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La campaña asedia la playa

En el litoral de Cádiz, las familias pactan no mezclar las vacaciones con la política

Patricia Gosálvez
Una familia disfruta de las vacaciones de Semana Santa en la playa de Conil.
Una familia disfruta de las vacaciones de Semana Santa en la playa de Conil.Juan Carlos Toro

“Y cuando acabemos el castillo, lo ponemos en venta… pero sin pedir permiso al Ayuntamiento, ¿eh?”. El niño mira confundido a su abuelo Manuel, 70 años, que coloca con esmero un palito cruzando el foso. Es su forma burlona de zanjar “el tema”; en la familia Modrego, de Madrid, la política se toma con cierta distancia. “Somos un poco apolíticos, más de despotricar contra todos que de discutir entre nosotros”, cuenta Sara, de 40 años, hija y madre de los especuladores de arena. A ella le preocupa la sanidad, la educación, la economía… “Yo paso de las elecciones”, dice su padre, buena pinta, gorro de Doñana, “he votado dos veces en mi vida, las dos primeras, pero los políticos son todos iguales, así que yo ácrata, ácrata total, ¿tú has visto a alguno que cumpla lo que promete?”.

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Su desencanto se pierde en el viento embravecido de la playa de Conil (Cádiz), todavía a medio gas a principios de Semana Santa, que este año moverá 15,5 millones de desplazamientos por carretera. De Vitoria ha venido la familia Arce, tan tranquila bajo la sombrilla, con su neverita de cervezas con limón, hasta que la pregunta les fastidia el aperitivo. “¿La campaña?, mejor no saquemos el tema”, arranca Maite, 37 años, rodeada de hijos, padres y un marido gaditano (todos solicitaron el voto por correo —“un coñazo de cola de hora y media”— para irse de vacaciones con el deber cumplido). Como en tantas familias españolas la frase “mejor no hablemos de política” es a la vez desencadenante y punto final de la misma discusión de siempre.

Se empieza hablando de lo que todos están de acuerdo —el paro, el futuro de los niños, la corrupción— hasta que alguien se pica. “De robar ninguno se libra, pero lo del PP…”, dice Maite. “Bárcenas, fatal. A la cárcel y que devuelva el dinero pero yo voy a seguir votando al PP porque esos están ya gordos, y a los que vienen hay que engordarlos, mira sino el coletas que no se iba a mover de Vallecas…”, suelta su madre Encarna, 70 años, incorporándose de la tumbona. “Mamá, por favor no puedes comparar lo del chalé con la corrupción del PP, ¡que nos han robado millones a todos!”.

Surgen los bandos. Luis, 75 años, se alía con su mujer: “Nosotros hemos visto de todo. Yo, hubo un tiempo que voté a Felipe González, porque lo que importa son las personas, y es verdad que Franco hizo mucho daño, pero también cosas buenas, como los pantanos”. “¡Ya estamos con los pantanos!”, se une el yerno Rafa, votante de Izquierda Unida al que no convence la confluencia con Podemos. El fuego cruzado es a la vez amigo (se nota el cariño): que si esto pasa porque solo veis Intereconomía y Antena 3, que si anda que vosotros todo el día con La Sexta, que si como puedes decir que Vox no es fascista, que si los extremos se tocan… Es una rutina ensayada. A Encarna y Luis les han salido cuatro hijos de izquierdas, “y un yerno independentista vasco, aunque es muy buena persona”, dice ella. “Cuando vivían en casa estaban más tranquilos, pero luego…”, apunta él. “¡Pero que cuando vivíamos en casa erais socialistas!”, dice Maite. Y a modo de explicación: “Una cosa es la ideología de tus padres y otra lo que ves en casa, y la mía era una familia trabajadora, con sus problemas y sus sacrificios, pues claro que salimos de izquierdas”. Mientras, su padre y su marido a vueltas con el Falcon: “Mira que gastarse dinero público para ir a un bautizo…”, el suegro. “¿Eso lo has sacado del BOE o de Onda Cero?”, el yerno. “Ves, por esto no hay que sacar el tema…”, zanja Maite, igualito que empezó.

“Es mucho más raro que a una familia de izquierdas les salgan hijos de derechas que al revés”, coinciden Inés (60 años), y su yerno Francisco (38 años). Los Márquez no se enzarzan porque son todos “del mismo palo”. “A una familia de clase obrera, con sus calamidades, cómo le va a salir un hijo que defienda el privilegio”, dice Inés, “en Sevilla igual te sale capillita, pero del PP no creo”. También de Sevilla son los Caballero-Gálvez —David y Laura y Sonia y Vero, ellas 39 años, él 40 años, cuatro hijos en total— que en realidad son dos parejas sin parentesco, pero “tan amigos” como si lo tuvieran. Discrepan en que ellas votarán izquierda y él lo hará en blanco “en plan queja”.

Coinciden en lo demás: les preocupa el empleo precario, la vivienda y Vox. “Las parejas homosexuales estamos totalmente normalizadas, ¡hasta en Sevilla!”, dicen Sonia y Vero, “ya nadie te dice nada, pero claro cuando salen estos con un discurso homófobo, la gente se viene arriba y puede que demos un paso atrás”. Puede que la composición del grupo no sea la clásica, pero el atrezo es pura familia dominguera: sillas y mesas plegables, dos sombrillas, capazos de paja, una olla con ensalada de pasta y un táper con unas torrijas que ayudarán a pasar la borrasca que se acerca.

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Sobre la firma

Patricia Gosálvez
Escribe en EL PAÍS desde 2003, donde también ha ejercido como subjefa del Lab de nuevas narrativas y la sección de Sociedad. Actualmente forma parte del equipo de Fin de semana. Es máster de EL PAÍS, estudió Periodismo en la Complutense y cine en la universidad de Glasgow. Ha pasado por medios como Efe o la Cadena Ser.

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