Girona, un tour por la huelga independentista
La ciudad se paraliza casi por completo para decepción de los turistas afectados por la huelga
Una lista escrita a lápiz guía a Cássio y María en su viaje por Cataluña. Son un par de folios donde él ha anotado con letra de médico todo lo que quería visitar en Figueres y Girona. Museos, iglesias, tiendas, exposiciones, heladerías... Unas hojas que este viernes se llenaban de tachones con cada puerta cerrada. El plan acabó reducido a la inmersión de un matrimonio de turistas brasileños en el corazón del independentismo. Un paseo medio fantasma en el que no encontraron la vida y la acogida que esperaban. La gente este viernes estaba a otra cosa. “Esta fue la ruta que más me costó trazar. Estoy un poco contrariado”, lamenta con amabilidad este doctor jubilado.
Ella quiso marcharse nada más salir del tren al avistar la protesta cercada por policías antidisturbios que había frente a la estación del AVE; él consiguió arrastrarla calle arriba, subir por el barrio judío y alcanzar la catedral. Vieron el templo y decenas de puertas con el cierre echado, lazos amarillos y consignas por la independencia. No saben bien qué piensan sobre el separatismo catalán —en Brasil el lazo amarillo representa la lucha contra el suicidio— pero tienden a simpatizar con esta causa.
La jornada de huelga en Girona —que, según un recorrido a primera vista, fue respaldada masivamente por sus vecinos— comenzó aún de noche. A las seis de la mañana, solo unas pocas horas después del último encontronazo entre antidisturbios y manifestantes por las calles del centro, un piquete de unos 200 jóvenes vestidos de negro emprendía su marcha. Los objetivos de sus pintadas y consignas anticapitalistas eran predecibles, aunque el conjunto del grupo, unos somnolientos y otros de empalme, no sabía muy bien adónde se dirigía: la delegación de Hacienda, La Caixa, El Corte Inglés... Se salvó, quién sabe por qué, el McDonalds. Una mujer china, con la boca abierta, los vio pasar; dos niñas recién levantadas se unieron trotando; las vecinas, aún con el pijama puesto, los grababan con los móviles desde las ventanas. Apenas los ignoró un hombre que, protegido con unos cascos antirruido, empuñaba un soplador de hojas en un parque cercano: “Yo paso de la política. Si hago huelga no llego a fin de mes”.
Un helicóptero no tardó más de un par de horas en empezar a sobrevolar la ciudad de 96.000 habitantes. A esa altura ya había 150 tractores y 60.000 personas ocupando varias calles del centro, en lo que se considera la segunda protesta más multitudinaria desde que el 21 de febrero se concentraron 70.000 manifestantes contra el inicio del juicio del procés, informa Marta Rodríguez. El aparato, que va y viene, ensordece y cabrea. “Esto es provocar”, gritan los manifestantes, aquí sí, de todas las edades. “Seguiremos aquí mientras esto continúe”, advierte Jordi, dueño de una inmobiliaria, apuntando al cielo.
La familia de este empresario, como casi todos los vecinos a los que uno se acerca, no quiere hablar con la prensa. Mucho menos con la “prensa española manipuladora”. Pero Jordi, un nombre que quizá acaba de inventarse, sí se para. Se queja de la cobertura de estos días: “Parece que en Barcelona siempre es de noche, que no ha salido el sol en cuatro días. Lo que ha pasado allí es lo que ha pasado con los taxistas y los chalecos amarillos y no se ha tratado igual”. El empresario hace huelga contra la “sentencia política” que condenó a los lideres del procés a entre nueve y 13 años de prisión, y pide “diálogo”. “La libertad de los presos es una reivindicación, pero también que haya unas urnas y que se pueda votar si se quiere la independencia o no. No acepto el miedo que tiene España a esto”, defiende. Joan, que usa un nombre ficticio y se declara no independentista, también quiere votar: “Esto no es por la independencia, es por la democracia”. Las dos amigas que lo acompañan, enfadadas, callan.
Este viernes fue un día histórico de protesta en Girona, pero también de patinetes y de alargar la sobremesa en las terrazas de los bares, los únicos establecimientos que no echaron el cierre. La noche, la quinta de protestas, aún estaba por ver.
María, la brasileña, convencida de que la jornada se va a torcer, ha convencido a su marido para correr y tomar el tren de las 18.40 y cobijarse en su hotel de Barcelona. Mientras esperan en el andén, un grupo de “españolistas” se coordina en un chat de WhatsApp para liderar su propia manifestación frente al edificio de Correos. Comparten memes, fotos en las que aparecen con la bandera de España o con los carteles que llevarán a la marcha (“Estimem Catalunya. Amamos España”, “Els teus drets son los míos”). Prometen huir del enfrentamiento, aunque se dirigen a una plaza que ya está ocupada por grupos independentistas. “Som gent pacífica…”, dice uno, “gent de pau y esas cosas”.
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