universidad de Alcalá y jefe de sección en el Hospital Universitario Príncipe de Asturias. Es editor jefe de The European Journal of Psychiatry.
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