Flores para la Policía Nacional en el campo de batalla
Los agentes reciben el homenaje espontáneo de los ciudadanos tras su duro enfrentamiento con los violentos
Las pelotas de goma que usa la policía vienen de fábrica en cajas de madera muy parecidas a las de los vinos buenos. El viernes por la noche se agotaron todas las existencias, así que el sábado, a eso de las cuatro de la tarde, varios agentes de los antidisturbios fueron cargando los furgones con decenas de cajas de proyectiles. Las iban sacando por una puerta lateral de la Jefatura Superior de Policía de Cataluña, situada en el número 43 de Via Laietana, al mismo tiempo que decenas de ciudadanos se iban acercando hasta las vallas que protegen el edificio para llevar regalos a los agentes.
Era una escena extraña. Una especie de contrabando de balas a cambio de flores y chocolate. Dos chicos jóvenes llegaron con margaritas blancas. Unos niños, con dos cajas de bombones. Una mujer aparcó su furgoneta en doble fila y, cubierta todavía por un delantal de trabajo, ofreció a los agentes un pequeño ramo de rosas rojas. “¿Por qué se las regala?”, le preguntó un hombre que pasaba por allí. “¿Cómo que por qué?”, respondió la mujer, “para darles las gracias”. También para eso se acercó hasta Barcelona el ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska.
La del viernes no solo fue la quinta noche de disturbios en Cataluña tras la sentencia del Supremo. También fue la más grave. Durante horas, los policías defendieron la Jefatura de Policía de un asedio constante, feroz, con lanzamientos de piedras, petardos, barricadas convertidas en piras de varios metros de altura. El ministro se acercó a Barcelona para lanzar un encendido mensaje institucional de apoyo a la Policía Nacional, los Mossos d’Esquadra y la Guardia Civil –“no importa el color de su uniforme”, dijo–, pero también para visitar en el hospital a los agentes heridos, en especial a dos cuyas lesiones revisten especial gravedad.
Uno de ellos, alcanzado por una piedra que le reventó el casco y le alcanzó de lleno en la cara, apenas pudo contener la emoción: “Lo siento, ministro, he fallado”. El político lo tranquilizó: “¿Cómo que has fallado? Mira, todos los que estamos aquí, tu mujer, tus compañeros y yo mismo, estamos orgullosos de ti. Todos sabemos que fue una noche muy dura”.
Un rato después, ante las preguntas de los periodistas, algunas de ellas muy críticas con la actuación policial, el titular del Interior insistió en dejar claro que, a pesar de situaciones tan críticas como la del viernes, en la que por momentos los policías se sintieron impotentes para dominar la situación —se acabaron los proyectiles de goma y tuvieron que recurrir al cuerpo a cuerpo—, “el Estado no se ha sentido en ningún momento desbordado”. Grande-Marlaska fue tajante al insistir en que, “en un sistema democrático, el monopolio del uso de la violencia siempre lo tiene el Estado”.
En la puerta de vía Laietana, dos policías cambian impresiones sobre los sucesos de la noche del viernes. Uno de los agentes tiene acento del sur y habla a cara descubierta. El otro es catalán y lleva un pasamontañas que solo deja ver sus ojos. “No me gusta tener que cubrirme la cara en mi propia tierra”, se lamenta, “pero lo hago por mi mujer y por mi hija. Si fuera solo por mí me daría igual, porque el riesgo va en el sueldo, pero tengo que evitar que a ellas las insulten porque yo sea mosso. La situación se ha ido enrareciendo en los últimos años y ahora ya ha saltado por los aires. Es muy duro que ni nuestro Gobierno nos apoye. ¿Dónde se ha visto que un Gobierno no apoye a su propia policía? Y menos mal que estos días ha venido la Policía Nacional a ayudarnos. Si este viernes no hubiesen estado a nuestro lado, no sé qué hubiera pasado. Tal vez algunos de nosotros no estaríamos ahora aquí”.
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