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Familias rotas por el Estado Islámico

El reclutamiento de yihadistas en España ha dejado un rastro de dolor en sus parientes y 17 menores en riesgo en Siria

Retratos de Yolanda Martínez en casa de sus padres en el barrio madrileño de Salamanca. En vídeo, su testimonio ante las cámara de EL PAÍS.Vídeo: NATALIA SANCHA
Natalia Sancha

En pocos meses, Nabil Benazzou (Casablanca, 1972) dejó de ser un afable padre de familia para convertirse en un yihadista. Hoy cumple ocho años de condena en una cárcel española junto con otros ocho integrantes de la brigada Al Andalus. “Le captaron en la mezquita de la M30 de Madrid”, sostiene su exmujer, Raquel Alonso (Madrid, 1970). Hace cinco años que acude a terapia junto con sus dos hijos menores. Otros seis yihadistas de la célula —con pasaporte o residencia españoles— lograron escapar de la justicia al mudarse con sus mujeres e hijos a Siria, donde al menos tres han muerto en Baguz, último reducto del califato del Estado Islámico (ISIS, por sus siglas en inglés) que cayó el pasado mes de marzo.

A este oasis fronterizo con Irak han sobrevivido tres mujeres y 17 menores españoles, actualmente cautivos en insalubres campos al norte de Siria donde Turquía ha abierto un nuevo frente. A 5.000 kilómetros de distancia y en España, sus familias sufren en silencio y aguardan a que el Gobierno español se pronuncie finalmente sobre la repatriación de los menores, último eslabón en la extensa cadena de víctimas del ISIS.

Raquel Alonso conoció al que fue durante 20 años su marido un viernes noche de copas en un bar cerca de la madrileña glorieta de Bilbao. Ella tenía 25 años y trabajaba en una productora de vídeo. Él estudiaba una ingeniería técnica. Se enamoraron, se casaron y tuvieron dos hijos. “Era el amor de mi vida”, resume. Benazzou estaba muy unido a su padre y la muerte de éste en 2011 le supuso un duro golpe, por lo que Alonso no vio "nada malo en que buscara consuelo en la religión”. “Quiero rezar por su alma”, le dijo entonces él antes de pisar por primera vez una mezquita, la de la M30.

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En “apenas dos rezos” su marido intimó con un joven que vendía miel y “le estaba descubriendo muchas cosas del islam”. Era Mohamed al Amin (Tetuán, 1985), quien había sido previamente captado y radicalizado por el referente ideológico de la Brigada Al Ándalus, Lahcem Ikassrien (Marruecos, 1967). Transcurridos apenas dos meses, Benazzou empezó a distanciarse de sus amigos de infancia. Las señales se fueron encadenando hasta hacer saltar la alarma. Alonso encontró un día a su hijo, de 11 años en aquel momento, sollozando porque su padre le había obligado a visionar vídeos donde adolescentes decapitaban a reos maniatados; o en los que se veían rostros de niños mutilados por los bombardeos en Siria.

Fue en la M30 donde Benazzou conoció a sus nuevos compañeros de yihad, todos captados por Ikassrien. Entre ellos, el nacionalizado español Omar el Harchi (Marruecos) y su mujer, la española conversa Yolanda Martínez (Madrid, 1983). Ambos están actualmente en manos de las milicias kurdas en el noreste de Siria; él, en una cárcel; ella, con sus cuatro hijos, en un campo para familiares del ISIS. En Baguz murió el marroquí Mohamed el Amin, marido de la también conversa española Luna Fernández Grande (Madrid, 1989). Según un familiar de éste entrevistado en Madrid, sus cuatro mujeres —Fernández es la primera esposa—, así como nueve de sus hijos —seis de ellos españoles— salieron con vida del polvoriento oasis. En tierras sirias del califato murió también Navid Sanati (Irán, 1980), iraní nacionalizado español, que dejó una viuda —la marroquí Loubna Fares (Casablanca, Marruecos, 1979)— y tres hijos españoles menores también evacuados de Baguz.

El proceso de radicalización parece haber pasado desapercibido para algunos familiares. Durante largos meses de desempleo, El Harchi vivió en casa de sus suegros en el barrio de Salamanca de Madrid. “Yo nunca vi nada raro, era un chico normal. Veíamos el futbol juntos”, relata con los ojos acuosos Luís Martínez, padre de Yolanda. Sobre la cómoda de su salón reposa el retrato de una niña impecablemente peinada, ataviada con pendientes de perlas y gafas. Se lo tomaron a Yolanda cuando estudiaba en el colegio Virgen del Pilar de Madrid.

A los 22 años, la madrileña conoció a Al Harchi, con quien se casó tras convertirse al islam. Lo hizo en la mezquita de la M30 y cubierta con un hiyab amarillo. Pero las fotos de boda han sido desterradas a un cajón de la cómoda, debajo del televisor, para evitar recordar a diario el calvario que vive esta familia desde que su hija se fue a Siria con sus nietos. “En esta casa creemos que toda persona tiene que ser responsable por sí misma, así que nunca nos metimos en su vida”, defiende este alto directivo hoy jubilado. No obstante, en una entrevista con EL PAÍS en el norte de Siria, Yolanda defendió la lapidación de mujeres adulteras y expresó su deseo de vivir “en un Estado musulmán acorde con los preceptos del Islam”.

“Le tuvieron que comer la cabeza. Esos no son musulmanes”, sostiene entre sollozos Mahin, madre de Sanati, en el apartamento que habita en los arrabales de Madrid. El ISIS le ha destrozado la vida a esta mujer que llegó a España en 1986 huyendo de la cruenta guerra entre Irán e Irak. Divorciada a los pocos meses, quedó a cargo de tres hijos que logró sacar adelante con interminables jornadas de trabajo en un restaurante. Las fotos que guarda Mahin de aquel apuesto joven con tatuajes, fumando o bebiendo en la playa contrastan con la de un demacrado hombre de barba rala y cabello cubierto por una kufiyya. Esta es la última foto que envió Sanati vía WhastApp a su familia desde Siria, la misma que su hermano menor y su medio hermano se han tatuado en el muslo izquierdo para “no olvidarlo”. No tienen cuerpo que enterrar ni tampoco recibieron nunca una foto de su cadáver.

Todas las familias aseguran haber mantenido el contacto con el servicio secreto CNI, que siguió los pasos de los yihadistas que escaparon a Siria para sumarse primero a Al Qaeda, después al ISIS. El lustro de vida que ha durado el califato ha acabado por implosionar las familias: separaciones, intentos de suicido, alcoholismo, depresión, ataques de pánico o pastillas para dormir son algunas de las consecuencias que, en privado, admiten sufrir algunos allegados de los yihadistas en España.

El 16 de junio de 2014, a las cuatro y veinte de la mañana, las vidas de Alonso, Martínez y Cordero quedaron unidas cuando comandos de las fuerzas antiterroristas españolas, cubiertos con pasamontañas, irrumpieron en su casa con una orden de arresto por pertenencia a grupo terrorista. “No sabía si venían a matarnos o a robarnos”, prosigue Alonso en una cafetería de Madrid. Cuando vio el parche de las fuerzas antiterroristas españolas en el antebrazo de uno de los armados suspiró y se dijo a sí misma: “Ya ha terminado todo, Raquel”. No sabía que la pesadilla acababa de comenzar para ella y para los familiares de aquellos condenados en rebeldía que voluntariamente emigraron a tierras del califato.

Con El Amin y Sanati muertos en Siria y Al Harchi en prisión, sus seres queridos piden ahora que el Gobierno español repatríe a las mujeres y a los menores para ser juzgados bajo las garantías que ofrece la justicia española. Hay 17 menores españoles (entre ellos una recién nacida y cuatro huérfanos) que sobreviven en Siria en unas duras condiciones en las que ya han muerto 460 bebés en lo que va de año por desnutrición, problemas respiratorios o picaduras de víboras. Entre los campos para familias del ISIS, Al Hol es el más masificado con 80.000 personas; de las que más de la mitad son niños, en un 80% nacidos bajo el califato. Fares y Miludi siguen allí con sus hijos. Martínez y Fenández han sido trasladadas al campo de Al Roj, menos masificado y más al norte, cerca de la frontera turca.

De las españolas apresadas en Siria, Lubna Mohamed Miludi (Ceuta, 1994), con un hijo de tres años, es la única que ha sido radicalizada en las redes y la única cuyo marido fue destinado por el califato a Irak. “Mi hija se fue enamorada de un chaval francés, uno de ojos azules y de nombre Hamza que solo he visto en fotos, y que la embaucó en las redes sociales”, relata al teléfono Halil Mohamed, de 55 años, padre de la joven. Tenía 21 años cuando el 5 de noviembre de 2014 viajó a Turquía, donde se reunió con su futuro marido para cruzar a tierras del califato. Se casaron y fueron enviados a Mosul (Irak). El murió en los últimos estertores del ISIS nueve meses atrás en Siria, ella fue arrastrada con el reducto de viudas y huerfános a Baguz.

“Le comieron el coco en dos meses, no nos dio ni tiempo de darnos cuenta", prosigue con entereza Halil. "Soy su padre, pero mi hija tendrá que apechugar con lo que la justicia española decida. Solo pedimos que la juzguen aquí y cuidar de mi único nieto, al que ni conozco”, añade en conversación telefónica desde Ceuta este conductor de taxi. Transcurridos ocho meses desde que Fares, Miludi, Fernández y Martínez fueran evacuadas a los campos para familiares del ISIS, el portavoz de la fuerzas kurdo-árabes, Abdulkarim Omar, asegura a EL PAÍS que “el Gobierno español no ha entablado contacto alguno para repatriar a sus nacionales”.

La reciente ofensiva lanzada por Turquía en el norte de Siria para expulsar a las milicias kurdas que custodian los campos ha provocado una nueva partición del territorio por el que el de Al Hol quedaría bajo control de las tropas de Bachar el Asad y el Al Roj bajo las milicias islamistas locales aliadas de Ankara. En Madrid se cuestiona la repatriación de las mujeres y menores anunciada el mes pasado por el entonces ministro de Exteriores en funciones, Josep Borrell. “En Exteriores abogan por repatriarlos, pero en [el ministerio del] Interior se oponen”, resume en Madrid un alto funcionario.  “Se baraja la opción de que sean trasladadas a Irak y juzgadas allí”, añade, sin precisar qué ocurriría con los menores o el varón preso en Siria. Desde Damasco fuentes gubernamentales aseguran que los campos y prisiones hoy custodiados por kurdos quedarán bajo control del Gobierno de Bachar el Asad y los extranjeros allí cautivos serán juzgados acorde a sus leyes contra el terrorismo.

“Cuanto más tiempo pasen allí los pequeños, más tiempo estarán expuestos al extremismo de sus madres”, valora Alonso, quien hoy preside la Asociación contra el Radicalismo Extremista y Víctimas Indirectas (Acreavi). El día en que Benazzou fue encarcelado comenzaron también las amenazas y agresiones para esta madrileña. En los vis a vis que mantuvo con su exmarido en el centro  penitenciario de Navalcarnero, Raquel lamenta que ningún guardia estuviera presente para impedir que continuara radicalizando a sus hijos. Desde 2014, ha cambiado de domicilio cinco veces; y asegura que ha sido agredida por radicales en una ocasión y amenazada en muchas otras, experiencia que relata en un libro intitulado Casada con el enemigo.

Las mujeres yihadistas entrevistadas por EL PAÍS mantienen que “no han hecho nada malo”. Se limitaron a “seguir a sus maridos”, “criar a sus hijos” y “cuidar de la casa”, relataron a este diario Martínez, Fernández y Fares. Niegan que pusieran en peligro la vida de sus hijos, a los que llevaron a un país en guerra “para ser educados en la fe musulmana”. “Los adultos, mujeres y hombres, no son víctimas del radicalismo. Tomaron su propia decisión y eligieron ser verdugos. Ellas se dedican a captar a otras mujeres y a criar futuros yihadistas”, arremete Alonso.

A través de su marido, conoció a Martínez, de la que afirma: “Yolanda era un peso pesado en el grupo”. “Mi hija no ha hecho nada malo. Cuando se fue a Siria, en España no se sabía nada del ISIS o de Al Qaeda”, defiende el padre de Martínez. “Ellas no han hecho nada más que seguir a sus maridos por amor”, son las palabras que resuenan en Siria, Marruecos o Líbano entre las madres o suegras de las mujeres que viajaron al califato. Las repite en Trípoli, al norte de Líbano, Um Mohamed. Sus dos únicos hijos varones murieron en Siria a donde cruzaron en 2012 para luchar junto al ISIS y “defender a los civiles sirios injustamente bombardeados”. Hace nueve meses que esta consumida abuela pide al Gobierno libanés que repatríe a sus dos nueras y tres nietos libaneses de Al Hol. En Líbano, como en otros países árabes cuyas leyes refrendan un sistema patriarcal en el que las mujeres son legalmente tuteladas por sus maridos, hermanos o padres, las esposas retornadas de los yihadistas rara vez son juzgadas al considerar que “obedecían a sus maridos”.

Paradójicamente, en la célula yihadista española de Al Ándalus, al menos dos de los terroristas fueron radicalizados por mujeres. El ingreso de Sanati en el ISIS supone un caso excepcional puesto que, nacido musulmán chií, tuvo que hacer una conversión endógena hacia la rama suní del islam en 2005, la misma a la que dice pertenecer el ISIS, que tacha a los chiíes de herejes. Según sus hermanos y madre, la conversión y posterior radicalización de Sanati llegó de la mano de la nueva pareja de su padre. “una mujer musulmana marroquí muy conservadora”. Alonso cita un segundo caso, el del yihadista César Raúl Rodríguez, alias Omar el argentino (Argentina, 1989), que se convirtió al islam y fue radicalizo a través de su esposa Hanan Ajaoud el Kachachi. Él cumple condena en Cádiz. Ella está en libertad y a cargo de sus tres hijos.

El nuevo frente en el noreste de Siria ha provocado un deterioro de las condiciones de vida en los campos conforme las ONG extranjeras y locales reducen sus servicios y los efectivos de seguridad kurdos son enviados al frente. Las yihadistas más radicales imponen sus leyes y se agotan los recursos de las mujeres recluidas para comprar tarjetas con las que comunicarse con sus familias en el extranjero. Algo que repercute en España, donde las familias de las yihadistas españolas se dicen cada día más desesperadas e impotentes al no recibir noticias de sus hijas y temerosas de que sus nietos puedan sucumbir al primer invierno en unos campos de frágiles condiciones.

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