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BULOS
Tribuna
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Contra la desinformación, investigación

Los investigadores se están encontrando con un número creciente de trabas y ventanas opacas en las plataformas

Una persona lee en su móvil una noticia falsa, en Madrid, a 5 de noviembre de 2020.
Una persona lee en su móvil una noticia falsa, en Madrid, a 5 de noviembre de 2020.Jesús Hellín (Europa Press)
Javier Sampedro

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Entretanto, vamos a hablar de desinformación. Estamos acostumbrados a la desinformación en el contexto electoral, y también en cuestiones de salud pública, como las campañas antivacunas en la pandemia. Ahora hay que añadir las inundaciones, como hemos visto esta semana tras la tragedia de Valencia. Que si solo el pueblo salva al pueblo, que si la culpa es de Ursula von der Leyen por haber volado las presas, que España es un Estado fallido y, ya puestos a decir tonterías, que viva Franco.

La fuente de estas intoxicaciones no es ningún misterio —se llama ultraderecha en España, trumpismo en Estados Unidos—, pero el caso es que nadie sabe muy bien cómo contrarrestarlas, no hablemos ya de erradicarlas.

Sabemos, sin embargo, que si un fenómeno dañino no tiene una solución obvia, es necesario investigarlo a fondo para encontrar un antídoto. Y lo cierto es que la investigación académica sobre la desinformación ha estallado en los últimos años. Crece exponencialmente el número de papers (artículos de investigación revisados por pares) no solo de científicos de la computación, sino también de psicólogos, sociólogos, politólogos y filósofos que analizan el asunto desde una variedad de ángulos. La comunidad académica ha percibido con claridad que la desinformación es una causa importante de polarización política y que está minando la confianza de la gente en sus instituciones democráticas. El fenómeno es mundial, y muy grave.

Pero la investigación se está topando con problemas crecientes, derivados sobre todo de las trabas impuestas por los gigantes tecnológicos, que son los propietarios de las plataformas por donde circula a sus anchas el veneno antidemocrático. Una investigación periodística de Science cita el caso de Francesco Pierri, de la Universidad Politécnica de Milán, que empezó analizando las redes sociales durante la campaña para las elecciones al Parlamento Europeo de 2019.

En aquella época, Twitter facilitaba a los investigadores su tesoro de datos a través de una interfaz que podía programarse para explorar los contenidos de millones de tuits de la forma adecuada. Pierri alcanzó así la conclusión, poco sorprendente ahora, de que los propagadores de bulos y noticias falsas eran sobre todo los usuarios de extrema derecha, obsesionados principalmente por su rechazo a la inmigración.

Pero, cuando Pierri quiso repetir su investigación en las últimas elecciones europeas, a finales del año pasado, se encontró con una situación completamente distinta. A principios de 2023, poco después de que Elon Musk se hiciera con el control de Twitter, redenominándolo X, la compañía cerró la interfaz de programación para investigadores a menos que pagaran decenas de miles de dólares al mes, y limitando mucho el acceso a los datos aun cuando lo hicieran. Es la nueva actitud de Musk hacia la ciencia, la misma ciencia que le ha convertido en la mayor fortuna del mundo. Su aproximación descarada a Donald Trump es la explicación más obvia de esta paradoja.

Y otros gigantes de Silicon Valley no lo están haciendo mucho mejor. Meta, la matriz de Facebook dirigida por Mark Zuckerberg, facilitaba una herramienta, Crowdtangle, que daba a los investigadores independientes un acceso muy amplio a los datos de la red social. Zuckerberg la ha eliminado este año. Los analistas solo pueden acceder ahora a la biblioteca de Facebook, que ofrece una cantidad minúscula de datos en comparación con Crowdtangle. Y obstáculos similares han elevado sus muros en YouTube, TikTok y otras plataformas. Los magnates tecnológicos ya no quieren que los científicos fiscalicen sus algoritmos.

La ley europea de Servicios Digitales, que entró en vigor a finales de 2022, obliga a las plataformas a facilitar el acceso a sus datos para cierto tipo de proyectos de investigación, pero las tecnológicas están haciendo una lectura más bien minimalista de esos artículos legales. Para acabarlo de arreglar, la propagación de bulos circula cada vez más por aplicaciones como WhatsApp o Telegram, cuyos contenidos no son públicos en general.

La herramienta esencial de las sociedades democráticas contra la desinformación es la investigación, pero la investigación se está encontrando con un número creciente de trabas y ventanas opacas en las plataformas. Nuestros mejores cerebros van a tener que aplicarse a fondo para aplacar al nuevo Goliat de nuestro tiempo. No olvides el evento del lunes y el martes. Ojalá nos veamos por allí.

Tendencias es un nuevo proyecto de EL PAÍS, con el que el diario aspira a abrir una conversación permanente sobre los grandes retos de futuro que afronta nuestra sociedad. La iniciativa está patrocinada por Abertis, Enagás, EY, Iberdrola, Iberia, OEI, Redeia, Santander, Telefónica y el partner estratégico Oliver Wyman.

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