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Mireia Vallès-Colomer, microbióloga: “Sin bacterias, nuestra vida no es posible”

La investigadora apuesta por estudiar cómo influyen en las enfermedades mentales los microbios que pueblan el intestino

Jessica Mouzo
Mireia Vallès-Colomer, microbiologist and postdoctoral researcher at the University of Trento (Italy).
Mireia Vallès-Colomer, microbióloga e investigadora postdoctoral en la Universidad de Trento (Italia).Fabio Colombi

El microbioma está en boca de todos. Literalmente. Hay, de hecho, un mundo de microorganismos que pueblan la cavidad oral, el intestino, la vagina… y que cumplen funciones esenciales para el organismo. La comunidad científica sabe que millones de bacterias, virus, hongos o levaduras conviven en armonía dentro del cuerpo y trabajan por la vida, pero desconocen exactamente cómo lo hacen, o hasta qué punto llega su influencia. Falta mucho por descubrir, admite Mireia Vallès Colomer (33 años, Vic, Barcelona), microbióloga e investigadora postdoctoral en el Laboratorio de Metagenómica Computacional de la Universidad de Trento (Italia) y experta en el estudio del impacto del microbioma intestinal en la salud: “Se ha pasado de ignorarlo completamente a que sea la solución a todo. Creo que la verdad está en el medio: nos puede ayudar con muchas enfermedades, pero por sí solo no va a ser la solución”, adelanta la investigadora en una entrevista por videoconferencia con EL PAÍS, pocos días antes de participar en un simposio sobre microbioma organizado por IrsiCaixa en Barcelona.

Vallès Colomer, que tiene un máster en Ciencias Moleculares y un doctorado en Biomedicina, ha visto el fulgurante ascenso del microbioma como objeto de estudio en los últimos años, cómo los ojos de la comunidad científica se posaban en este ecosistema de microbios para buscar respuesta a decenas de enfermedades. También ella lo ha hecho: la investigadora abrió un hilo de conexión entre los problemas de salud mental y el microbioma intestinal al descubrir composiciones bacterianas diferentes entre personas con depresión y gente sana. Vallès Colomer también publicó el año pasado un estudio que revelaba que las bacterias se transmiten entre personas con las interacciones sociales: dos convivientes comparten el 12% de las cepas de sus intestinos y hasta el 32% de su boca.

Pregunta. El estudio del microbioma está por todas partes, se menciona en artículos científicos de todo tipo. Pero, normalmente en condicional: podría tener un papel en la salud y en la enfermedad. ¿Qué saben realmente sobre ese ecosistema de microorganismos que puebla el intestino?

Respuesta. En más o menos una década, el campo ha crecido muchísimo y hemos aprendido mucho. Nuestro gran problema es que siempre tenemos asociaciones. O sea, son estudios descriptivos: vemos que si comparamos personas con una enfermedad y otras sanas, hay estas diferencias, pero lo que es difícil es establecer causalidad. Las alteraciones en el microbioma podrían ser una causa o una consecuencia de la de la enfermedad. O nada de ello, podría ser que las personas con esta enfermedad comen de manera diferente, y que su microbioma cambiaría a causa de esas diferencias en la dieta.

P. ¿Cómo media el microbioma en la salud y en la enfermedad?

R. Sabemos, y esta es la evidencia más clara, que sin bacterias nuestra vida no es posible. Dentro de nuestros cuerpos, nos ayudan en la digestión: las fibras son superimportantes para la salud, pero nosotros no podemos digerirlas, las digieren las bacterias que tenemos en el intestino. También nos producen vitaminas, muchos micronutrientes esenciales y nos mantienen el sistema inmunitario controlado, lo entrenan y también, estando ellas allí, nos protegen de patógenos.

P. ¿Qué sucede cuando aparece la enfermedad? Los expertos hablan de una disbiosis, de un desequilibrio en ese ecosistema, pero ¿qué significa eso?

R. La disbiosis es una alteración del microbioma respecto a la composición normal, aunque la composición normal es también una definición muy grande porque dos personas sanas tienen composiciones diferentes. Muchas veces lo que pasa es que hay un bucle: tienes un microbioma con muchas enfermedades, menos diversa, menos resiliente a estímulos externos, y esto ya contiene menos el nivel de inflamación: se crea más inflamación, por el sistema inmunitario o, en muchos casos, porque llega un patógeno. Y todo esto cambia la composición del microbioma y hace que especies patógenas, que muchas veces ya están allí, pero en niveles superbajos y que no nos hacen nada, tengan las condiciones que favorecen más su supervivencia.

P. En 2019, usted participó en un estudio en el que identificaron dos géneros de bacterias, los Coprococcus y las Dialister, que escaseaban en personas con depresión. ¿Esto qué significa?

R. Esto es una asociación: vemos que esas personas tienen niveles más bajos que el resto de la población. Vamos a ver es cuáles son las propiedades de estas bacterias y encontramos que muchas de ellas son productoras de butirato, que es la principal fuente de energía para los colonocitos, las células del intestino, y que también bajan los niveles de inflamación. Seguramente, lo que está pasando es que estas personas tienen un microbioma más proinflamatorio. Dentro de un género de bacterias puede haber cepas que son muy diferentes entre ellas y es por esto que ahora estamos desarrollando métodos de más precisión, porque quizás el problema no es todo un género de bacterias, sino solo algunas cepas.

P. ¿Cómo funciona el eje intestino-cerebro? ¿Cómo dialogan?

R. Es importante y vamos viendo varios mecanismos que se relacionan. Una parte es a través de vías nerviosas, o sea el nervio vago: neuronas que se dan en el intestino y llegan hasta el cerebro. Otro mecanismo es la inflamación, que también está relacionado con el cortisol, que es la hormona del estrés. Y el tercero es la producción directa de muchos neurotransmisores en el intestino: una parte muy grande de serotonina, dopamina y gaba de nuestros cuerpos se produce en el intestino, no en el cerebro, y hay una parte que puede viajar a la circulación general y desde allí al cerebro. Pero hay moléculas que no lo hacen y aun así, pueden tener una función.

P. ¿Se estaba enfocando al lugar equivocado al centrar, históricamente, la atención en el cerebro para tratar los problemas de salud mental? ¿Se debería mirar un poco más abajo, en el intestino?

R. No diría que es equivocado o que solo hay que bajar la vista, sino ampliar el zoom y estudiar todo el cuerpo, no centrarnos solo en el cerebro. Sabemos que el problema principal quizás está allí, pero no es solo allí. Y eso está relacionado con que los tratamientos para la depresión no funcionan bien y quizás lo que podríamos hacer es desarrollar terapias para mejorar la composición del microbioma. Al final, lo que necesitamos es una medicina más global.

P. ¿Cuánto influye el microbioma en la salud mental? ¿Cuál es el nivel de intensidad de esa relación y a qué patologías afecta?

R. La intensidad es muy clara y, en realidad, no hace falta que sea a nivel científico. Sabes que todas las personas, cuando tienen momentos de ansiedad, tienen también problemas gastrointestinales. Y cuando se come peor por cualquier motivo, los niveles de estrés sobresalen. Lo que estamos intentando entender es el mecanismo.

P. ¿Las hipótesis que plantean en depresión se amplían a otros problemas de salud mental o neurológicos, como el autismo?

R. En el caso específico del autismo, lo que vemos es que hay muchos artículos publicados, pero con resultados diferentes. Y hay un nuevo artículo del año pasado en autismo que lo que hace es analizar mejor los patrones de alimentación de los niños y ven que, en realidad, muchas de estas alteraciones se pueden explicar por los comportamientos de alimentación. O sea, que quizás las diferencias que vemos en el microbioma no son solo de la enfermedad, sino que los niños comen de modo diferente. En otras enfermedades, como párkinson o alzhéimer, sí que hay patrones claros. Casi por cada enfermedad que se nos ocurra, te encuentras algún artículo que te muestra que hay diferencias en el microbioma; pero la parte importante es ver si son realmente señales de la enfermedad, o del tratamiento, o si son patrones de alimentación u otra cosa.

P. ¿Qué se entiende por un microbioma sano si cada persona sana tiene un microbioma diferente?

R. La alta diversidad. Puede ser que las bacterias que estén ahí sean diferentes entre dos personas, pero las dos personas van a tener una alta diversidad de microbios.

P. En uno de sus estudios revelaba que las interacciones sociales, de alguna manera, dan forma a nuestro microbioma. ¿Eso quiere decir que todo se pega, hasta nuestras bacterias?

R. Sí, hasta cierto punto, sí. Cuando el bebé nace, nace casi estéril y recibe todas sus bacterias de su madre. Pero lo que vemos nosotros es que en bebés faltan muchas de las bacterias típicas de los adultos, o sea que tenemos que adquirirlas más tarde o más temprano. La parte nueva del artículo de este año es que en adultos también hay mucho intercambio y esto no es una cosa mala. ¿Tengo que ser más higiénico? Para nosotros, no. Un microbioma más diverso es una cosa positiva. Más interacción con más personas es una cosa que va a enriquecer tu microbioma.

P. ¿Cómo se hace ese traspaso de microbios? ¿Influye igual vivir con una persona que irte de fiesta con 200?

R. Para el microbioma intestinal es importante que la interacción sea prolongada. Si te cruzas con una persona en el supermercado, o con muchas en la discoteca, quizás no vayas a intercambiar nada. Hacen falta interacciones sociales de calidad.

Sabemos que el trasplante de heces es una solución de emergencia, no definitiva”

P. Si nos enriquecemos con los microorganismos de los demás, ¿también se puede contagiar una disbiosis y, por tanto, enfermedades no transmisibles puedan llegar a serlo?

R. Esta es una hipótesis que nos planteamos: podría ser que enfermedades no transmisibles se convierten en transmisibles a través de microbioma. Pero esto es una hipótesis. El primer estudio lo hicimos en personas sanas y vimos que hay mucha transmisión. Pensamos que, como hay diversidad en personas sanas, estas bacterias van a ganar a una comunidad disbiótica con menos bacterias y menos resistencia a la colonización. No pensamos que sea un problema vivir con personas con disbiosis, sino al revés: va a ser positivo. Pero todo esto es una hipótesis porque todavía no tenemos estudios de transmisión microbiana en personas con enfermedades.

P. El microbioma se estudia mucho, pero no hay grandes tratamientos efectivos. Parece que no es fácil manipularlo o cambiarlo.

R. No, no es fácil. Creemos que tenemos que seguir una perspectiva de medicina personalizada: no podemos dar cualquier probiótico para cualquier alteración del microbioma. Y en el mercado, casi todas las formulaciones son muy parecidas. Para los probióticos, la solución va a ser algo mucho más personalizado y complejo. Y el trasplante de heces está aprobado para infección por Clostridioides Difficile, pero tampoco creemos que esto sea la solución definitiva: si encuentras una formulación de bacterias que funciona, va a ser algo mucho más preciso que dar las heces de una persona sana. Se está estudiando el trasplante de heces para más enfermedades, hay pruebas para depresión, pero todavía estamos intentando entender qué es lo que hace un buen donante, hay todavía muchas preguntas y sabemos que es una solución de emergencia, no definitiva.

P. ¿Qué debería saber la poblacion para cuidar su microbioma?

R. La parte más fácil es claramente la alimentación, comer más sano: aquí hay muchas modas, pero, al final, comer más fibra y menos alimentos procesados nos va a ayudar muchísimo, junto con el estilo de vida activo. Y relacionarte con más personas también está asociado a mayor calidad de vida, mayor salud mental.

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Jessica Mouzo
Jessica Mouzo es redactora de sanidad en EL PAÍS. Es licenciada en Periodismo por la Universidade de Santiago de Compostela y Máster de Periodismo BCN-NY de la Universitat de Barcelona.

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