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Investidura Pedro Sánchez
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Apocalipsis pero ya

El optimismo sin grandes motivos de Sánchez chocaba con una profecía catastrófica de la oposición que parecía que se llevarán un chasco si no se cumple

El presidente del PP, Pablo Casado, interpela desde su escaño al candidato a la Presidencia del Gobierno, Pedro Sánchez. En vídeo, los ataques de Pablo Casado a Pedro Sánchez.
Íñigo Domínguez

El último Gobierno de coalición en España fue en 1939, el republicano de Negrín antes de la derrota, con PSOE, PCE, ERC y PNV. La tentación de subirse a la montaña rusa de la historia era demasiado grande; las emociones a la mano, demasiado fuertes; los adversarios, demasiado excitados. Ninguno se resistió, para eso somos españoles. Con la gravedad nadie se aligera, sino que carga la suerte. El mundo se iba a acabar incluso antes de terminar la investidura. En el pleno hubo más historia de la que se podía digerir, como decía Churchill de los Balcanes, porque todo el mundo iba y venía de los siglos, desde los 500 años de historia de España que nos contemplan y citó Casado, hasta la matanza de Paracuellos que mencionó Abascal. Era inevitable citar a Galdós, a los 100 años de su muerte. Había cierto ambiente de Episodios nacionales, pero un poco forzado, y repasar la historia de España siempre le vuelve a uno trágico. Hubo palabras muy gruesas y mucha mala leche.

Esta primera sesión dibujó el nuevo mosaico parlamentario. Arrimadas subía la escalera y nada, aún no podía sentarse, se equivocaba de fila: Ciudadanos ya empieza en la cuarta. Cuando salió Sánchez, todo Unidas Podemos se puso en pie a aplaudir. También cuando se fue. Paisajísticamente, por las pintas ya se mimetizan más en los escaños con los socialistas: muchas chaquetas, alguna corbata, aunque sea con la camisa por fuera.

“Buenos días, no se va a romper España”, comenzó el presidente en funciones. Parecía decir, como la canción de Serrat: "Hoy va a ser un gran día, plantéatelo así". Había que creérselo, aunque dio pocos motivos para pensarlo, tampoco dio muchas explicaciones de su pacto con ERC y contagió poco su optimismo. En la bancada del PP enseguida se activaron los diputados más vocingleros, que hacían comentarios sin levantar la cabeza del móvil, como en el salón de casa con la tele puesta. Sánchez tardó media hora en hablar de Cataluña, y parecía que en realidad era para lo que estaban todos allí, se impacientaban. Luego leyó prácticamente las 49 páginas del programa pactado con Unidas Podemos, y como ya se conocía resultó muy pesado. Aunque algunos se sorprendían con ciertas medidas y se notaba que no se lo habían leído. Sánchez hablaba de cosas como una ley de plásticos de un solo uso y medio hemiciclo se aburría, no habían ido allí para eso. Ortega Smith se largó, quizá a limar los últimos detalles de la Reconquista, y se perdió lo más progre del discurso. Un programa socialdemócrata normalito que luego fue pintado como si fuera quinquenal soviético. Hasta cuando Sánchez reivindicó la exhumación de Franco les pilló a todos distraídos con los móviles y no hubo murmullos.

Se hizo un descanso de hora y media que sirvió para hacerse una idea del variopinto Congreso que ha salido: no bastó para que a los 19 partidos presentes les diera tiempo, uno detrás de otro, a su rueda de prensa de valoración. Sonó la llamada y aún estaba hablando Joan Baldoví, de Compromís.

Al reanudarse la sesión Pablo Casado arrancó su turno desatado. Con las primeras andanadas Sánchez ya empezó a reírse, y así todo el rato. Hasta cuando le advirtió de que le podrían denunciar por prevaricación si Torra no dejaba su cargo. “Ooooh”, dijo el líder socialista, y en el subtítulo se podía leer “mira cómo tiemblo”. Sánchez y Casado son dos líderes que ya no se escuchan ni se toman en serio, un problema para el futuro. Al líder del PP solo le faltó llamarle chulo de playa. Llegó incluso a ser malhablado, cosa rara en él: “¿Cuándo se jodió el PSOE constitucionalista?” (parafraseando Conversación en La Catedral), o “¿Qué narices es eso de conflicto político?”. Sánchez cabeceaba como si Casado fuera un caso perdido mientras hablaba de los socialistas que había asesinado ETA. Pintó tal panorama que daban ganas de irse inmediatamente al aeropuerto y salir del país. Tal apocalipsis que casi parecía que se llevaría un chasco si al final no se producía. Que si luego no se rompía España sentirían una decepción, más que una alegría. Era el apocalipsis pero ya, cuestión de minutos. En una ocasión, Sánchez intercambió una mirada y una sonrisa cómplice con Rufián, como diciendo mira lo que tenemos que aguantar. El líder del PP fue implacable en repasar todas las contradicciones de Sánchez, ejercicio fatigoso que efectivamente puede llevar muchos minutos, y además es que Casado enumera muy bien. Fue una aniquilación verbal total del contrincante político, para negarle cualquier valía moral.

Ante esta tunda, Sánchez estuvo flojo, salió con el discurso escrito y cuando improvisa se desliza hacia la broma poco conseguida. En la bancada del PP ya llovían las imprecaciones y las taquígrafas casi miraban más para allá que al estrado. En los escaños azules del Gobierno, María Jesús Montero se tomó como misión responderles con caras y aspavientos. Fue un espectáculo desalentador, pensando que son dos fuerzas que impepinablemente tendrán que ponerse de acuerdo para cualquier pacto de calado. Fue un rifirrafe interminable, y esto es solo el principio. El PP no es que se haya echado al monte, es que ya está ordeñando yaks en el Himalaya. Cuando Casado terminó no dejó prácticamente nada para Vox, y esa era la idea. Pero Santiago Abascal lo intentó, con su porte y su barba de Hernán Cortés subió al palco con un libro de la conquista de México: “Quim Torra debe ser detenido” fueron sus primeras palabras. Casado había agotado todas las metáforas y adjetivos del mal con Sánchez, pero el líder de Vox hizo un esfuerzo y le llamó “villano de cómic”. Pero aun así parecía él la copia y Casado el original, de hecho, ni utilizó todo su tiempo. Ser de ultraderecha en estos tiempos se está haciendo difícil, hay mucha competencia. Abascal, con todo, abroncó incluso al diputado de Teruel Existe y le llamó “traidor a España”. Ser de Teruel y existir por fin para eso.

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Pero si Abascal pensaba que el señor de Teruel se iba a callar, estaba equivocado. Tomás Guitarte se estrenó con un discurso excelente: “Somos gente normal y de la calle, y estoy avergonzado del lenguaje que se ha usado aquí". En los nuevos suele estar la verdad del español corriente que entra en el Congreso y alucina con las inercias, el cabreo incorporado de fábrica y la falta de naturalidad que para los demás diputados son normales. Más aún cuando aseguró que le han llenado los pueblos de pintadas por su apoyo al PSOE. “Seamos capaces de dejar a un lado la preponderancia masiva de las ideologías y pongámonos a trabajar en los problemas de la gente”, rogó. Era de Teruel pero podía haber sido de cualquier provincia.

Sánchez, en todo caso, estuvo cómodo con Vox, porque por primera vez hizo algo que ya debió hacer en los debates electorales: responder con datos demoledores y hechos a sus mistificaciones. “¡Nosotros no les hemos insultado para nada, solo les hemos descrito!”, protestó Abascal. Luego añadió que el PSOE es responsable de los muertos en el Mediterráneo y de las violaciones de mujeres. Después sacó un folio y repasó acusaciones contra el PSOE desde 1910. Salió hasta el oro de Moscú.

Pablo Iglesias habló poco, elogió a Sánchez, y pareció que le defendía como a su primo en el patio del colegio, como el de Zumosol. Sacó su cara de cabreo, con los ojos muy cerrados, para sacudir a la derecha. Sánchez luego le dio otro abrazo, el buen rollo ya es casi empalagoso. Ana Oramas, de Coalición Canaria, anunció por sorpresa que votará que no, y eso que su partido dijo que se abstenía, “para no traicionar a los canarios”. Ser traidor, al contrario que ser de ultraderecha, cada vez se está volviendo más fácil. La aritmética está tan justa que a ver qué pasa en la votación del martes como alguien se ponga malo o se equivoque. Laura Borràs, de Junts per Catalunya, dijo: “Viéndoles aquí me parece que el problema de convivencia lo tienen ustedes”. Con ella Sánchez empezó el debate de fondo sobre la cuestión de Cataluña. Siguió con Gabriel Rufián, de ERC, que habló con su tranquilidad tensa, parece que en cualquier momento se va a poner a rapear. Aseguró a la oposición que el pacto con el PSOE está escrito en el folio que divulgaron y no hay más misterio. Más o menos esto: "Si no hay mesa no hay legislatura". Hizo algunos guiños. como esta frase: "España nos roba es el peor lema de la historia". Y, sobre todo: "No renuncio a Alejandro Sanz". Aún hay esperanza. Para terminar de arreglar todo, se fue gritando, entre otras cosas, "Viva Andalucía libre". En este ambiente de bronca se echó de menos a Albert Rivera, podían haberse alcanzado cotas memorables, pero Inés Arrimadas tampoco fue manca. Siguió llamando evangélicamente a la conversión de posibles socialistas arrepentidos, pero sufrió su condición de interina en el cargo y superviviente de un desastre electoral. Daba impresión cuando la aplaudían los suyos y eran cuatro gatos, diez concretamente.

En su turno, Baldoví llegó a agitar una bolsita de tila, para pedir que se calmaran los ánimos. Fue una jornada entrañable más de la política española, en una situación tan endiablada no dejaba de tener algo saludable ver volar de un lado a otro opiniones tan dispares, este es el país complejo y entretenido que tenemos. Mientras la gente estaba con las compras de los regalos, esperando a ver si por fin los Reyes les traían un Gobierno o carbón otra vez, elecciones.

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Sobre la firma

Íñigo Domínguez
Es periodista en EL PAÍS desde 2015. Antes fue corresponsal en Roma para El Correo y Vocento durante casi 15 años. Es autor de Crónicas de la Mafia; su segunda parte, Paletos Salvajes; y otros dos libros de viajes y reportajes.

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