Hay Barcelona después de Barcelona
Mi ciudad ya no tiene un núcleo sino muchos, se está transformando en un ser de muchos corazones
Lo más parecido a tener mar es tener libros, y Barcelona es una ciudad a la orilla del mar e inundada de librerías. Lo que pasa es que muchas cierran, y otras tienen que irse de las calles del centro donde han estado siempre, porque los nuevos alquileres las expulsan. Pero también se abren otras librerías, y son pequeñas y bellas, y las monta gente joven que por encima de vender libros quiere ser librera. Se esmeran en tener una hermosa librería como la gente que ha sobrevivido siempre en las ciudades ha luchado por tener una hermosa lavandería. En el destierro de las librerías y de sus clases con poco dinero que ya no pueden vivir en el corazón de la ciudad, Barcelona es un animal racional a la inversa, pues es su corazón urbano quien no obedece a lo que siente el organismo. No hay problema, porque Barcelona es una criatura mutante que no se resigna, y por esta razón hoy está transformándose en un nuevo ser de muchos corazones.
Cada barrio ahora es un corazón de la ciudad. Lo habían sido siempre, pero no se dio cuenta nadie porque era tabú, no se dio cuenta ni la gente que poblaba las cuestas de Nou Barris, hechas entonces de barro, bloques y cementeras; o la que hoy sube y baja por las escaleras mecánicas, cuando funcionan, de Ciutat Meridiana; o la que habita en los cuartos de la Barceloneta playera con su chapapote de pisos turísticos; o del Casc Antic tras las piedras viejas y ahora expoliadas por los fondos buitre; o en las calles pueblerinas y populares de Gràcia y de Sants, que son la misma cara de dos monedas diferentes (dos artesanías, dos menestralías catalanas, dos formas de creer en la cultura, pero una cercada de barrios de prestigio burgués, y la otra rodeada de vías y largas calles que llevan a las afueras, a los otros municipios que multiplican Barcelona. Lo saben quienes han viajado al más allá: hay Barcelona después de Barcelona).
Una ciudad que es un papel de regalo lleno de corazones. Sístole, diástole son las contradicciones, la dialéctica a la que se enfrentan los vecinos de cada barrio en su batalla histórica por lo mejor para todos, pero cada dos por tres hay que aprender de nuevo quiénes somos todos, pues a Barcelona no para de llegar gente de mil procedencias diferentes, de lenguas que antes sólo se oían en el cine, y que construyen sus templos junto a los traspasados bares de gallegos y extremeños ahora regentados por familias chinas. Esta primavera pasó por donde vive mi madre una procesión sij precedida de sus mujeres descalzas y vestidas de colores que barrían con escobas baratas del Carrefour o del bazar oriental la calle que iba a pisar una larga comitiva sobre la que se alzaba un altar hecho de flores, tapices y sábanas. Mi madre se agarró a la barandilla negra del balcón (con todas las barandillas juntas de los bloques hicimos cuando éramos rockeros nuestra escalera hacia el cielo), se asomó para ver pasar aquella procesión y le gustó, y la gente en la acera hacía fotos con el móvil.
Y al mismo tiempo, apenas a cincuenta metros, aquella mañana de domingo el río se había llenado de familias de ciclistas con las nalgas y el lomo embuchados, que se salían del carril bici, y de ancianos que miraban taciturnos las camas de cartón de los sin techo bajo el puente, y de amigos jóvenes que paseaban calzados con bambas y a la espalda la mochilita con el agua y hablaban distraídos junto a los juncos ya altísimos, junto a las despampanantes hojas rojizas del ricino que crece salvaje, junto las higueras (tienen dueño sin saberlo) y los nogales que han brotado espontáneamente, y los conejos que saltan como duendes a orillas del Besòs, el río que cuando era marrón y babeaba espuma blanca de laboratorio se convirtió en frontera azul ("No desprecies a la culebra por no tener cuernos..."). Porque Barcelona, además de un mar, tiene dos ríos, el Besòs y el Llobregat. Uno en una zona aún pendiente de especular y el otro cerca del aeropuerto. Durante décadas fue un tópico decir que Barcelona vivía de espaldas al mar, sin embargo, aunque esto no se añadía, también había renunciado a sus dos ríos. Pero no era de su relieve (de su relevancia) de lo que había abdicado la ciudad, sólo que junto a la playa y a los ríos vivían los pobres, y Barcelona ha vivido de espaldas a sus pobres. En Barcelona, algunas librerías abren los domingos, y a veces es más fácil leer novelas que leer periódicos porque los kioscos están cerrando a mansalva. No se sostienen y no sabemos cuál será su papel. Sístole, diástole, puro corazón.
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