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Algunas consecuencias económicas del fin de la neutralidad de la Red

La medida tomada en EE UU no solo puede acabar con el dinamismo de internet y subir sus costes de acceso, sino también erosionar nuestra privacidad

Getty Images

Uno de los grandes temas del Derecho de internet de este 2018 es, sin duda, la neutralidad de la Red. Con la batalla sobre la Net neutrality se decide si toda regulación jurídica de internet debe, en todo caso, respetar su apertura, su neutralidad, teniendo en cuenta que su apertura es uno de los principios clave de internet, en cuanto se halla en el núcleo de las razones de su éxito. Este rasgo ha permitido una innovación libre de permisos y ha dado lugar a la creación de un sinfín de aplicaciones, servicios y plataformas, desde el correo electrónico a las redes sociales.

Pero, en el fondo, tal enfrentamiento esconde un problema de precios: se trata de determinar si los operadores de telecomunicaciones y los proveedores de acceso a internet (ambos también denominados ISPs) pueden cobrar o no a los consumidores solo una vez por el acceso a internet; si favorecen o no a un proveedor o plataforma de contenidos sobre otro; o si imponen o no a estos últimos precios adicionales por enviar información a través de sus redes a los internautas finales.

El atractivo de internet, desde su nacimiento, ha sido su bajo coste de entrada y un mercado universal con nuevas oportunidades de negocio”

Además, prestigiosos autores han destacado que la propuesta de la FCC (el regulador de comunicaciones de EE UU) del pasado 14 de diciembre de 2017, titulada Restoring Internet Freedom, no citó ni una sola de las millones de observaciones en contra por parte de consumidores y diversos grupos de la sociedad civil norteamericana. Tampoco reconoció la emisión generalizada de comentarios de apoyo mediante cuentas robadas o desde direcciones IP geolocalizadas en Rusia.

Diversas voces han alertado también sobre el enorme impacto de perder la neutralidad de la Red para el mundo empresarial, cultural y político. Como primera consecuencia, aumentarán significativamente los costes de las nuevas empresas y de los emprendedores para competir con los grandes actores ya consolidados. El atractivo de internet, desde su nacimiento, ha sido su bajo coste de entrada y un mercado universal con nuevas oportunidades de negocio. Esta ventaja es precisamente lo que permitió a startups como Amazon, Apple, Facebook, Google, Netflix, Wikipedia o YouTube convertirse en proveedores de productos y servicios innovadores que han revolucionado los mercados tradicionales.

Ahora que la FCC ha autorizado a los ISPs a poder cobrar a los proveedores de contenidos y servicios tarifas adicionales por el acceso prioritario a sus abonados, la barrera de entrada en el mercado y los costes del crecimiento y expansión serán mucho más elevados, lo que creará un grave desincentivo económico para los emprendedores y las empresas de nueva creación. En esencia, consolida a los grandes actores de hoy a perpetuidad, y establece condiciones que evitarán que aparezca el próximo Amazon, Facebook, Google o Wikipedia.

Pero, como segunda consecuencia, también supondrá mayores costes para los consumidores. Con el fin de mantener sus márgenes de beneficio y pagar la nueva tarifa adicional para participar en las vías priorizadas de los ISPs, los Apple, Netflix y Amazon del mundo probablemente deberán subir sus precios actuales. Y las redes sociales como Facebook o YouTube tendrán que mostrar más anuncios, recopilar más datos de los consumidores para aumentar el valor de sus anuncios o incluso implantar servicios de pago, lo que también afectará negativamente a los consumidores.

El resultado inevitable de menos proveedores y canales de información, y mayores precios para los usuarios finales, será estrechar la esfera pública, limitando el número y variedad de voces que pueden participar en la producción, selección y distribución de contenidos como noticias, opinión y entretenimiento. Eso afectará al modelo de retribución para los contenidos generados por los propios internautas y hará que el acceso a internet o a contenidos y servicios sea mucho más caro para aquellos que viven en un estado de precariedad económica.

Habrá una carrera para construir perfiles detallados de cada ciudadano, desde comunicaciones privadas hasta registros de salud o movimientos geográficos, y vender esos datos a los oferentes más altos”

Una consecuencia adicional de la derogación de la neutralidad de la Red será la disminución de la privacidad de los cibernautas. Ya conocemos el fuerte incentivo que tienen las empresas de internet para recopilar datos íntimos sobre las vidas e identidades de los consumidores para impulsar la industria de la publicidad en línea. Esto, unido a otro reciente cambio regulatorio de la FCC que permite a los ISPs recolectar y vender tales datos, crea condiciones de mercado en las que habrá una carrera para construir perfiles detallados de cada ciudadano, desde comunicaciones privadas hasta registros de salud o movimientos geográficos, y vender esos datos a los oferentes más altos.

Asimismo, los ISPs podrán utilizar sus capacidades discriminatorias en la gestión de sus redes para acelerar o censurar los datos cifrados de los consumidores, como el tráfico de redes privadas virtuales (VPNs) y Tor, porque este tráfico en principio no proporciona información sobre el internauta. Esto, a su vez, perjudicará el derecho a la libertad, física y de expresión, de aquellos que más lo necesitan, como son los disidentes políticos y otras minorías, que dependen de la capacidad de comunicarse, organizarse y buscar información vital sin revelar sus puntos de vista políticos e identidades culturales a sus vecinos, empleadores o instituciones públicas.

Es cierto que todavía faltan estudios más prolijos y minuciosos, y que esta lista de consecuencias puede parecer grave. Pero la supresión de la neutralidad de la Red representa nada menos que la reestructuración general de la esfera pública y la infraestructura del mercado digital norteamericano, y tiene intensas consecuencias para la forma de nuestra democracia y economía, que se sentirán profundamente no sólo en los EE UU, sino también en todo el mundo hoy globalizado.

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