Revista Retina: drones, la paloma de madera
La revolución de los drones promete abaratar los envíos, comunicar los lugares inaccesibles e incluso terminar con los atascos. En contrapartida, supone un enorme desafío para la seguridad ciudadana.
Se ha dicho muchas veces: los visionarios predijeron bastante mal el futuro. No adivinaron la llegada de Internet, pero vaticinaron que surcaríamos en naves espaciales las galaxias para huir de robots con intenciones homicidas.
Un futuro que sí se veía venir era el de los drones. Desde la antigüedad. Al filósofo y matemático griego Arquitas de Tarento se le atribuye la construcción, 400 años antes de Cristo, de una paloma de madera que volaba gracias a un sistema de aire comprimido o de vapor. Un cuadro no expuesto del Museo del Prado, obra del barroco napolitano Salvator Rosa, muestra al sabio lanzando al aire su artilugio. Solo sabemos de este invento por historiadores romanos muy posteriores, aunque ingenieros contemporáneos lo ven plausible.
Arquitas era un tipo listísimo, el primero en aplicar las matemáticas al estudio de la mecánica. Tuvieron que pasar 24 siglos, hasta después de la I Guerra Mundial, para que se generalizaran los aviones sin piloto, bautizados unos años más tarde como drones, zánganos en inglés. Hoy, estos artefactos han dejado de ser una rareza y, aunque de momento no veremos enjambres de vehículos autónomos sobre nuestras cabezas ni surcando los mares, los cambios regulatorios en marcha en España y en la UE auguran que no tardarán en integrar nuestro paisaje cotidiano.
La revolución de los drones promete abaratar los envíos, comunicar los lugares inaccesibles e incluso terminar con los atascos. En contrapartida, supone un enorme desafío para la seguridad ciudadana, generaliza una herramienta casi infalible para liquidar enemigos remotos y amenaza nuestra vapuleada privacidad con cacharros que podrán fotografiar cualquier cosa. Un futuro apasionante y complejo para un sueño que nació como una paloma de madera.
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