Nos roban España
¿Qué podía hacer ya el 'speaker'? Había dado vivas a la Guardia Civil, a la Policía Nacional, a la Policía Local y hubo que agarrarlo para que no siguiese con Prosegur
Frente al Museo de Cera y el Casino, dos letales descripciones para quienes osen manifestarse cerca, hay una rana de la fortuna que construyó el artista Eladio de Mora. Fue un regalo envenenado de la sala de juegos a la ciudad de Madrid por permitir que la ruleta volviese a girar en el centro; mientras en los barrios se multiplican las casas de apuestas enganchando a las familias, allí en Colón la rana da la bienvenida a extranjeros con dinero que pasan las tardes de mesa en mesa cambiando fichas. El Casino estaba cerrado este domingo a las 12 (abre todos los días a las cuatro de la tarde, por momentos la manifestación podría pasar por una enorme cola que llegaba hasta Alcalá y subía por Génova) mientras fuera se producía la tradicional apuesta que la derecha española pone en las calles cuando no gobierna; del España nos roba del independentismo al nos roban España del PP. Usan nuestros aviones, gastan nuestros recursos, dialogan con nuestros enemigos.
Y así fue como, pasadas las doce y media de la mañana, con la multitud a la expectativa sin saber qué hacer, el encargado de la megafonía en Colón se despidió: “Gracias por sentir en vuestros corazones a España”. Y en esa frase tan sencilla se resumía la categoría del envite, el primero que oficializa la unión política de la extrema derecha con la derecha española. Esa capacidad de amar a la nación por encima de otras consideraciones ideológicas hace acreedores de legitimidad a quienes la tienen, que son los convocantes, y cuanto más y mejor se sienta España en el corazón, con más fe se defenderá a la patria. Semejante dislate sigue sacando a las calles a miles de españoles con cualquier excusa, hoy Cataluña y mañana el aborto, con el objeto de patrimonializar la idea que subyace en cualquier manifestación que gire en torno a la bandera y el himno: España es lo que nosotros queremos que sea.
Como es un mensaje directo y corto, el acto se disolvió a la media hora. ¿Qué podía hacer ya el speaker? Había dado vivas a la Guardia Civil, a la Policía Nacional, a la Policía Local y hubo que agarrarlo para que no siguiese con Prosegur. Siempre se echa a faltar en esos gritos algo verdaderamente atrevido, del tipo "vivan los maestros y los médicos", "arriba la sanidad y la educación pública", pero no se suele asociar eso a la patria. Se desesperó gritando: “’¡Defender la unidad nacional no es tan complicado!”, y se conmovió al anunciar el momento “más importante” del acto: el himno nacional, cuando ya solo se echó en falta Iniesta. Y de repente, el silencio y la disolución. “¿Ya?”, se preguntó un grupo de veinteañeros, que viendo que la fiesta se acababa corrió a desplegar su pancarta y hacerse una foto: “Que el traidor a España no encuentre perdón”.
Ya habían hablado tres portavoces de la derecha, Albert Castillón, María Claver y Carlos Cuesta. Ya se había desgajado Recoletos abajo una manifestación de 40 personas, una de ellas con bandera franquista, llamando traidores del PP para abajo. Ya había dicho Albert Rivera que la concentración marcaría un antes y un después para acto seguido posar en una foto con Santiago Abascal y Javier Ortega Smith, mi primera foto ultra chispas. Ya había puesto Maroto esa cara tan suya de a ver cuánto tiempo pasa sin que me arrepienta de lo que estoy haciendo. Se pidieron elecciones, se gritó que España es una y no cincuenta, se llamó okupa a Sánchez, al que pusieron de verano. Se cantó a la patria con ese característico amor que se profesan a las cosas que se consideran de uno y de nadie más, algo consustancial a la manifestación, porque lo que está ocurriendo con Sánchez es lo que ocurrió con Zapatero: no se le reprocha cómo gobierna sino que gobierne; un pecado original, el de la usurpación, que convierte cualquier acto, hasta el más torpe, en traición a la patria. Poco debate cabe ahí, como sabe Casado, que fue el que más luz aportó en los días previos cuando desempolvó el diccionario para llamar a Sánchez muchísimas cosas; la España adjetivada, por tanto, exclusiva, algo de unos cuantos.
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