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La Costa del Sol sangriento

El crimen sacude Marbella. En tres meses se han cometido seis asesinatos a tiros en plena calle. Y ninguno ha sido esclarecido

Agentes de policía trasladan el cadáver del hombre asesinado el pasado martes en Cabopino (Marbella, Málaga). Crónica del último asesinato en la Costa del Sol.Foto: atlas | Vídeo: EFE | ATLAS
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Costa del Sol hit by new wave of gangland-style killings

El pasado martes, un ciudadano francés de 60 años cenaba en el restaurante Da Bruno, en Marbella, que como casi siempre estaba lleno. A la vez, dos sicarios estacionaban un Renault Megane azul alquilado en la puerta del negocio, cercano al camping de Cabopino. Esperaron con paciencia. Poco después de las ocho de la tarde, cuando el francés se dirigía a su coche, recibió seis disparos a sangre fría. “Pum, pum. Los tiros se escucharon perfectamente”, dice un trabajador de la zona. La elección del día no fue casual: el martes es la jornada de descanso del vigilante de seguridad del aparcamiento. Los autores del asesinato llevaban máscaras. Huyeron hasta la autopista AP-7. Rompieron la barrera de acceso. Más tarde prendieron fuego al vehículo en una carretera apartada y se esfumaron.

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El crimen es el último de un otoño sangriento en la Costa del Sol. Desde septiembre, seis personas han muerto a balazos en los alrededores de Marbella, cuatro de ellas en el último mes. Ninguno de los asesinatos ha sido esclarecido. Hablar del asunto es casi tabú para la policía. Apenas se hacen declaraciones públicas sobre las muertes violentas —que incluyen un cadáver con 14 balazos— salvo para decir que no tienen relación entre sí. “Son hechos inconexos”, aseguraba esta semana Enrique Lamelas, comisario de la Policía Nacional en Marbella. Es la misma línea que defendía el delegado del Gobierno en Andalucía, Lucrecio Fernández, que llamó “ajuste de cuentas” a lo sucedido en Cabopino. Uno más.

“Esto no es nuevo, ocurre desde hace años”, recuerda un agente. Sí que lo es la acumulación de víctimas en tan poco tiempo, y por tanto la sensación de impunidad, de que volverá a ocurrir. En privado, los policías cruzan los dedos. “Demasiado poco pasa para la cantidad de criminales peligrosos que hay en la Costa del Sol”, indica un inspector experimentado.

“¿Por qué, por qué?”, se preguntaba la viuda del ciudadano francés asesinado el martes. La respuesta que dan las autoridades está relacionada con la proliferación de bandas de narcotraficantes. “Cada vez son más y de nacionalidades más diversas”, dice el veterano agente. Hay más de un centenar. Toca repartir el negocio entre más, y la presión policial está poniendo contra las cuerdas a muchas bandas. Eso multiplica los vuelcos (robos de droga entre delincuentes) y la rueda del crimen gira con venganzas y ajustes de cuentas. El uso de explosivos y armas de guerra como los fusiles Kalashnikov ya no es una rareza. Tampoco las torturas ni los asesinatos en plena calle.

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La alcaldesa de Marbella, Ángeles Muñoz, abogó el jueves por “asumir” la criminalidad en la zona como “una cuestión de Estado”, y pidió refuerzos policiales.

Las organizaciones de narcotraficantes encuentran en la Costa del Sol todo lo que necesitan. Los capos se han asentado cómodamente entre el anonimato que ofrecen las urbanizaciones desperdigadas por la montaña y una ciudad donde disfrutar su fortuna. Tienen todo a mano: un país productor de hachís —Marruecos—, una zona de entrada de cocaína —la bahía de Algeciras— y otra para blanquear los beneficios —Gibraltar—. También profesionales que facilitan la infraestructura, desde peones para la descarga de fardos a guarderías para el almacenamiento o bandas especializadas en la distribución por Europa. “Actúan con una lógica empresarial”, subraya el Equipo de Delincuencia Organizada y Antidrogas de la Guardia Civil.

En la urbanización Riviera del Sol, en el límite entre Mijas y Marbella, un ramo de flores rojas y blancas languidece sujeto a una farola frente al número 5 de la calle Orfebres. Junto a la puerta de la vivienda aún hay restos de sangre del británico asesinado, también a tiros, el 22 de noviembre. Llegaba a casa en su Audi a mediodía cuando, sin tiempo para bajar del vehículo, recibió cinco disparos desde otro coche. Los residentes prefieren no hablar. “Es mejor ser discretos”, dice una mujer mientras tira la basura.

“Se matan entre ellos”

El portavoz del Ayuntamiento de Marbella, Félix Romero, subrayó hace unos días que la sensación en la localidad es de “máxima seguridad” y que el nombre de la ciudad hace que las muertes “tengan más visibilidad”. Es el discurso que reproduce la ciudadanía local. En un bar la zona de Las Chapas, la conversación gira sobre ello. “No tenemos miedo”, afirma uno de los clientes. “Siempre se matan entre ellos”, añade otro. Prefieren no dar sus nombres, pero han señalado justo el temor de muchos agentes: que la próxima vez las balas se las lleven quienes no tienen nada que ver con el narcotráfico. La última vez ocurrió en 2004, cuando un niño de siete años y un hombre de 36 fallecieron después de que dos encapuchados descerrajaran 50 tiros para matar a un rival, que escapó.

“Mira dónde hemos llegado. Ahora hay que confiar en que los sicarios sean profesionales y sepan exactamente a quién matar”, dice Bill, un británico que reside seis meses al año junto a su mujer en una caravana del camping de Cabopino. El martes no escuchó el tiroteo. Estaba, como buena parte de los campistas, participando en un concurso de preguntas y respuestas en el bar. Allí no escucharon nada. A pesar de las balas, la vida sigue en Marbella.

La planificación de un ajuste de cuentas

La mayoría de sicarios vinculados a los ajustes de cuentas en la Costa del Sol no residen en ella. Viajan allí expresamente para hacer su trabajo. Lo explicaba la Policía Nacional tras detener en septiembre a cuatro franceses por el asesinato de un ciudadano congoleño seis meses antes en Málaga: “Acuden unos días antes al territorio en el que pretenden cometer el asesinato para planificarlo de forma pormenorizada”. Cumplido su objetivo, abandonan el país, dificultando “en gran medida” la investigación. Aún hay numerosos ajustes de cuentas sin resolver, aunque los agentes sostienen que “al final, caen”.

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