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Ciencia recreativa
Columna
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Contra el nihilismo climático

Una vez que los científicos identificaron al culpable, los países firmaron en 1987 un tratado, y tres décadas después la capa de ozono se ha recuperado

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Javier Sampedro

Los datos del clima son tan agobiantes que la reacción más fácil ante ellos es el desaliento. Después de todas las conferencias y los protocolos internacionales firmados y por lo general incumplidos, la sensación general es que no hay nada que hacer, que los mayores emisores del planeta ―China y Estados Unidos― no van a comprometerse a unas medidas que les perjudican sobre todo a ellos, que todas las empresas energéticas y todos los gobiernos son lo mismo y aquí los que mandan son los bancos y las multinacionales. La desesperación es comprensible cuando los activistas de los años setenta ya están jubilándose y viendo que se han dejado la vida en un vano propósito. Pero esta especie de nihilismo climático resulta tan útil como el limpiaparabrisas de un submarino. Lo último que necesitamos en esta tesitura es un coro de plañideras que ponga el mundo perdido de lágrimas, con la cantidad de sal que tiene eso. El nihilismo climático se está convirtiendo en un nuevo enemigo a batir si queremos salir de esta.

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Una buena inyección de moral puede consistir en volver la vista hacia otro problema de rasgos similares que la cooperación internacional sí ha logrado encauzar, por no decir resolver. Se trata del daño a la capa de ozono causado por compuestos como los clorofluorocarbonos (CFC). Una vez que los científicos identificaron al culpable, los países firmaron en 1987 un tratado, el protocolo de Montreal, que prohibía esos productos químicos, y tres décadas después la capa de ozono se ha recuperado. Esto muestra que los protocolos internacionales pueden funcionar muy bien.

La gran diferencia entre las dos crisis es que, en el caso del ozono, la industria disponía de alternativas viables a los CFC para su uso en las neveras y demás sistemas de refrigeración, mientras que en el caso del clima los combustibles fósiles se resisten como gato panza arriba a ceder su preponderancia a las energías limpias. Pero esto es un problema transitorio. En el mismo momento en que un coche eléctrico cueste menos que uno de gasolina a igualdad de prestaciones, se acabará para siempre el coche de gasolina. En el momento en que las fuentes eólicas y solares produzcan una energía más barata que la obtenida quemando cosas, adiós a las centrales de carbón o fuel. La concienciación del público y la responsabilidad individual seguirán siendo necesarias, pero desde una perspectiva económica, el trabajo de las científicas y los ingenieros que investigan en fuentes renovables es aún más importante. Cuando tengan éxito, el problema quedará encauzado.

Acabamos de saber, además, que el protocolo de Montreal (el del ozono) ha tenido una repercusión sobre el cambio climático mucho mayor de lo que nadie había imaginado. Paul Young, de la Universidad de Lancaster, y sus colegas muestran en Nature que la recuperación de la capa de ozono, que es una barrera natural contra la perniciosa radiación ultravioleta del Sol, ha permitido sobrevivir a tal cantidad de plantas que, de haber muerto, habrían liberado a la atmósfera medio billón de toneladas de carbono, lo que habría implicado un calentamiento adicional de 1 grado en la temperatura media del planeta. Justo lo que no nos hace falta.

Abandonad el nihilismo climático: no vale para nada. Los protocolos internacionales pueden funcionar. Dejad de llorar y poneos a investigar.

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