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¿Hay psiquiatría de izquierdas y de derechas?

La especialidad médica ha sido utilizada políticamente a lo largo de la historia y la ideología de los médicos ha influido en las preferencias por unos u otros tratamientos

Psiquiatría
FERNANDO HERNÁNDEZ

En plena guerra civil española, entre 1938 y 1939, el jefe de los servicios psiquiátricos del ejército de Franco, Antonio Vallejo Nájera, publicó varios informes en la Revista Española de Medicina y Cirugía de Guerra explicando la raíz del fanatismo comunista. Como una herramienta más del esfuerzo bélico, el médico buscó entre prisioneros de guerra las taras físicas o psíquicas que pueden llevar a una persona al marxismo y concluyó que los enemigos de la patria eran las personas menos inteligentes de la sociedad. Aquellos “resultados científicos” sirvieron para arrancarles su humanidad.

Unos años después, en 1959, Nikita Jruschov definió el crimen en un discurso ante la Unión de Escritores Soviéticos como “una desviación de las normas de comportamiento generalmente aceptadas en sociedad, causadas, frecuentemente, por trastornos mentales”. El régimen comunista utilizó durante décadas los diagnósticos psiquiátricos como herramienta para encerrar a disidentes. Uno de los diagnósticos más utilizados con este objetivo era el de “esquizofrenia lenta”, un tipo de dolencia propuesta por el psiquiatra Andrei Snezhnevsky que se podía aplicar antes de que apareciese cualquier síntoma.

“Los profesionales de la salud mental, los psiquiatras, tenemos el mandato de determinar si una idea, una conducta o una emoción son normales. Ahí es nada”, afirma Francisco Collazos, responsable del programa de Psiquiatría Transcultural de Vall d’Hebron, en Barcelona. “Y sin poder hacer una evaluación objetiva con un marcador biológico, [esta responsabilidad] recae en la interpretación que el profesional haga de lo que para él es normal o anormal”, añade. “En su momento, la psiquiatría participó como fuerza normalizadora al servicio de poderes totalitarios, pero estamos en un escenario distinto”, opina.

La psiquiatría trata de aliviar o curar la enfermedad mental, pero siempre ha tenido más dificultades que otras disciplinas médicas con la definición de las dolencias, de sus orígenes y de sus soluciones. “El hecho de que con cierta frecuencia aparezca un nuevo DSM [el manual de referencia para clasificar los trastornos psiquiátricos] significa que no tenemos certeza de qué son las enfermedades mentales y ahí está el problema”, señala el psicobiólogo Ignacio Morgado. Las creencias o la ideología, que son una forma de racionalizar lo que dicen las tripas sobre cómo debería ser el mundo, tienen una gran influencia en los psiquiatras. Políticos de todo tipo han acudido a estos profesionales para justificar sus decisiones y los cambios sociales han modificado la manera de entender la enfermedad psiquiátrica y la forma de tratarla.

Frente a la figura del psiquiatra como autoridad, que establece quién está sano y quién no, y por qué, Collazos explica que ahora se evita esa relación paternalista y jerarquizada para dar poder al paciente. “Es necesario ser consciente de que las personas interpretan la vida con valores muy diferentes, por su pertenencia cultural o ideológica, y tenemos que poner a prueba nuestros prejuicios, lo que consideramos normal, para trabajar teniendo en cuenta el punto de vista de quien viene a la consulta”, opina. Como ejemplo de esta visión jerarquizada del pasado, Collazos recuerda una mujer con ansiedad y depresión a la que le dijeron que sus síntomas mejorarían cuando se casase. El psiquiatra, que prácticamente recomendaba el matrimonio como terapia, achacaba sus padecimientos a la histeria, un desfasado diagnóstico según el cual el deseo sexual insatisfecho provocaba una enfermedad con todo tipo de síntomas.

Sobre la existencia de una psiquiatría de izquierdas o de derechas hoy, varios expertos coinciden en que hay formas de entender la salud mental, de sus causas, sus soluciones y el papel que debe desempeñar el Estado en todo ello que sí tienen un trasfondo ideológico. “Hay dos formas muy diferentes de entender el sufrimiento psíquico. El modelo biologicista entiende que lo que le pasa al enfermo está dentro de su cerebro y que asume que si llegásemos a un conocimiento científico y técnico suficiente sobre los mecanismos que no funcionan y la forma de repararlos, con fármacos o terapia, se eliminaría la enfermedad. Y hay una idea comunitaria de la psiquiatría para la que el sufrimiento psíquico tiene más que ver con lo que le pasa a una persona en su vida, con sus experiencias subjetivas, con la sociedad en la que vive y el momento histórico”, explica Marta Carmona, miembro de la junta directiva de la Asociación Española de Neuropsiquiatría.

Para este segundo grupo, el que en una clasificación algo simplista podría identificarse con la izquierda, se pueden utilizar fármacos para lograr un alivio sintomático y momentáneo del sufrimiento psíquico, pero la solución a largo plazo pasa por entender la experiencia del paciente y qué le pasa en su vida para que se encuentre mal. Para ayudarlo, habría que mejorar sus condiciones de trabajo y de vida, y reforzar el soporte social y afectivo dentro una comunidad en la que pueda participar. “Yo utilizo fármacos, pero no porque vayan a la causa, resolviendo un problema en el cerebro, sino porque producen un alivio sintomático que en ese momento induce en el sujeto una sensación que resulta beneficiosa”, justifica Carmona. Los responsables de mejorar la salud mental a largo plazo, según este enfoque, serían en mucha mayor medida los responsables políticos que los neurocientíficos y los creadores de innovaciones farmacológicas o terapéuticas.

José Luis Carrasco, catedrático de psiquiatría de la Universidad Complutense, considera que “no debería haber una psiquiatría de izquierdas o de derechas”. “La psiquiatría tiene sus referentes en la psicopatología y en la neurociencia, igual que otras especialidades la tienen en la fisiopatología de los órganos que estudian. Hay referencias objetivas o científicas”, continúa. “Otra cosa es que haya psiquiatras de izquierdas o derechas que intentan introducir sus propios valores a la hora de hablar de psiquiatría. Un psiquiatra puede opinar sobre el sistema socioeconómico a nivel individual, pero no como psiquiatra”, añade. “Esto no significa que para tratar a un paciente no tengamos que tener en cuenta las condiciones sociales en las que vive, los acontecimientos de su vida y qué influencia pueden tener en la aparición de la enfermedad”, prosigue. “Tanto los psiquiatras que omiten las condiciones de vulnerabilidad biológica como la social están haciendo una mala praxis”, remacha.

Entre el determinismo biológico y la explicación de cualquier trastorno psiquiátrico por la vía de la vivencia y lo social, Carrasco cree que la generalización solo se puede hacer desde un gran sesgo ideológico, y recuerda cómo la evolución de la sociedad ha cambiado la manifestación de la enfermedad mental. “Hay diagnósticos más frecuentes en varones que en mujeres. El alcoholismo, por ejemplo, era más frecuente en varones, pero eso ya está cambiando por la evolución de la sociedad. Los trastornos depresivos o de la personalidad, que podrían tener que ver con la posición social y económica, eran más frecuentes en mujeres, pero también está cambiando. Antes un hombre con un trastorno de personalidad, que se asociaba más a la forma de gestionar las emociones de las mujeres y lidiar con sus problemas de identidad, en lugar de contárselo a un psiquiatra, igual lo expresaba con adicciones al alcohol o a las drogas. Algo parecido pasa con la depresión, que después podía acabar en suicidio, mucho más frecuente entre los hombres, porque se les diagnosticaba menos. Al bajarse del carro de la dominancia y el poder, todo eso está cambiando”, ejemplifica.

Sin embargo, hay trastornos como la esquizofrenia, más frecuente entre los hombres, en los que las diferencias son más biológicas. Según ha expuesto en EL PAÍS el psiquiatra Guillermo Lahera, entre dos gemelos idénticos genéticamente, si uno tiene esquizofrenia, el otro tiene un 45% de probabilidades de sufrirla. Además del riesgo genético, los gemelos idénticos suelen compartir el entorno social, en el que se deberían encontrar los factores desencadenantes de la enfermedad, pero entre gemelos que salen de la misma madre, pero de óvulos diferentes, la concordancia desciende al 12%.

En la historia de la psiquiatría se encuentran dos orientaciones que no son antagónicas, pero han estado enfrentadas: una más biológica, representada por un discurso más académico, más interesado en el estudio de las neurociencias y con representantes en los grandes hospitales y universidades, y una más enfocada a lo social y lo comunitario, que no desprecia los tratamientos farmacológicos, pero le da más peso a la psicoterapia y el análisis del entorno personal y social. “Los antipsiquiátricos decían que la sociedad hace al loco, y es posible que ese puñetazo en la mesa hiciese falta, pero insistir en que los trastornos mentales están solo en el entorno social y justificar ahí la presencia de psicosis o trastornos bipolares es exagerado”, opina Collazos. “Creo que los discursos [de izquierdas y derechas] se pueden complementar, aunque tenemos que tener claro que el trastorno mental existe y que tiene que ver con el impacto funcional sobre la persona”, continúa. “Las políticas de salud mental son confusas si el propio concepto del trastorno mental se difumina y hablamos de bienestar emocional y salud mental como si fueran sinónimos. [Si dices] que con una mejora de las circunstancias sociales vas a mejorar los trastornos mentales, confundes”, concluye.

Como sucede muchas veces con las confrontaciones ideológicas, el objetivo es el mismo, aunque los medios sean distintos. Uno de los puntos de mayor diferenciación, según Carmona, es el de los ingresos involuntarios de pacientes muy graves. A su derecha, Carrasco plantea que “nadie quiere ingresar involuntariamente a un paciente, pero si se está haciendo daño a sí mismo o a otra persona, se debería hacer, por el mínimo tiempo posible”. En el otro lado, Carmona cree que el ingreso involuntario de una persona con un trastorno grave, “aunque no haya cometido ningún delito, no puede ser la forma de funcionar normal”. “La involuntariedad es algo a evitar, tiene que ser algo puntual, y se debe apostar por poner más recursos sociales para ayudar a la persona en lugar de utilizar la coerción física o farmacológica”, plantea.

Psiquiatras como Lahera reclaman un entendimiento entre las distintas posturas, con “más proyectos interdisciplinares que hilvanen el sustrato biológico, psicológico y social de la enfermedad mental” y en el que “las guerras tribales darán paso a la aportación constructiva de cada disciplina y cada mirada”. Su visión es optimista y no solo apela al necesario entendimiento entre los médicos, porque la psiquiatría seguirá siendo un arma política. En la actualidad, no se utiliza la psiquiatría para encerrar a los oponentes ideológicos, pero es frecuente la descalificación de los adversarios achacándoles problemas mentales. De Isabel Díaz Ayuso se ha dicho que es la presidenta IDA, del presidente español Pedro Sánchez que es un psicópata y del mexicano Andrés Manuel López Obrador que es un loco.

En Todos dicen I love you, de Woody Allen, Scott, uno de los personajes, es el único republicano dentro de una familia de acérrimos demócratas. Las posiciones políticas de Scott causan una gran angustia a su padre, que se alivia cuando descubren que a su hijo le nublaba el juicio un trombo en el cerebro. “Tan pronto como su cerebro comenzó a funcionar bien, Scott se dio de baja de las juventudes republicanas y comenzó a apoyar una filosofía izquierdista”, cuenta la narradora. Para muchos, las explicaciones psiquiátricas seguirán siendo más digeribles que asumir que personas inteligentes y bienintencionadas creen en soluciones distintas a nuestras preferidas para los mismos retos sociales.

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