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Firma invitada

Implantes radicales para cíborgs felices

El futuro pasa por la extensión de los cíborgs en el campo de la salud, mas allá de los debates éticos

Johnny Depp como Eduardo Manostijeras (Tim Burton, 1990)
Johnny Depp como Eduardo Manostijeras (Tim Burton, 1990)

Esto no va de los implantes mamarios que aumentan a nuestras aspirantes a tronistas o a grandes hermanas. Ni tan solo de los implantes dentales que recuperan de forma permanente sonrisas perdidas, y que tienen su origen en un hallazgo investigador casual relacionado con conejos y huesos. Esto va de implantes que nos pretenden convertir en humanos aumentados. En superhombres y supermujeres con tecnología dentro de su cuerpo.

La noticia es recurrente, pero la última jugada del colectivo de autodenominados cíborgs ha sido noticia por lo que representa: una usuaria de un Tesla 3, el vehículo más popular de la marca del visionario Elon Musk —que ha lanzado el mercado del vehículo eléctrico y autónomo a un nivel creíble— se ha implantado en el brazo la llave electrónica de su coche. Más allá de lo útil o peligroso que pueda ser un implante metálico en el cuerpo —esperamos el efecto rechazo de los metales implantados—, no debería ser ninguna novedad.

Suecia es el país de los implantes electrónicos en el cuerpo. No es algo mainstream, no es como el fútbol, pero sí extendido: unas 4.000 personas de allí llevan implantes subdérmicos para pagar o acceder a servicios públicos. En todo el mundo son unos 10.000, así que la afirmación no es casual. Yo mismo conozco gente de allí que luce orgullosamente su implante en la mano. No piensan en el control externo, en el Gran Hermano. Piensan en lo cómodo que es no tener que sacarse los guantes para buscar una tarjeta o el DNI en la cartera, que justo ese día te has dejado en casa. Vivir bajo cero les hace más prácticos: han aceptado ser cíborgs por elección.

El propio vocablo cíborg evoca la conquista del espacio: se acuñó en 1960 para referirse a un ser humano mejorado mediante tecnología que así podría sobrevivir en entornos extraterrestres. Hoy en día la Cyborg Foundation, fundada por los primeros autodenominados cíborgs como Neil Harbisson —el hombre que siente colores mediante un sensor instalado en su cráneo— para defender los derechos de los ciborgs, es más un movimiento cultural de vanguardia que un verdadero estímulo para que la sociedad actual se aproveche de las ventajas de la tecnología y la fusione con su cuerpo.

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Pero lo cierto es que el mundo está lleno de cíborgs. Es más, con el paso de los años, todos vamos a convertirnos en uno: seres humanos mejorados mediante implantes tecnológicos, que vendrán a corregir nuestros problemas de salud. Disponemos desde hace años de marcapasos que devuelven a su ritmo al corazón loco al estilo Iron Man, implantes cocleares que mediante microelectrónica devuelven el sentido del oído al estimular el nervio auditivo, lentes intraoculares que nos devuelven la visión y se colocan tras la extracción quirúrgica de las cataratas -formadas por la opacificación del cristalino y su rigidez debidas a la edad y la radiación solar-, o las mismas prótesis de traumatología, que nos convierten, cambiando hueso y cartílago desgastado por metal y plástico, en una especie de abuelo o abuela de Lobezno: podemos sentarnos, andar e incluso algunos pueden volver al deporte de élite gracias a sus prótesis.

Pero también existen los desfibriladores implantables, que desde dentro del cuerpo detectan anomalías y resetean el corazón, o los neuroestimuladores electrónicos, que conectados al cerebro corrigen el párkinson. Está por venir la nueva generación de ojos biónicos, que ya se pueden ver en España, y las prótesis confeccionadas con impresoras 3D para amputados, que reducen el coste y aumentan el rendimiento. Porque el reto es aumentar el rendimiento, el tener verdaderos implantes que nos lleven a otro nivel como especia humana. Por este hecho se llegó a prohibir competir en atletismo con prótesis especialmente diseñadas, como es el caso del más famoso atleta minusválido de todos los tiempos. Empiezan a llegar los cíborgs aumentados.

Con la llegada del 5G al mundo, seguramente vamos a más y mejor uso de la tecnología para aplicar sensores a los pacientes crónicos y así poder tener sus datos a distancia. Sucede con la telemetría de la Fórmula 1, algo que la escudería McLaren ha testado con 30 niños pacientes en el Birmingham Childrens’ Hospital. Es probable que un paso más allá nos lleve a tener chips físicos implantados para monitorizar o incluso resolver problemas graves de salud como el Alzheimer; existe una prótesis de memoria externa en la que ya trabaja la DARPA, que suenan un poco a los malos de Lost, pero que es una entidad dependiente del ejército americano. También existen diferentes estudios para mejorar las parálisis en seres humanos, cuyo futuro ideal se ha apuntado en ciertas películas distópicas como Upgrade; en ella —alerta spoiler— se resuelve la tetraplejia del protagonista mediante un microestimulador implantado a nivel del sistema nervioso central que le confiere propiedades sobrehumanas.

El futuro pasa por la extensión de los cíborgs en el campo de la salud, mas allá de los debates éticos que suscite el poder disponer de herramientas que nos hagan cumplir el lema olímpico: más lejos, más alto, más fuerte. La desigualdad que puede representar su uso para ir resolviendo —y aparafraseando a Yuval Noah Harari—, la búsqueda científica de la vida eterna y feliz, y una nueva era plagada de robots. Solo que puede que esos robots felices seamos nosotros mismos…

Frederic Llordachs Marqués es cofundador y socio de Doctoralia

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