La clase baja del narco se rebela contra los capos
El cerco policial provoca que los escalafones más bajos de los clanes de la droga de Cádiz se amotinen contra sus jefes por las deudas y la falta de alijo
En los submundos del narco ya no es necesario que sople el irritante viento de levante para soliviantar a sus integrantes. Su inquietud tiene otro origen: el refuerzo policial que ha estrangulado los pingües traslados de hachís desde Marruecos. De la decena de narcolanchas que arribaban al Campo de Gibraltar en una semana, se ha pasado “a apenas dos alijos en febrero”, según explica un mando policial de La Línea. Sin transporte de hachís, no hacen falta ni informantes o puntos que, a pie de playa, avisen de la presencia policial; ni porteadores o conductores que trasladen la droga a buen recaudo. Y, sin trabajo, los escalafones más bajos del mundo del narcotráfico se están empezando a amotinar contra sus jefes.
“Los alijos se han reducido al mínimo por lo que se tienen que dedicar a otra cosa para poder vivir y les vienen los agobios”, asegura un comisario. El Plan Especial de Seguridad para el Campo de Gibraltar —iniciado en julio de 2018— ha provocado que los capos que encargaban estos trabajos estén ya detenidos o hayan optado por dispersar su actividad en Huelva, Málaga y Almería. La situación se convierte en insostenible si, antes de marcharse de la zona, dejan deudas de miles de euros a sus empleados.
“La gente está muy alterada. Hay a quien le deben hasta diez trabajos y dudo de que se los paguen porque esta gente tiene mucha cara”, asegura Carmen, una vecina de La Atunara. Pero los trabajadores del narco ni siquiera tienen claro a quién acudir. Si los jefes están ausentes, tampoco es fácil encontrar a sus segundos, que hasta hace poco se pavoneaban de su elevado tren de vida. “La clase media de las bandas ha desaparecido, a los lugartenientes no se les ve el pelo”, afirma un guardia civil de la zona.
A mediados de marzo, el barrio de San Bernardo, uno de los epicentros de la droga, ha visto escenas insólitas fruto de la desesperación de los acreedores del narco. Más de una veintena de informantes han protagonizado altercados y refriegas en los que han reclamado pagos al defenestrado clan de los Castañas. “Le hicieron un escrache a la suegra de Antonio Tejón —uno de los capos, hoy en prisión—. Están esperando en las casas que los Castaña usaban de guarderías. No sé qué hacen allí si aquello ya está cerrado. ¿Dónde se ha visto algo así?”, reflexiona el guardia civil.
Pese a no haber mediado denuncia alguna, la Policía Nacional sabe de los altercados: “Fueron a pedir cuentas de alijos pasados. Se encuentran viviendo de lo ahorrado y tienen que ver qué hacer”. Pese a ser los escalones más bajos de la organización, un punto o un porteador podía ganar 1.000 o 2.000 euros en un buen día de alijo. Mucho dinero, sobre todo para quienes no suelen tener un trabajo legal conocido. “Se compraban el coche, la moto, su ropita y un terrenito en suelo no urbanizable… Todo eso hay que mantenerlo y ahora no entra dinero”, añade un policía. “Hay gente que ha tenido que vender terrenos por menos dinero del que lo compraron porque le están pisando los talones. Los han dejado a medio construir”, abunda Carmen, la vecina.
Pero el pinchazo de la burbuja del narco está causando estragos en otros sectores. El guardia civil advierte de cómo la economía que movía el dinero negro del hachís también se ha ralentizado: “Se ha notado de forma drástica. Ya no hay tantos trabajos de fontanería y construcción en esas casas. Las tiendas de decoración que se dedicaban a ese público ya no dan salida a su mercancía. Las casas de compraventa de coches de alta gama tienen coches aparcados con matrículas de hace cinco meses. Eso era antes impensable”.
Con las deudas disparadas y los transportes anulados, los escalafones más bajos han comenzado a reciclarse. “Intentan volver al contrabando de tabaco, pero ya no les es tan rentable”, explica un policía. En la comisaría empiezan a temer algo peor: “Esperemos que no acabe en un aumento de la delincuencia común. Por ahora, las estadísticas no lo indican”. El guardia civil aporta un rayo de esperanza. Uno de sus vecinos que se dedicaba al turbio negocio del hachís ha vuelto a la legalidad: “Era un punto que ganó lo más grande. Ahora le he visto, por fin, con un mono de trabajo”
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