Dos aviadoras opuestas y rivales en la Alemania del III Reich
Melitta von Stauffenberg, cuñada del oficial que atentó contra Hitler, y Hanna Reitsch, nazi convencida, fueron las grandes mujeres piloto del país, pero de talante muy distinto
La conexión vacaciones de verano-aviación de la Segunda Guerra Mundial es mucho más fértil de lo que pudiera parecer a primera vista. En diferentes puntos vacacionales de la Península, incluida la playa de Sant Salvador, junto a Calafell, donde históricamente he puesto tanto la toalla, se han estrellado o han aterrizado de urgencia aparatos de la contienda, especialmente bombarderos polivalentes alemanes Junkers Ju 88, que era un avión, visto el índice de percances, como para que te tocara subirte. En las Baleares cayeron como moscas. Hay tres casos especialmente famosos en Formentera, Menorca e Ibiza, islas en las que lo que menos te esperas es que te caiga un bombardero de la Luftwaffe.
En la primera isla, el 11 de mayo de 1944 se estrelló en el mar junto al faro de la Mola un Ju-88 de vuelta de atacar el convoy UGS40 ―ataque en el que también intervino un cuatrimotor Focke-Wulf Fw 200 Cóndor, ese viejo amigo―; la historia la ha documentado estupendamente el colega del Diario de Ibiza José Miguel Romero, destapando que el farero, pese a ponerse las medallas, no fue él solo al rescate del único superviviente. El Ju 88 caído en Menorca el 24 de febrero de 1943, a cuyos tripulantes los salvaron unos pescadores, fue encontrado hace unos años por buceadores bajo el agua en S’Algar y el pecio, a 47,5 metros, es un destino hoy para hacer submarinismo, si te atreves. Del bombardeo derribado el 10 de enero de 1944 sobre Ibiza y que cayó en Portinax, cerca del faro de la Punta des Moscaster, escribió en 2015 una novela tremenda de odios y venganzas Lluís Ferrer Ferrer, Días oscuros, cuya versión en cómic, con dibujo de Juan Escandell (singulares dibujos del Ju 88 y su némesis, el Bristol Beaufighter británico), me compré en la librería Tur Ferrer de Sant Francesc y he leído estos días en Formentera. Como también me he zampado un libro apasionante, The women who flew for Hitler, de Clare Mulley (St. Martin Press, 2017), sobre las dos grandes aviadoras del III Reich, Melitta von Stauffenberg (1903-1945) y Hanna Reitsch (1912-1979), ambas pilotos de pruebas que experimentaron con la mayoría de aeroplanos militares alemanes, entre ellos el Ju 88 (el avión favorito de Melitta, Hanna prefería el Dornier Do-17), en especial en su función de bombardero en picado. Hay que recordar que en la Segunda Guerra Mundial solo los soviéticos tuvieron aviadoras de combate, Hitler siempre se resistió a movilizar a las mujeres alemanas.
Valientes hasta decir basta (aunque Hanna tenía pánico a los ratones), adrenalínicas apasionadas del vuelo, patriotas, mujeres de carácter, adelantadas a su tiempo y que hubieron de luchar las dos contra los prejuicios que pueden imaginarse y el pardo machismo del III Reich, las aviadoras tenían personalidades muy distintas y hasta opuestas. Pese a ser reinas de la Cigüeña (la avioneta Fieseler Fi 156 Storch), ninguna tuvo hijos, posiblemente por mantener su libertad, y porque sus carreras eran tan peligrosas que no incitaban a tener descendencia, aunque se ha sugerido que pudiera haberse debido también a problemas derivados del impacto físico de su profesión (Melitta realizó más de 2.500 vuelos en picado, 15 en un mismo día, entre ellos muchos para afinar el Stuka, actividad poco recomendable para embarazadas), y Hanna no se casó. Aunque las dos empezaron en planeadores, fueron condecoradas con la Cruz de Hierro (Hanna con la de primera clase y Melitta con la de segunda; murió antes de recibir la de primera), algo excepcional en el caso de mujeres, poseían el rango honorario de Flugkapitan, capitán de aviación, eran “chicas Udet” (pupilas del ex as y general Ernst Udet), que es como decir chicas Almodóvar de la Luftwaffe, y sufrieron graves accidentes (Reitch se fracturó el cráneo y perdió literalmente la nariz al estrellarse en un asesino avión cohete Me 163 Komet), se podría decir que, moralmente, una aviadora era la buena y la otra la mala.
Melitta, oficialmente Melitta Schenk condesa Stauffenberg, con el apellido de soltera Schiller, era la cuñada (estaba casada con su hermano mayor Alexander) nada menos que de Claus von Stauffenberg, el noble coronel que le puso la bomba a Hitler en el atentado del 20 de julio de 1944 en la Guarida del Lobo (el héroe de la Operación Valkiria), y compartía muchos de los valores de los conjurados (Mulley sugiere que incluso se implicó en el golpe). Hanna, cuyo apellido también suena elocuente, era en cambio una nazi convencida, de tomo y lomo (aunque sin carnet del partido), que no dudó en poner su carrera y su fama al servicio de la propaganda del régimen, tenía entrada fácil con Hitler, al que veneraba (él la consideraba su águila personal), y Goering, y trabó amistad hasta con Himmler, que ya son ganas de hacer amigos. Melitta, nueve años mayor, era también más seria y circunspecta, culta y académica: además de piloto era ingeniera aeronáutica con extraordinarios conocimientos técnicos (Hanna era una aviadora más instintiva) y tenía ascendencia judía (el abuelo paterno, Moisés), lo que sin duda era algo como para no ser muy animado y extrovertido en la Alemania nazi, y mantener un perfil bajo. De su importancia insustituible como piloto de pruebas y especialista en aviación (en caza nocturna, por ejemplo) da fe el que los nazis hicieran la vista gorda con ella (podían tener manga ancha cuando les convenía) y le permitieran seguir trabajando en un área crucial para el esfuerzo bélico alemán. Incluso voló el reactor Me 262.
Hubo otras notables aviadoras en la Alemania nazi (Vera von Bissing, Lisl Schwab, Thea Knorr, Anneliese Libben), aunque ninguna alcanzó la altura (y valga la frase) de Hanna y Melitta. Sin embargo, pese a todo lo que las unía, nunca fueron amigas, sino al contrario: se caían mutuamente mal y había una intensa rivalidad entre ellas. Especialmente Reitsch, que sin duda no era buena persona (nunca se arrepintió de su estrecha relación con los nazis y tras la guerra fue una notable negacionista de los crímenes del III Reich), ninguneó a la Stauffenberg, cuenta Clare Mulley en su apasionante ejercicio de vidas paralelas, y trató de desprestigiarla (incluso calificándola de lesbiana, entonces “comportamiento degenerado”), cuestionando sus logros y haciendo referencias antisemitas a su ascendencia judía, algo muy sucio y odioso, y extremadamente peligroso para Melitta. También sugirió que era una traidora. Parece que Hanna no podía tragar lo de que su colega fuera condesa.
La rubia, de ojos azules y pizpireta Hanna Reitsch, la aviatrix nazi por excelencia, me caía bien de joven, como Otto Skorzeny (el rey de las special ops de las SS, del que también fue muy amiga, por cierto), cuando leía historias de ella que enfatizaban su carácter aventurero (fue la primera mujer en volar un helicóptero, el Fw 61), entusiasta, impulsivo y un poco de cabecita loca (eso de que le cantaba las cuarenta a Hitler y no dejaba un avión sin volar). Pero con el tiempo descubrí su lado siniestro: montó un escuadrón de aviadores suicidas, con la colaboración de Skorzeny, precisamente, que debían volar una versión pilotada de la V-1, y nunca aceptó la verdad del Holocausto. Su vuelo, por lo demás una proeza, para tratar de sacar a Hitler del Bunker de la Cancillería en Berlín en abril de 1945 (él afortunadamente dijo que nanay), fue una demostración infame de lealtad hasta el final al monstruo.
En cambio, Melitta, a la que me une haber conocido en 2009 a su sobrina Konstance, la hija póstuma de Claus von Stauffenberg, con la que hablé largamente de su tía, a la que la familia apreciaba mucho y llamaba Tante Litta, tía Litta, me parece una mujer admirable (aunque desde luego no una liberal ni una feminista: “Las pilotos no somos sufragistas”, decía). Además, era escultora, y ponía a sus amigos y seres queridos apodos de pájaros. Murió la piloto cuando un caza estadunidense abatió su avioncito desarmado Bücker Bü 181 Bestmann, en el que realizaba peligrosos vuelos de tapadillo para ir a ver, a fin de ayudarlos en lo posible y acaso rescatarlos, a su marido y otros miembros de la familia Stauffenberg presos en diferentes campos de concentración a causa de la ira de Hitler tras el atentado. Melitta consiguió aterrizar pese a ser alcanzada por los disparos, como el Barón Rojo, y murió con múltiples heridas.
El libro de Clare Mulley enfatiza los parecidos entre las carreras de las dos aviadoras, destacando a la vez las diferencias: como esos dos vuelos finales de la guerra, una en dirección al centro del poder nazi para una última genuflexión, la otra, hacia los campos de la muerte con una misión humanitaria privada. Hanna Reitsch sobrevivió a la contienda (en cambio su padre mató a su madre y a su hermana y tres sobrinas, además de a la vieja criada de la familia, y se suicidó ante la llegada de los rusos) para reinventarse luego. Tuvo que retocar varias veces sus memorias a fin de depurarlas de opiniones y episodios embarazosos y siempre la persiguieron la sombra del nazismo y sus metidas de pata, como hacer manifestaciones antisemitas y apología del III Reich, afirmar que la única culpa de los alemanes fue perder la guerra, y denostar la serie Holocausto. Conoció a Nehru, a Indira Gandhi, al presidente Kennedy, y asistió al lanzamiento de un cohete Saturno de la Nasa junto a su viejo amigo Von Braun. Y siguió volando. Pero cuando uno mira las vidas de las dos aviadoras alemanas no tiene la menor duda de cuál se arrastró, y cuál voló más alto.
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