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El cordón umbilical más invisible: cuánto pesa la alimentación de las madres en la salud de sus hijos

Un estudio sugiere que el consumo de ultraprocesados durante la crianza se asocia con un mayor riesgo de que sus descendientes desarrollen sobrepeso u obesidad, aunque los especialistas señalan que se solapa con factores sociales

children’s health
Una pareja come con su hijo pequeño en un restaurante de Pensilvania.BEN HASTY — READING EAGLE (MediaNews Group via Getty Images)
Jessica Mouzo

Cada paso de los padres deja una huella más o menos profunda en el caminar de sus hijos. Incluso antes de la concepción, sus hábitos marcan el camino y, como una especie de hilo invisible, esta influencia se prolonga a lo largo de la infancia y la adolescencia. El lugar donde viven, con quién, los ingresos familiares o la educación de los progenitores, desempeña un papel decisivo. Pero también la alimentación: en el embarazo, por el vínculo directo a través del cordón umbilical de la gestante, y durante la crianza, por replicación de patrones de vida, entre otras cosas. Un estudio publicado este miércoles en la revista British Medical Journal (BMJ) incide en esta idea y sugiere que el consumo de alimentos ultraprocesados de las madres durante la crianza se asocia con un mayor riesgo de que sus descendientes desarrollen sobrepeso u obesidad.

Hay “una asociación transgeneracional” entre el consumo materno de alimentos ultraprocesados y el peso corporal de sus hijos, explica en el BMJ un grupo de investigadores de la Escuela Médica de Harvard. Lo constatan después de estudiar los datos dietéticos y de hábitos de una cohorte de cerca de 20.000 niños nacidos de más de 14.500 madres en Estados Unidos (los datos proceden de las cohortes del Estudio de Salud de Enfermeras II y el Estudio Growing Up Today). No se puede establecer una causalidad porque este estudio solo es observacional, pero el análisis de los patrones de consumo de ultraprocesados en las madres encuentra que, independientemente de otros factores de riesgo del estilo de vida (como el tabaquismo, el estado civil, la educación de la pareja o la actividad física), los hijos de las mujeres que más ultraprocesados consumen tienen hasta un 26% más de riesgo de desarrollar sobrepeso u obesidad que los vástagos de aquellas madres que comen menos.

Por ultraprocesados, los científicos entienden que son productos como “el tocino, los refrescos de cola, las barras energéticas y los helados que se han sometido a un procesamiento industrial intensivo”. Esto es, aquellos productos que, según el sistema nutricional NOVA (una escala de clasificación de los alimentos según su nivel de procesamiento), se configuran como “formulaciones industriales” que incluyen sustancias alimenticias como edulcorantes, colorantes o aditivos, entre otros, para darle un determinado aspecto o sabor o que sean duraderos, accesibles o estar listos para comer. La escala es controvertida dentro de la comunidad científica y no todos los ultraprocesados impactan igual en la salud, avisan los expertos, pero sí coinciden en que muchos de estos productos acostumbran a tener un perfil nutricional más bajo.

Según los investigadores de Harvard, sus hallazgos “sugieren que las madres podrían beneficiarse al limitar la ingesta de ultraprocesados para prevenir el sobrepeso de los hijos”. “Se deben perfeccionar las recomendaciones dietéticas y eliminar las barreras financieras y sociales para mejorar la nutrición de las mujeres en edad fértil y reducir la obesidad infantil”, concluyen. El estudio encontró un vínculo durante la etapa de la infancia y la adolescencia, pero, curiosamente, no así durante el embarazo: había una tendencia en la misma dirección, pero no era estadísticamente significativa.

Los investigadores creen que “es probable que la dieta materna durante la crianza de los hijos dé forma a las elecciones de dieta y estilo de vida” de sus vástagos. De hecho, apuntan, ya se ha demostrado que las intervenciones solo en los padres también son efectivas para que el niño pierda peso. Con todo, dejan la puerta abierta a más hipótesis que explican la persistencia de esa especie de cordón umbilical invisible — “por ejemplo, la impronta a largo plazo en el útero y la presencia de genes no caracterizados por factores ambientales”— y apuntan a que es necesario seguir estudiando otras vías. Admiten, además, que parte del riesgo puede deberse a factores no medidos.

Limitar su consumo

Expertos independientes consultados aseguran que el estudio es solvente y, a pesar de las limitaciones que los propios autores admiten (como que no se puede establecer causalidad, que algunos datos eran autoinformados y puede haber errores, o que los resultados no se pueden generalizar porque las madres de la cohorte eran predominantemente blancas), los resultados son “concordantes” con otras investigaciones. Javier Aranceta, presidente de la Academia Española de Nutrición y del Comité Científico de la Sociedad Española de Nutrición Comunitaria, señala que la investigación marca “una tendencia”: “Hay precedentes, resultados concordantes, aunque tenían una potencia menor. Los ultraprocesados tienen un efecto negativo en la composición corporal, suponen un riesgo de obesidad, que es el kilómetro cero de muchas enfermedades. Ahora ya hay suficiente evidencia para plantear un consumo limitado [de estos productos]”.

La evidencia sobre la influencia de la alimentación de los padres en sus descendientes sigue creciendo. En todas las etapas. Un estudio en modelos animales encontró que un entorno materno adverso durante el embarazo predispone a la descendencia a sufrir el síndrome metabólico, con más riesgo de obesidad y diabetes, y, aunque las causas no están claras, los investigadores apuntan a cambios epigenéticos en las neuronas del hipotálamo, encargadas de regular el equilibrio energético del descendiente. Otro análisis de siete cohortes europeas también reveló que una dieta prenatal materna de baja calidad puede influir negativamente en la composición corporal de la descendencia y el riesgo de sobrepeso y obesidad. Y una investigación en colegios de Alabama y Texas apuntó que los niños tenían casi dos veces más probabilidades de tener un percentil del índice de masa corporal por encima del 95% (solo el 5% de los de su edad tenían un IMC mayor que ellos) si su cuidador era obeso.

Aunque el estudio del BMJ se centra en el papel de las madres —la cohorte estudiada estaba formada solo por mujeres—, no todo el peso recae en ellas. Aranceta explica que hay ya dos puntos de encuentro en cómo los hábitos de los padres influyen en la salud de los hijos: “Primero, en una fase preconcepcional, cada vez se ve más que los cambios del varón también influyen. Los estilos de vida del padre también van a influir en el montante de salud, en la impronta que va a tener el nuevo ser. Y luego, en el embarazo, donde aquí influye en exclusiva la madre, entra en juego la programación metabólica: el feto va a aprendiendo de los alimentos que ingiere la madre. La impronta de sabores y olores llega al feto y es una forma de crear educación alimentaria pasiva”.

Influencia de ambos progenitores

Una revisión científica publicada en la revista Biomolecules recoge también la influencia de los hábitos de ambos progenitores, no solo de la madre, en la salud de sus hijos: “Se ha informado un mayor riesgo de defectos congénitos en la descendencia cuando ambos padres tenían sobrepeso. Además, la obesidad de los padres antes de la concepción predice un aumento del índice de masa corporal de los hijos desde la niñez hasta la adolescencia y desde la adolescencia hasta la edad adulta”. En la investigación del BMJ, los científicos admiten, precisamente, “la posibilidad” de que las madres no sean las únicas responsables de los alimentos del hogar y advierten, en cualquier caso, de que “es posible que muchas mujeres ya sientan vergüenza por los comportamientos de salud relacionados con el peso durante el embarazo y la crianza” y rechazan que se use sus hallazgos “para estigmatizar aún más sus elecciones de alimento”.

Fàtima Crispi, ginecóloga e investigadora de BCNatal, defiende que la investigación tiene que servir para empoderar a las mujeres. Crispi ha probado que una intervención de dieta mediterránea y técnicas de relajación reduce el riesgo de bajo peso al nacer. “Nunca hemos intentado estigmatizar a nadie. La alimentación del padre también tiene que ver. En este caso, lo más importante es el factor social: si acostumbras a los niños a ver en la nevera productos frescos, legumbres y cosas saludables, eso lo verán como normal”. Y a pesar de que el estudio del BMJ no fuese contundente con la influencia en el embarazo, Crispi insiste en que “lo que come la madre afecta a cómo se desarrolla el feto”: “Hay dos posibles explicaciones [en el estudio del BMJ]: que ya de base, lo que come la madre sea un reflejo de lo que va a comer la familia; o la hipótesis biológica: lo que come la madre en el embarazo, programa al niño lo que le gusta”.

Los investigadores no pierden el foco, en cualquier caso, de que los factores de riesgo para desarrollar obesidad o sobrepeso no juegan solos, sino entrelazados: no es solo la alimentación per se, sino la mayor o menor facilidad en el acceso a determinados productos, la educación alimentaria o el tiempo disponible para cocinar y comer. Libertad González, profesora de Economía de la Salud en la Universidad Pompeu Fabra, lamenta que los investigadores de Harvard no profundicen en las causas que expliquen este fenómeno, pero insiste, en cualquier caso, que el consumo de ultraprocesados “está correlacionado con otras variables, como los ingresos o que vivan en sitios donde es más difícil” conseguir productos saludables. Son varios factores que se solapan a la vez.

González también considera una “desventaja” que la cohorte, a pesar de ser de buena calidad, solo englobe a mujeres, aunque ella misma ha liderado estudios donde, en la práctica, confirman que el peso de la operativa alimentaria en la familia recae en las mujeres. Duane Mellor, dietista y profesor en la Universidad de Aston, también criticó, en declaraciones a Science Media Center, que el estudio del BMJ no incluyó la ingesta de los alimentos de la madre en otros momentos de su vida y tampoco “se consideró la ingesta de alimentos del otro padre”.

En 2020, alrededor de 39 millones de niños en el mundo menores de cinco años tenían obesidad o sobrepeso, según la Organización Mundial de la Salud. Aranceta señala que el problema —y la responsabilidad— es global: “Después del período de lactancia, todo el mundo tienen responsabilidad. Tenemos que ser responsables y los padres y los abuelos tienen que darse cuenta de que hay que mejorar el aspecto alimentario. Lo más saludable es más costoso y menos cómodo, pero más tiempo en la cocina es menos tiempo en el ambulatorio”.

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Sobre la firma

Jessica Mouzo
Jessica Mouzo es redactora de sanidad en EL PAÍS. Es licenciada en Periodismo por la Universidade de Santiago de Compostela y Máster de Periodismo BCN-NY de la Universitat de Barcelona.

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