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Óvulos que se agotan y declive del esperma: todo lo que ignoramos sobre fertilidad hasta el momento de querer hijos

Muchas parejas se enfrentan por primera vez a las limitaciones que impone la biología a la maternidad cuando buscan el embarazo en edades avanzadas

Un hombre cuida de su bebé mientras mira el móvil, en Nápoles, en 2020.
Un hombre cuida de su bebé mientras mira el móvil, en Nápoles, en 2020.CIRO DE LUCA (REUTERS)

Desde hace milenios, la posibilidad de tener hijos ha sido un anhelo y un problema que depende de la oportunidad. Hasta hace pocas décadas no se tenían métodos eficaces para controlar los tiempos de uno de los fenómenos más fascinantes de la vida. Y aun así, parece que aún no controlamos del todo la capacidad de tener hijos. La catedral de Milán está dedicada al nacimiento de la virgen María, la madre por antonomasia para los cristianos. Una madre que, además, concibió tras una fecundación diferente a todas las anteriores. En esa ciudad con ese templo dedicado a la maternidad se han reunido esta semana muchos expertos internacionales en reproducción humana, en el Congreso Anual de la Sociedad Europea de Reproducción Humana y Embriología, el primero presencial después de la pandemia.

En España ya son más del 9% los bebés nacidos a partir de tratamientos de reproducción asistida

Juan Antonio García Velasco, director científico de IVIRMA, la mayor corporación del mundo dedicada a la reproducción humana, cuenta que se ha avanzado muchísimo desde que en 1978 nació Louise Brown, la primera persona concebida por reproducción asistida. “Hace años se veían más problemas de hiperestimulación ovarica [un tratamiento con hormonas para estimular la ovulación], porque las dosis de hormonas eran muy superiores y todas las semanas teníamos algún ingreso por esos efectos. Ahora eso está mucho más medido y prácticamente no sucede”, apunta García Velasco. La selección de embriones, para no tener que implantar varios y evitar los embarazos múltiples, más frecuentes en el pasado, es otro de los procesos que han mejorado.

Sentado en la misma mesa en el palacio de congresos de Milán, Nicolás Garrido, director de la Fundación IVI, recuerda que la infertilidad, como muchos otros problemas médicos, tiene infinidad de facetas. “Todo nuestro campo se dedica a resolver esos cientos de problemas para que nuestros pacientes puedan tener hijos y que sean genéticamente suyos”, explica. “En los últimos 20 años, se ha mejorado una barbaridad, pero no lo resolvemos todo bien y a la primera, y tenemos mucho por mejorar”, añade.

Óvulos que se agotan

En esos años, también han cambiado los problemas que deben resolver los expertos en fertilidad. El retraso de la edad a la que se tiene el primer hijo en los países desarrollados hace que el principal problema que se debe resolver es el descenso de la fertilidad propio de la edad. “Las mujeres nacen con una cantidad de óvulos que se agota, y a partir de los 35 años las dificultades para concebir se incrementan”, apunta Garrido. “Esto no sucede con los hombres, que cada 90 días aproximadamente renuevan sus espermatozoides y pueden ser fértiles prácticamente hasta el final de sus días”, continúa.

Pero además de las soluciones tecnológicas y las obvias cuestiones sociales en torno al problema, existe también un problema de conocimiento público sobre la reproducción humana. García Velasco afirma que a las mujeres, en las revisiones ginecológicas, “no se les pregunta si en algún momento van a tener hijos”. Eso hace, que para muchas, su primer contacto con las limitaciones de la reproducción femenina lleguen cuando se están quedando sin tiempo.

Ana (nombre ficticio) señala que la primera vez que se preocupó por el estado de sus ovarios fue ya con 35 años, cuando deseaba quedarse embarazada y no lo conseguía. La prueba de la hormona antimulleriana, que permite estimar la reserva ovárica, sugería que tenía ovario poliquístico. Este concepto y muchos otros, que iban a condicionar si podía cumplir su deseo de tener un hijo, le habían sido ajenos durante toda su vida anterior y su ginecólogo, más centrado en vigilar enfermedades, nunca le preguntó si esa información le podía interesar.

Muchas parejas, cuando ven que el embarazo no llega, no tienen tiempo para esperar a someterse a un tratamiento en un hospital público y deben acudir con prisa a las opciones privadas. “No sabemos un montón de cosas sobre lo que hace falta para tener hijos”, resume Ana. Según el Instituto Nacional de Estadística, en España ya son más del 9% los bebés nacidos a partir de tratamientos de reproducción asistida. Una estadística más dentro de las muchas que se emplean en la reproducción asistida para gestionar las expectativas en un terreno tan emocional como es el de la procreación para las personas que temen que quizá no llegue nunca.

Se está trabajando en el uso de inteligencia artificial para mejorar la selección de embriones

Inteligencia artificial

En Milán se presentaron novedades, en muchos casos pequeños pasos, para ir mejorando esas estadísticas, que pueden variar mucho dependiendo de cada paciente. Después de conseguir un embrión a partir de la unión del espermatozoide y el óvulo, es necesario seleccionar cuál tendrá posibilidades de implantarse y desarrollarse hasta salir al mundo como un bebé sano. En ese trabajo, en buena medida artesanal y dependiente del ojo entrenado del experto, se está incorporando, como en otros campos de la medicina, la inteligencia artificial.

Dean Morbeck, director científico de la clínica estadounidense Kindbody, señaló algunas de las ventajas del uso de esta tecnología para seleccionar los mejores embriones para congelar con vistas a una futura implantación. Las máquinas dan resultados más consistentes que los humanos, propensos a variar de criterio, y aligeran en parte el trabajo de los médicos. Por el momento, este método de apoyo se emplea sobre todo en su faceta de aprendizaje dirigido, en el que se acumulan muchas imágenes con una serie de criterios planteados por los médicos a partir de su experiencia. Más allá, está lo que se conoce como deep learning, que permite a la máquina aprender y aplicar sus propios criterios. Esa tecnología, aplicada, por ejemplo, al diagnóstico por imagen de cáncer, ha logrado mejores resultados que los humanos.

Pero aún hay dudas. “No podemos dejar esa decisión solo a la máquina, porque no sabemos exactamente cómo está eligiendo el mejor embrión”, dijo. Ese problema, común a muchos ámbitos de la inteligencia artificial, plantea el riesgo de que, aunque la máquina acierte casi siempre haciendo cosas inalcanzables para los humanos, exista el riesgo de un pequeño porcentaje de error que tampoco será detectable para el experto. Esas zonas oscuras aún no parecen aceptables para los expertos en reproducción humana.

Comprender la infertilidad masculina

Junto a la inteligencia artificial, otra de la áreas en las que se realizaron presentaciones en Milán y donde hay un gran espacio para la mejora, es en la comprensión de la infertilidad masculina. “Nosotros hemos sido los hermanos pobres en el tema de la fertilidad”, dice Garrido. Y sin embargo, se calcula que un 40% de los problemas de infertilidad en la pareja proceden de la parte masculina, mucho menos conocida y con menos tratamientos disponibles para mejorar las opciones.

El investigador canadiense Chris de Jonge, uno de los fundadores de la Iniciativa de Salud para la Reproducción Masculina, incidió en “el creciente problema de infertilidad masculina”, que se encuentra detrás “de la creciente necesidad de tratamientos de reproducción asistida”. Por un lado, según explicó De Jonge, la investigación en fertilidad se ha centrado en las mujeres, pero además, como sucede en otros ámbitos de la salud, “los hombres no suelen buscar tratamiento médico hasta que hay un problema importante”. Además, aunque por una investigación insuficiente ha costado alcanzar un consenso, se observa desde hace años un descenso continuado de la calidad del esperma, en particular en los países industrializados.

El declive de la calidad del esperma, en particular en los países industrializados, se debe tener en cuenta

Pese a la identificación del problema, aún son escasas las herramientas para diagnosticar la fertilidad masculina, un paso para evaluar con precisión su peso en los problemas de fertilidad en general y para empezar a buscar formas de resolverlos. Alberto Pacheco, del IVI, presentó una de las novedades en este ámbito. Hasta ahora, la forma habitual para valorar la fertilidad del varón es el seminograma, un análisis de la cantidad del esperma y su movilidad. Además, se está empezando a tener en cuenta aspectos como la fragmentación del ADN, pero en la eyaculación hay mucho más que espermatozoides.

Pacheco ha analizado la información que contiene el semen. “En la naturaleza, no hay nada que se produzca que es superfluo, y partimos de la idea de que tiene que desempeñar un papel en la fecundación”, apunta Pacheco. El investigador ha estudiado las vesículas extracelulares del plasma seminal, un sistema de información con el que las células se comunican entre ellas. En este caso, las moléculas presentes en estas vesículas son muy diferentes en los hombres fértiles y en los que no lo son y, aunque aún se debe avanzar en la investigación, creen que desempeñan un papel en aspectos como la modulación del sistema materno, importante para que no reconozca el esperma como un cuerpo extraño y lo rechace.

Albert Salas Huetos, investigador de la Universidad de Girona especializado en infertilidad masculina, también abundó en la necesidad de mejorar el diagnóstico y ya ha propuesto algunos métodos sencillos para mejorar la fertilidad. Como los espermatozoides se renuevan en tres meses, es posible tomar algunas medidas para mejorar su calidad. “Sabemos que depende mucho de la temperatura, tienen que estar a unos 35 grados, así que una ropa ajustada que pueda elevar esa temperatura puede ser negativa”, apunta. “Y también tiene mucha importancia el estilo de vida, sobre todo la alimentación”, añade el investigador, que ha realizado trabajos en este ámbito (referencia). “Comer frutos secos es algo que mejora la fertilidad”, asegura. También cree que el declive de la calidad del esperma, en particular en los países industrializados, es algo que se debe tener en cuenta. “El estilo de vida y la exposición a la contaminación son aspectos que pueden estar detrás, aunque es difícil realizar estudios que identifiquen a los culpables concretos de esta crisis”, señala.

En 1975, la edad a la que las mujeres tenían su primer hijo era de 25 años, y en 2020 alcanzó los 31. La tendencia es clara y los problemas de fertilidad se incrementarán si se confirma. Además de confiar en los progresos de la tecnología, es importante que la sociedad sepa lo que dice la ciencia sobre lo que es necesario para tener un hijo.

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