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Matemáticas para septiembre

Hasta hace unas décadas, los académicos estaban convencidos de que solo los humanos estábamos dotados de una capacidad numérica

Javier Sampedro
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Una serie como esta, que empezó con el cuervo que descubrió el cero, solo podía acabar así. Recuerden además que se acaba agosto y que hoy es lunes, y no lo digo para deprimir al público lector, sino para espabilarle, que lo mejor del año empieza ahora. En realidad, agosto ha estado plagado de grandes noticias, como ocurre siempre en este mes supuestamente flojo, de modo que el regreso a la normalidad de otoño no va a suponer un salto cualitativo que digamos. Por cierto que la ciencia había florecido en Afganistán en los últimos 20 años, y ahora las investigadoras y sus colegas masculinos están intentando huir del país, o bien quedarse sin fondos y bajo amenazas de persecución. Así han sido las vacaciones de los olvidados del mundo.

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Así que, para mantener la cordura, hablemos de matemáticas, la ciencia de la estructura, el orden y la relación, en la sabia expresión de la Britannica. La estructura, el orden y la relación. “Las únicas verdades absolutas”, solía decir Jorge Wagensberg, “son las verdades matemáticas”. El teorema de Pitágoras sigue siendo hoy tan válido como hace 4.000 años, cuando lo descubrieron los mesopotámicos.

Las matemáticas son el fundamento de nuestro mundo tecnológico. Una científica de la computación no es más que una matemática especializada en ese sector. Y además hay un área que está de moda, que es el origen de los sistemas numéricos. Hay indicios arqueológicos llamativos y un montón de ideas sobre el asunto que los investigadores quieren someter a prueba, y el Consejo Europeo de Investigación (ERC) le ha soltado 10 millones a un equipo internacional que, igual que los periodistas, quiere saber cuándo, cómo y por qué surgieron los sistemas numéricos.

Hasta hace unas décadas, los académicos estaban convencidos de que solo los humanos estábamos dotados de una capacidad numérica. Como siempre que alguien piensa un “solo los humanos” de estos, comete un error garrafal. Es que no aprendemos. Para empezar, los seis millones de años que nos separan de un chimpancé son insuficientes para que la evolución invente una calculadora.

Si tenemos en el cerebro algo parecido a un ábaco, la única interpretación sensata es que el ábaco ya existía hace cientos de millones de años, y que el crecimiento tumoral de nuestro córtex (corteza cerebral) lo ha amplificado. De hecho, las abejas, los peces y los pollos recién nacidos reconocen de forma instantánea las cantidades hasta el cuatro, como hacen los bebés humanos de seis meses. La capacidad numérica de las personas puede llegar a ser muy sofisticada, como es obvio, pero solo gracias al aprendizaje y a la evolución cultural, que permite acumular conocimiento a una población sin que cada generación tenga que demostrar de nuevo el teorema de Pitágoras, ni escribir la Odisea.

La científica cognitiva Karenleigh Overmann, de la universidad de Colorado Springs, se centra en los sistemas todavía en uso en el planeta. Por ejemplo, 139 lenguajes aborígenes australianos solo tienen palabras hasta el tres o el cuatro, y luego pasan a “varios” o “muchos”. Los pirahã del Amazonas no usan números. Nada de esto tiene que ver con el intelecto, sino con la presión ambiental para desarrollar sistemas numéricos más complejos. Un factor es la necesidad de contar tus propias posesiones. Si no tienes nada, mejor te quedas en el cuatro. Feliz invierno interior.

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