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CRÍTICA | TENET
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La posteridad era un lío

A Christopher Nolan le gusta complicar las cosas y a sus fanáticos les encanta que se las compliquen

Javier Ocaña

La relevancia del cine, o al menos de cierto cine, debería tener mucho más que ver con la trascendencia de lo contado, con la meta, que con la dificultad de su tratamiento, con el camino. Dicho de otro modo: se pueden desarrollar con sencillez los temas más profundos o, en cambio, exponer los más sencillos partiendo de la complicación. A estas alturas se puede afirmar que el siempre interesante director británico Christopher Nolan está en el segundo grupo.

Nolan trata los temas más sencillos partiendo de la complicación

Origen (2010) partía de una frase contundente: los parásitos más resistentes no son los virus sino las ideas; una vez se han apoderado del cerebro, es imposible erradicarlas. Un planteamiento fascinante de múltiples posibilidades políticas y sociales, que sin embargo Nolan narraba del modo más arduo posible, con continuos jeroglíficos, trucos y acertijos alrededor de los sueños y del tiempo, su gran tema, con los que aún hoy corren ríos de tinta acerca de sus significados, para llegar finalmente a una esencia sencilla: con tal de estar con nuestros hijos, nos da igual que sea en un sueño o en una realidad paralela. Con Tenet, su nuevo artefacto cinematográfico, elefantiásico, deslumbrante en su superficie y seguramente imposible de elucidar conforme transcurre, sucede más de lo mismo: la realidad puede ir hacia atrás y hay una reversión de las leyes de causa y efecto, pero en el fondo no es más que una película de espionaje con un villano que quiere acabar con el mundo y unos héroes que intentan evitar “una tercera guerra mundial”.

A Nolan le gusta complicar las cosas y a sus fanáticos les encanta que se las compliquen. Incluso el prólogo de Tenet, espectacular en su puesta en escena, resulta confuso en su narrativa. Con sus películas, desde la promoción de sus creadores y desde el marketing, se abre paso un lema: disfrútala la primera vez, y empieza a entenderla a partir de la segunda. O quizá tampoco. El problema es que ni Origen ni Tenet son tan relevantes en su contenido como para querer disfrutarlas cuando estás inevitablemente perdido. Y no hablamos tanto de que venga bien un curso acelerado de física antes de ir al cine, sino de que merezca la pena ese esfuerzo ante algo, en el fondo, tan nimio.

La película te concierne en lo físico, pero no en lo emocional

Es improbable que con la fuerza visual de ciertas imágenes y ese espectacular tratamiento sonoro y musical la película no te concierna. Pero lo hace solo en lo físico, por atronamiento, no en lo emocional, donde hay que esperar a sus últimos diez minutos para que te toque algo la fibra. Mientras, la conjunción de imágenes hacia delante y hacia atrás en un mismo plano, multiplicando los juegos temporales de su director y guionista, deben haber sido un reto. Pero eso inclusive está más relacionado con lo tecnológico que con lo artístico.

La posteridad es la gran palabra de la película: internamente, en el relato, y externamente, en cuanto a las supremas ambiciones de Nolan. Pero la posteridad, al menos en el aspecto cinematográfico, no tiene por qué ser un lío.

TENET

Dirección: Christopher Nolan.

Intérpretes: John David Washington, Robert Pattinson, Elizabeth Debicki.

Género: acción. Reino Unido. 2020.

Duración: 150 minutos.

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Sobre la firma

Javier Ocaña
Crítico de cine de EL PAÍS desde 2003. Profesor de cine para la Junta de Colegios Mayores de Madrid. Colaborador de 'Hoy por hoy', en la SER y de 'Historia de nuestro cine', en La2 de TVE. Autor de 'De Blancanieves a Kurosawa: La aventura de ver cine con los hijos'. Una vida disfrutando de las películas; media vida intentando desentrañar su arte.

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