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Los secretos de los cuentistas del siglo XXI

La tecnología y las redes sociales han ejercido su influjo en nuestra forma de contar historias hasta el punto de que se multiplican las vías y formatos. Bienvenidos a un nuevo relato

Representación de El flautista de Hamelín en Covent Garden (Londres), en 1952
Representación de El flautista de Hamelín en Covent Garden (Londres), en 1952Getty Images

En cada momento, en cada lugar, nos rodean las historias. Nos llegan por muchas vías: están en las pantallas, de las más grandes a las pequeñas. Se transmiten por las ondas, de manera invisible. Se nos muestran en caracteres impresos o, en su forma primigenia, nos las cuenta otra persona. La necesidad es siempre la misma: explicar algo, real o inventado, que resulta tan fascinante para el que lo cuenta como para el que lo escucha. Así ha sido siempre y nada indica que vaya a cambiar.

Sin embargo, la forma en la que conocemos todas estas historias sí se transforma. Desde que a alguien se le ocurrió pintar una escena de caza en una cueva, cualquier nuevo medio de expresión ha sido adoptado para contar lo que se necesitase contar. El papel, la imprenta, la cámara cinematográfica… La expresión siempre ha estado ligada a la tecnología. Hasta llegar a una época, la actual, en la que los avances se multiplican. Y, con ellos, la forma de narrar.

Empiezan a florecer narrativas mucho más parciales, fragmentarias e incluso efímeras Jordi Costa

“Que nos seduzcan con historias es algo ancestral que tiene que negociar en cada época con las formas en las que se manifiesta”, explica el crítico cultural Jordi Costa, firma habitual de EL PAÍS. “Estamos en un momento de efervescencia tecnológica constante, en el que se están esbozando cosas que no sabemos si se van a convertir en el modo dominante de consumir ficciones”, añade. Solo hay que fijarse en cómo las reciben las personas de nuestro entorno: las formas clásicas, como la novela, la película o la serie de televisión, siguen ahí, pero ahora se les suman muchas otras, a menudo ligadas a un elemento generacional.

“Creo que ha entrado en crisis el discurso cerrado de la gran obra”, prosigue Costa. “Empiezan a florecer narrativas mucho más parciales, fragmentarias e incluso efímeras. Las aplicaciones que borran vídeos pasado un tiempo, por ejemplo. Estamos hablando de modos de comunicación que no están ahí para quedarse, sino para satisfacer un instante”. Un cambio de paradigma que, como tantos otros, tiene un origen claro: Internet.

En 2003, en un artículo para la revista MIT Technological Review, el académico Henry Jenkins le puso un nombre a algo que ya existía, lo que equivale a hacerlo visible. Había comenzado la época de la narrativa transmedia. “Hablamos de un fenómeno que tiene dos características: que la historia se cuenta en muchos medios y plataformas y que el público participa expandiéndola”, explica Carlos Scolari, profesor e investigador de la Universidad Pompeu Fabra. Pensemos en los superhéroes de Marvel o en la saga Harry Potter y tendremos un ejemplo claro: sus personajes saltan del cómic al cine o a la animación, mientras que sus fans los hacen suyos a través de fan fictions, historias que se basan en la narrativa original para retorcerla y estirarla. Lo que hacían décadas antes los fans de Star wars o Star trek, explica Scolari, ya era transmedia, pero la explosión tecnológica hizo que, a partir de los 90, las posibilidades floreciesen.

El principio del hilo de Twitter que Manuel Bartual (@ManuelBartual) consiguió viralizar en agosto de 2017.
El principio del hilo de Twitter que Manuel Bartual (@ManuelBartual) consiguió viralizar en agosto de 2017.

Si nos ponemos del lado del consumidor, del espectador, nuestra dieta mediática ya está fragmentada”, asegura Scolari. “Desde que nos levantamos hasta que nos vamos a dormir esa dieta está un poquito en Facebook, otro poquito en Twitter, en Netflix, en YouTube, en libro en papel, en Kindle… Antes de Internet pasábamos mucho tiempo en pocos medios, ahora pasamos poco tiempo en muchos medios”. Uno de los primeros sectores en darse cuenta de ello fue la industria del cine. “Antes era más sencillo que un producto se sostuviese económicamente pero, en el momento en el que las audiencias están atomizadas, ese modelo ya no funciona”, relata Scolari. “La única manera de hacerlo es contar estas historias en muchos medios. Muchas de esas plataformas quizás no den ganancias, pero generan una comunidad”.

Esta multiplicidad de plataformas y formatos se ha ido infiltrando hasta convertirse en algo habitual. “Hay un cambio generacional”, apunta Scolari. “Para los que crecieron con Matrix o Pokémon esto ya es algo natural. Ahora ya no hay nichos, se han perforado. Si te gusta The walking dead tienes el videojuego, la película, el cómic o el parque de atracciones”. El público ya no solo está acostumbrado a recibir una historia desde distintos frentes, sino que entiende así gran parte de las ficciones. La era de “el libro era mejor” queda ya muy atrás.

A quién seguir

  • @chraetianflores

Instagram. Creador del hit viral Velaske yo soi guapa.

  • @rocioquillahuaman

Instagram. El absurdo cotidiano en animaciones.

  • @arufeneno

Instagram. El Luis Miguel gallego del humor Koruño.

  • @CaseyNeistat

YouTube. Revolucionando el vlog.

  • @AndreiTerbea

YouTube. Historias animadas.

  • @2fotos

Facebook. Conexiones insospechadas en imágenes.

El papel del público, ese último eslabón de la cadena narrativa, es quizás el que ha experimentado un cambio más drástico gracias a la tecnología. Como explica Jordi Costa, “se ha roto la frontera entre el ciudadano espectador y el creador”. En mayor o menor medida, todos podemos ser generadores de historias. “El hecho de pensar un meme y enviarlo a tus amigos ya revela que esas fronteras se han roto”, añade. En otros casos, los narradores aprovechan los nuevos medios a su alcance para dar forma a nuevas y sorprendentes formas de contar. “Uno de los fenómenos más llamativos que he visto es cuando Manuel Bartual, hace dos veranos, se inventó una ficción en Twitter en la que se aprovechó de la inmediatez, jugando con las fronteras de realidad y ficción”, recuerda Costa. Durante unos días, su experimento eclipsó cualquier otra historia, real o ficticia, que estuviese sucediendo en nuestro país.

Twitter tiene algo que no tienen otros medios, el directo y que los lectores puedan participar Manuel Bartual

“Cuando escribí ese relato en Twitter que se volvió locamente viral pensé que era una red social que, además de para información y para opinión, también podía servir para contar historias”, recuerda su autor. Como Orson Welles en La guerra de los mundos, Bartual mantuvo en vilo a su público con una historia de dobles y misterio que introducía la ficción en nuestra cotidianeidad. “Pensé en que tenía un formato en el que había texto, foto, vídeo y algo que no tienen otros medios, el directo, el hecho de poder contar una historia tal y como se supone que está transcurriendo, y que los lectores puedan participar”.

Bartual, que este verano ha vuelto a jugar con los hilos de Twitter junto a Modesto García, comenzó en el mundo del cómic hasta que se dio cuenta de que lo que en realidad le seducía era contar historias, independientemente del formato. Después de pasar por el cortometraje y el largo, se interesó por las posibilidades de Twitter. “Da la sensación de que, si juegas bien tus cartas, las historias se vuelven más físicas”, afirma. “Los usuarios están al mismo nivel que la historia, y eso genera una cercanía, un enganche, una sensación de realidad”.

Ahora está convencido de que las formas narrativas del futuro pasarán por las posibilidades que nos ofrezcan las herramientas a nuestro alcance. “Medios como Instagram Stories están permitiendo que gente que no se hubiese planteado contar una historia lo pueda hacer, incluso de forma casi inconsciente, sin una idea narrativa clara detrás. Esto es una fuente de inspiración”, afirma. No es el único: en mayo de este año se celebró la Feria del Hilo, el primer certamen de tuiteratura, del que el propio Bartual fue jurado.

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Como Manuel Bartual, Alberto González Vázquez, más conocido como Querido Antonio, proviene de medios como el cómic o el audiovisual. Pero en su caso, su trabajo en El intermedio, programa para el que crea esos montajes de vídeo sobre actualidad política, le hizo llegar a un punto de inmediatez en sus historias. “Siempre he intentado amortizar las herramientas a mi disposición, incluso antes de que existieran las redes o Internet tal y como lo conocemos. Me parece natural aprovechar los medios a mi alcance”, cuenta. Su acercamiento a las redes se traduce en historias que traspasan el humor hasta llegar a lo subconsciente y que se adaptan, por formato y duración, al entorno de Facebook o Instagram.

Una de las conversaciones ficticias que Alberto González Vázquez cuelga en su Instagram (@queridoantonio).
Una de las conversaciones ficticias que Alberto González Vázquez cuelga en su Instagram (@queridoantonio).

“Si quiero contar algo me da igual el formato, no desprecio ninguno”, explica, incluso siendo consciente de que muchas de sus historias tengan un carácter efímero. “No sabía por dónde coger las Stories de Instagram, me molestaba que desaparecieran a las 24 horas, pero sí que tomé una decisión de adaptación al medio. Me parecía una manera de aprovecharlo”. Se refiere a conversaciones imaginarias que transcurren en esa red social, y también a otras que toman la forma de chats de Facebook Messenger. Un acercamiento a la realidad que funciona como vía de enganche con el espectador. “Esa ambigüedad es interesante”, admite. “Desde hace tiempo he trabajado con esa credulidad del espectador. Sabes que lo que te están contando es mentira, pero hay un deseo de creérselo, como cuando ves el programa de Iker Jiménez”. El propio medio, por tanto, ya es parte de la historia, le da forma en un juego de metanarrativas que abre nuevas posibilidades.

El pasado verano, las historias de Anabel Lorente (@catana3el) comenzaron a propagarse en redes sociales. Por medio de animaciones, contaba situaciones cotidianas de su vida. La primera era una conversación real con su médico, que cuestionaba sus hábitos de vida por el hecho de ser mujer y joven. A esa le siguieron otras, hasta convertirse en un pequeño fenómeno viral que visibilizaba casos de machismo constantes en la vida de muchas mujeres. “La idea surgió del aburrimiento, o de la depresión, este verano. Hice un par de dibujos, los animé con Premiere [un software de edición de vídeo] y voilá. Lo demás fue inesperado”.

Anabel Lorente crea animaciones sobre machismos de la vida cotidiana para Instagram y Twitter (@catana3el).
Anabel Lorente crea animaciones sobre machismos de la vida cotidiana para Instagram y Twitter (@catana3el).

A sus 24 años, su caso es el de alguien que ha crecido con las redes y que ha encontrado en ellas la manera más natural de compartir sus vivencias. “A los 13 años tenía un canal de YouTube con mi mejor amiga”, explica a través de un audio de WhatsApp. “Hacíamos paridas al más puro estilo cani y tenían mucho éxito en mi barrio”. Ahora compagina su trabajo como técnica de educación con unas historias que, pese a incluir un giro final imaginado, son un reflejo de la realidad.

“Cada vez hay un mayor interés por historias comunes, por personas normales como yo que, a través de las redes, podemos comunicar esas historias”, explica. En esa oferta cada vez más fragmentada propuestas como la suya ganan terreno a los medios establecidos. “Me cuesta ver un mundo en el que medios como la televisión no sean dominantes, pero con cosas como lo que me ha sucedido a mí pienso que la gente también se cansa de realities, ficción y ese tipo de entretenimiento”, prosigue Lorente. “Esto es más real, más vivo, más instantáneo. Se le está dando una nueva vuelta al relato digital, y al relato en general”.

Ninguno de los entrevistados puede anticiparse al futuro, ni afirmar con rotundidad cómo consumiremos (y crearemos) historias en una década, pero todos coinciden en que las formas de narración están cambiando. “No es una moda pasajera, se va a ir infiltrando poco a poco en más planos de lo público”, afirma Jordi Costa. Tendremos que esperar para saber si el próximo Ulises se contará en fragmentos de 280 caracteres, o si veremos el equivalente de Ciudadano Kane en microvídeos de 15 segundos, pero las historias seguirán ahí, mutando de forma con cada época.

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