Los robots menosprecian la ciberseguridad
Tras décadas de desatención, el sector de la robótica, cada vez más asentado por el auge de la automatización, intenta revertir una inseguridad y vulnerabilidad evidentes ante ataques digitales
La ciberseguridad se ha convertido en un coladero de ataques digitales para los robots. Una falla del sistema desatendida por la industria desde hace décadas. Da igual que ayuden en un quirófano, coordinen la red eléctrica o cuiden a una persona dependiente. Su misión no suele ser protegerse de un ciberataque, por comprometida que sea su función. El auge de la automatización y la conectividad ha expuesto aún más a una tecnología en plena expansión. España, situado entre los 10 países del mundo con más autómatas, cuenta con 16 robots por cada 1.000 trabajadores, según cifras de la Federación Internacional de Robótica. “Casi ninguna empresa publica actualizaciones de seguridad para estos productos”, asegura Alfredo Reino, experto en ciberseguridad.
Uno de los eslabones más débiles aparece en el Sistema Operativo Robótico, conocido como ROS. Las grandes productoras lo han adoptado casi como estándar, pero surgió simplemente como una investigación de la Universidad de Stanford en 2007 para mejorar los protocolos de comunicación. Como explica Óscar Lage, experto en ciberseguridad de Tecnalia, nació sin nada de ciberseguridad porque no era la finalidad del proyecto. No fue hasta hace cuatro años, con la evolución a ROS2, cuando comienzan a desarrollarla; aunque casi ninguna máquina lo tiene instalado. “Son sistemas críticos muy poco protegidos. Al igual que en otras industrias, quienes los diseñan, crean y venden se han centrado en la parte funcional. Hasta que no ha habido sustos importantes nadie se ha preocupado”.
Algún emprendedor ya ha intentado revertir la tendencia. Es el caso de Víctor Mayoral, director técnico y cofundador de Alias Robotics. La solución que propone la ha bautizado como Sistema Inmunológico de Robots (RIS). Este software expone a las máquinas a diferentes amenazas virtuales y prepara a sus sistemas para evitar posibles contagios por parte de virus informáticos. Con la ayuda de la inteligencia artificial aprende a prevenir mejor estas amenazas, así como a identificarlas incluso antes de que ocurran. “La robótica está en el mismo punto que estaba la informática hace 20 años. Es de total inseguridad y total alarma. Los fabricantes no están preparados para combatir ciberataques”, sostiene.
La ausencia de un estándar internacional no ayuda. De fábrica a lo más que aspiramos es a tener la opción de configurar la seguridad una vez que recibimos los robots. El motivo que aducen las marcas es la interoperabilidad con prototipos más viejos. Evitar que los lenguajes sean tan dispares que no se comuniquen entre ellos. Sin embargo, en las líneas masivas de producción y en las redes eléctricas inteligentes —llamadas smart grid—, prefieren no jugársela. Son sectores estratégicos. “Hablamos de riesgos personales y de funcionamiento industrial. Con un ransomware nos pueden echar abajo toda la electricidad de un país o condicionar la seguridad física de los empleados. Esto es más peligroso”, expone Lage.
La Unión Europea, cada vez más implicada con la digitalización, ha comenzado a tomarse en serio el asunto. Historia diferente son los plazos. La propia Comisión, en una recomendación publicada el 19 de febrero, pedía que desde Bruselas comenzara a legislar para proporcionar mejor protección a los usuarios y mayor seguridad jurídica. Los gobiernos nacionales también cuentan con demasiados vacíos legales. Reino Unido, Francia y Alemania han dado algunos pasos, aunque insuficientes, alejados de corregir la precariedad instalada en la robótica. “Debería imperar la ética, pero es problemática cuando los fabricantes se desentienden de la seguridad y la gente es inconsciente de que los robots están descontrolados”, razona Mayoral.
Vulnerabilidades comunes
Parte de las debilidades que explotan los malos se debe a los elementos comunes que comparten los dispositivos robóticos. El internet de las cosas ha provocado que estén muy presentes en múltiples entornos. De acuerdo con las previsiones de la consultora Gartner, este año habrá cerca de 6.000 millones de elementos conectados. Lo mismo son indispensables en el diseño de los coches autónomos que en un dron. En palabras de Reino, en un intento por producir en masa, estas herramientas emplean tanto el mismo nivel de software como de microprocesadores. Si alguien ataca un brazo robótico de una manera, casi seguro podrá replicarlo en otro que juegue con un niño. “Tienen los mismos puertos abiertos y un sistema operativo basado en Linux. Las vulnerabilidades de esta tecnología son prácticamente idénticas. Da igual la compañía o para qué se utilice”, zanja.
Una posible solución ante tanta inseguridad, aparte de mejorar la legislación, ha de venir de la formación. La robótica demanda talentos diferentes. Es insuficiente graduarse como ingeniero industrial o arquitecto de ciberseguridad. El propio Mayoral asegura que las empresas ni saben a quién recurrir —“y eso que pueden provocar accidentes terribles”, precisa—. Sin caer en el catastrofismo ni en las distopías autómatas descritas por Isaac Asimov, la colaboración científica forma parte de la respuesta. “Es un problema de silos. En robótica, los ingenieros no saben de sistemas ni de seguridad. Tampoco quienes programan están al tanto de cómo funciona la seguridad. Viven separados los unos de los otros”, razona Reino.
Desde Alias Robotics ofrecen licencias gratuitas de RIS al sector de la innovación y el desarrollo. Es su apuesta para mejorar el déficit de ciberseguridad con el que conviven. “Existen tecnologías, como la nuestra, que están listas para proteger a los usuarios. Ya hay formas de prevenir acciones indeseadas”, matiza Mayoral. La crisis del coronavirus ha acentuado la digitalización, al igual que la exposición de los sistemas. El punto de partida de los robots parece bastante comprometido de antemano; y costará ver un cambio. “Las empresas no tienen presión social o gubernamental para cambiar su comportamiento. No existen normas”, concluye.
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