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¿Abstemios, caseros y solitarios? IGen: retrato de los jóvenes criados con móvil e Instagram

La generación que una profesora de psicología bautizó como iGen bebe menos, sale menos y se comunica mejor con sus padres. También parece tener más dificultades para relacionarse. Aunque no todos piensan igual

Getty Images

Los adolescentes de hoy ya no son lo que eran. Salen menos, se emborrachan poco y no se sienten tan obligados como sus predecesores a pasar por el rito iniciático de las drogas. Los hijos perfectos para cualquier padre de no ser por un pequeño detalle: los adolescentes de hoy dicen tener más dificultades para hacer amigos.

Según la profesora estadounidense de psicología Jean Twenge, el principal sospechoso de tanto cambio es el teléfono inteligente, para lo bueno y para lo malo. Autora de un libro de título interminable sobre la nueva camada (iGen: Why Today's Super-Connected Kids Are Growing Up Less Rebellious, More Tolerant, Less Happy, and Completely Unprepared for Adulthood), Twenge detectó que el punto de inflexión en la forma de comportarse de los jóvenes se dio a partir de 2012, el mismo año en que el porcentaje de estadounidenses con teléfono inteligente sobrepasaba el 50%.

Bautizados por Twenge como la iGen (Generación i), los jóvenes nacidos a partir de 1995 tienen en común haber crecido con teléfono inteligente y cuenta de Instagram. En su retrato robot, Twenge dibuja al adolescente moderno como alguien que se siente más cómodo mandando mensajes y comentando fotos desde su habitación que en una fiesta, lo que explicaría la caída en los hábitos nocturnos, alcohólicos y narcóticos.

Los jóvenes nacidos a partir de 1995 tienen en común haber crecido con teléfono inteligente y cuenta de Instagram.

Es cierto que, en lo que va de siglo, la Organización Mundial de la Salud ha registrado descensos en el consumo adolescente de alcohol y drogas dentro de todos los países desarrollados. Los datos para España son contundentes: el porcentaje de jóvenes que tomaba alcohol todas las semanas pasó de 15,9% en 2002 a 6,5% en 2014. En el mismo período, el grupo de los adolescentes españoles que dicen haber fumado cannabis alguna vez y el de los que llegan muy tarde a casa (después de las dos) también se redujo en más de diez puntos porcentuales.

La cara B de tanta calma, dice Twenge, es la creciente dificultad para hacer amigos de los jóvenes, menos habituados que sus antecesores al encuentro cara a cara de toda la vida. Según el informe PISA, entre 2003 y 2015 todos los países de la OCDE salvo Corea del Sur registraron caídas en el porcentaje de adolescentes que dice hacer amigos con facilidad en la secundaria.

Baloncesto y saxofón

Julio (nombre ficticio) cumple este mes 16 años en la isla de Tenerife y está de acuerdo en que ahora los jóvenes se comunican más. Además de cursar cuarto de la ESO, juega en un equipo de baloncesto y toca el saxofón. Entre semana sólo coge el móvil cuando terminó de estudiar y por las noches lo deja en el salón. Aunque no sea su caso, dice que a los adolescentes de hoy les resulta más fácil hacer amigos que antes. ¿A ti te cuesta?, preguntó RETINA. "Un poco más, pero lo que yo hago es buscar a la gente que se parece a mí. Si vas por ese camino, no te cuesta".

Pero Twenge va un paso más allá y vincula el abuso del móvil con el aumento en la tasa de suicidios de adolescentes registrado en EE UU entre 2007 y 2015. De acuerdo con los datos del Departamento de Salud estadounidense, la tasa se multiplicó por dos, en el caso de las chicas; y por 1,3, en el de los chicos. No es sólo la falta de práctica social, dice Twenge, sino el exceso de oportunidades para sentirse excluido. "Tal vez los adolescentes de hoy vayan a menos fiestas y pasen menos tiempo juntos, pero cuando sí se reunen, documentan sin parar sus encuentros en Snapchat, Instagram, o Facebook. Todo el que no fue invitado lo tiene muy presente", escribió en un artículo de la revista The Atlantic titulado ¿Han destruido una generación los teléfonos inteligentes?

 Con un título tan provocador, Twenge suscitó tantas críticas como adhesiones. Entre las primeras, una de las mejor documentadas fue la de Andrew Przybylski, investigador y psicólogo experimental del Oxford Internet Institute, en la Universidad de Oxford. Przybylski considera que Twenge está confundiendo la correlación de dos variables (que el aumento en los suicidios coincida en el tiempo con la proliferación de los teléfonos inteligentes) con una relación de causa y efecto. También, que sus datos procedan de encuestas generales encargadas por agencias oficiales y no de una rigurosa investigación científica ex profeso.

"Usando Big Data es muy fácil encontrar una historia que se acerque a lo que sea que quieres contar: en los datos hay millones de otras posibilidades que puedes ignorar si lo que quieres es escribir un libro", explicó Przybylski a Retina durante una entrevista por Skype.

Según Przybylski, que sí hizo un estudio científico con su propia recogida de datos durante un experimento en el Reino Unido, el uso del móvil puede tener un efecto positivo por la sensación de estar conectado. También detectó dónde comienza el abuso: los posibles beneficios se empiezan a diluir cuando el uso sobrepasa de los 117 minutos por día de semana, en el caso de la interacción normal con el móvil; para los juegos y los vídeos los límites que encontraron fueron de 110 y 221 minutos respectivamente. “No significa que estén peor que los que nunca usan el móvil, sino que el efecto positivo empieza a disminuir cuando se abusa”, explicó.

Causa inversa

De 17 años, las gemelas tinerfeñas Patricia y Sara (nombres ficticios) contaron un caso que sugiere una relación de causa y efecto entre el móvil y la soledad, pero de sentido inverso. "Hay una chica del colegio que no tiene muchas amigas... antes sí tenía pero no sé por qué dejó de estar con ellas y ahora está siempre con el teléfono móvil", dice Patricia. "Pero no es culpa de las demás, porque ellas sí que intentan que esté bien, no sabemos qué le pasó", apunta Sara.

"Los datos de su paper [de Przybylski] sobre el Reino Unido y los datos sobre EE UU del mío muestran exactamente el mismo patrón: el menor bienestar coincide con el mayor consumo de medios digitales, y el mayor bienestar con los niveles bajos de consumo", respondió Twenge a un mail de Retina.

Twenge tiene razón pero en su respuesta falta un detalle, y es que los estudios de Przybylski no demuestran que pasar el límite de las horas recomendables provoque suicidios, como ella sugiere. El efecto negativo es mucho menor, Przybylski, "que el de dormir mal una noche o saltarse el desayuno y no se produce porque los teléfonos sean malos sino porque si estás ocho horas en el móvil estás dejando de hacer un montón de otras cosas".

No es la primera vez que aumenta la tasa de suicidios adolescentes en EE UU. Tras un máximo en 1990, registró un descenso constante hasta 2007. Aunque no ha dejado de subir desde entonces, sigue por debajo de aquel pico de 1990, cuando no había aparatos electrónicos portátiles a los que culpar.

Mads Klinkby (Flickr)

"A lo mejor por las notas, pero alguien deprimida por las redes sociales, la verdad, nunca lo he visto", contó Cristina (nombre ficticio), una adolescente de 15 años de la sierra madrileña que pasa entre cuatro y cinco horas diarias con el teléfono móvil antes de dejarlo cada noche junto a la cabecera de su cama (apagado). "En todo caso, ahora la gente que tiene problemas pide ayuda, yo creo que antes eso no se hacía y que por eso tampoco se detectaba".

¿Y por qué entonces el informe PISA detecta que a los jóvenes de 2015 les cuesta más hacer amigos que a los de 2003? Como advierte Przybylski, hay que revisar la pregunta antes de sacar conclusiones. "El porcentaje de personas que dicen hacer amigos con facilidad no mide la soledad sino la facilidad para hacer amigos, que es otra cosa. Y por otro lado, todo está basado en encuestas, así que otra posibilidad es que los jóvenes se sientan más seguros ahora para admitir que no están bien", explicó.

En esa línea apunta otro hallazgo de la Organización Mundial de la Salud, que cuando preguntó a los jóvenes de 2014 y a los de 2002 si les costaba hablar con sus padres encontró que la comunicación familiar había mejorado notablemente a lo largo de esos doce años.

Aunque ahora parezca que siempre estuvieron con nosotros, no hace ni diez años que el teléfono inteligente se hizo omnipresente y tal vez sea demasiado pronto para sacar conclusiones sobre las pequeñas pantallas. Lo que parece probable es que, cuando las haya, nos enteraremos por una de ellas.

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