El arte de hacer que la música entre por los ojos
La ingeniería electrónica más vanguardista no está reñida con la belleza. Los equipos de alta fidelidad que en su momento rompieron los moldes del diseño nos recuerdan cómo consumíamos la música hace no tantos años
Hubo un tiempo en el que escuchar música tenía su propio ritual. Sacar el disco de la funda, colocarlo en la platina del tocadiscos, disponer la aguja, darle al play. Esta secuencia se simplificó con el casete primero y el CD después, para morir definitivamente con la llegada del mp3. Los formatos digitales, que —por el momento— tienen su culmen en el streaming, dinamitaron la manera de acercarse a esta experiencia: hoy podemos escuchar casi cualquier tema con solo pulsar un botón en el móvil, tableta u ordenador.
Puede parecer banal, pero el hecho de no recurrir a un equipo de música, de no tener que buscar, elegir y tocar físicamente el álbum que queremos escuchar, lo cambia todo. La inmediatez ha alterado nuestros ritmos, pero también nuestros hábitos. Empezando por la forma en que consumimos la música: si antes nos sabíamos de memoria el orden de las canciones de nuestros discos preferidos, ahora lo que se llevan son las listas de reproducción. Escuchar música era una actividad en sí misma; eso también se está perdiendo.
Los equipos de alta fidelidad están logrando sobrevivir a este tsunami de cambios. Pese a que la calidad de la reproducción de los altavoces Bluetooth sea aceptable, los puristas siguen exigiendo equipos Hi-Fi para desarrollar todos los matices de la música. Como ha sucedido durante décadas, aunque antes no había alternativa.
Algunos de ellos, como los que ilustran este artículo, son auténticas obras de arte. Toda una demostración de que un buen diseño puede convertir un aparato tecnológico en el elemento central de la estancia en la que se coloque. El libro Hi-Fi: The history of high-end audio design, publicado por Phaidon, recorre la historia de los equipos de alta fidelidad desde los años cincuenta del siglo pasado hasta nuestros días.
El autor, Gideon Schwartz, describe en la introducción de la obra una imagen tomada en 1982: la del fundador de Apple, Steve Jobs, sentado en el suelo de madera de una habitación vacía con su equipo de alta fidelidad como única compañía. Un titán del diseño a solas con su aparato de música, concentrado en el sonido y sin distracciones a su alrededor. Ese es el efecto que consiguen los tótems de la era analógica. Esas son las sensaciones que estamos perdiendo
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