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La última palabra para Pablo Ibar

Arranca hoy el juicio que podría devolver la libertad al español Pablo Ibar después de 24 años en prisión, 16 de ellos en el corredor de la muerte

La abogada Tarlika Navarro habla con su cliente, el español Pablo Ibar, en agosto de 2016 durante una audiencia. En vídeo, el portavoz de la Asociación contra la Pena de Muerte Pablo Ibar explica las claves del nuevo proceso.Vídeo: GASTÓN DE CÁRDENAS/EFE | EUROPA PRESS

Pablo Ibar lleva media vida encerrado. No es una frase hecha. La primera mitad de su vida, hasta los 22 años, transcurrió en libertad: tomaba decisiones, viajaba, entraba, salía, cambiaba la hora de comer o una mesa de sitio. La segunda mitad, desde 1994 hasta hoy, fue distinta: Ibar lleva casi 24 años sin decidir nada. Ni lo más trivial: la hora de comer es siempre la misma, las sillas están clavadas al suelo y no se pueden mover, las puertas se abren automáticamente cuando un guardia lo dispone. Ibar lleva encerrado en prisión desde entonces y la privación de libertad va mucho más allá de unos barrotes. Tiene que ver con una realidad, una estructura mental por la cual un cerebro  asume que ya no debe ni puede tomar decisiones. Las toman por él. Siempre las mismas, siempre iguales.

“Yo no soy libre ni en mis sueños”, explica Ibar cada vez que se le pregunta por su salud mental. Cuando sueña, este pelotari frustrado nacido en la periferia de Miami siempre imagina de forma involuntaria un guardia que le devuelve a la celda. Su inconsciente también está preso. Puede que ese sea el mayor de sus dramas.

Llegados a este punto, con su vida en dos mitades bien diferenciadas —una libre, la otra, encerrado tras una condena a muerte acusado de triple asesinato— un jurado va a dictaminar qué ocurrirá con la tercera parte que le resta. Este lunes arranca un juicio en el tribunal del condado de Broward (limítrofe con Miami y parte de la enorme área metropolitana de la ciudad) que tiene forma de embudo. Después de 24 años Ibar se enfrenta a un proceso que durará entre 4 y 5 meses en el que una tormenta de pruebas, opiniones y debates irán reduciéndose hasta un solo punto: la decisión de un jurado popular. Será solo un segundo el que tarde en pronunciar la palabra el presidente del jurado: culpable o no culpable. 24 años de pelea —la mitad de la vida— reducidos a unas sílabas. Después de eso, regresar a casa e intentar vivir los años que le restan o volver al corredor de la muerte y esperar a ser ejecutado.

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“La presión es enorme. La tensión, brutal”. Lo explica Andrés Krakemberger, portavoz de la Asociación Pablo Ibar contra la Pena de Muerte, que defiende el derecho de Ibar a tener un juicio justo. “Pablo tiene una gran fuerza mental, pero está viviendo algo muy duro. Por un lado, el ansia de estar tan cerca del deseado juicio y, por otro, la presión enorme de saber que se la está jugando”.

También la familia está con los nervios despedazados. Cándido Ibar, el padre de Pablo, considera dormir algo similar a un lujo. Hace años que no logra relajarse. Cuando condenaron a su hijo a muerte, en el año 2000, arrancó un periplo en busca de ayudas y apoyos que todavía dura. “Estamos nerviosos, expectantes y también con miedo. Es una incógnita lo que puede pasar porque es un jurado el que va a decidir. Depende de ellos. Y eso hace que tengamos temor”, explica. “Pero también intentamos ser positivos, porque al menos se va a repetir el juicio por el que llevamos luchando tantos años. Al menos tenemos esa oportunidad, la oportunidad de que sea un juicio justo”.

"Te tengo"

El 14 de julio de 1994 Ibar fue detenido por una discusión entre dos grupos de jóvenes. La policía intervino para evitar que fuera a más y varios de esos jóvenes, entre los que estaba Ibar, fueron arrestados y llevados a comisaría. Sucedió aquello a pocas semanas de que Ibar debutara como pelotari profesional en Estados Unidos. Desde ese día y hasta hoy, nunca ha vuelto a experimentar lo que es la libertad. “Yo no era un ángel”, suele admitir Ibar cuando le preguntan por su juventud. Explica que frecuentaba malas compañías y que, en ocasiones, se metía en líos. “Pero lo que no soy es un asesino”.

Ibar nació en Florida hace 44 años, hijo de un pelotari vasco emigrado a Estados Unidos que era hermano del boxeador Urtain. Conoció Cándido en Dania Beach, ciudad pegada a Miami, a la que sería la madre de Ibar, una mujer cubana que falleció de cáncer en 1998. Pablo disfrutó de una infancia sin problemas ni carencias. Cuando lo detuvieron, Ibar iniciaba una relación sentimental con una joven llamada Tanya Quinones, hija de portorriqueños y vecina de Dania Beach. Tanya tenía entonces 17 años y nunca se ha separado de Pablo. En 1997 se casaron con una mampara de por medio y entre 2000 y 2016 (los años que Ibar estuvo en el corredor de la muerte) fue a visitarlo cada sábado sin fallar uno solo: conducía 4 horas de ida y 4 de vuelta en cada ocasión.

Tanya se enteraría del arresto días después, cuando ya pesaba sobre Ibar una acusación extremadamente grave. Ocurrió que, pocas horas después de su detención, el detective Paul Manzella observó con detenimiento una fotografía en blanco y negro sacada de la imagen de una precaria cámara de seguridad. El detective consideró que aquel rostro de la imagen era el de Ibar. Sin dudarlo, le acusó. “Te tengo”, cuenta Ibar que le dijo. “Yo no sabía ni a qué se refería”.

De lo que hablaba aquel detective era de un asalto a una casa ocurrido días antes, en el que dos individuos asesinaron a un hombre y dos chicas que le acompañaban. Una cámara registró el cruel ataque. En un instante del suceso, uno de los perpetradores se quita una camiseta que le cubre el rostro y se seca el sudor con ella. La cara que aparece, según aquel detective, era la de Pablo Ibar. Fue formalmente acusado de triple asesinato. Ibar siempre se ha declarado inocente.

Una novela negra

Comenzó entonces un proceso digno de una novela negra inverosímil. Identificaciones irregulares, presiones sobre los testigos y ausencia completa de evidencias físicas: ni un solo resto de ADN en el escenario del crimen tras cinco análisis en el laboratorio. “Es prácticamente imposible salir de ese escenario sin dejar un solo rastro de ADN”, explica Benjamin Waxman, el abogado de Ibar. “Solo la camiseta estaba empapada en sudor”. Tampoco las huellas, la sangre, el cabello ni las pisadas halladas en la casa corresponden con las de Ibar. Pese a ello, y con una gran presión mediática y social encima, la acusación prosperó.

En el juicio, el abogado de oficio asignado a Ibar, Kayo Morgan, padeció un episodio de conducta autodestructiva que llevó a Pablo a la indefensión. Morgan se enganchó a varios medicamentos, contrajo dos enfermedades crónicas y terminó detenido por agredir a su mujer. Ibar solicitó un cambio de abogado, pero se le denegó. Todavía hoy se pregunta por qué.

Sin defensa, la fiscalía se apoyó en la imagen del vídeo para convencer al jurado. En agosto del año 2000, con 9 votos a favor y 3 en contra, Ibar fue condenado a muerte contra todo pronóstico.

Combate por un juicio justo

Desde entonces y hasta hoy la familia ha peleado sin respiro por conseguir apoyos. El abogado de Ibar cobra 1,3 millones de dólares por la titánica empresa de sacarlo del corredor de la muerte. La familia, a través de la Asociación Pablo Ibar, arrancó una campaña de crowfunding para recaudar el dinero que todavía sigue en marcha. Les falta el 20%. “No pedimos dinero para sacar a Pablo de la cárcel porque sí. Lo pedimos para que pueda tener un juicio justo”, explica Andrés Krakemberger.

Dos veces el Tribunal de Florida le denegó a Pablo la repetición del juicio. La primera fue en 2006 y la segunda en 2012. Por fin, en el año 2016, el Tribunal Supremo de Florida admitió que Ibar fue condenado con “pruebas escasas y débiles” y que no había tenido una defensa “eficaz”. Hoy arranca ese ansiado juicio.

Desde hace dos años Pablo espera fuera del corredor, en una prisión común. “Las condiciones son aún más duras, su día a día es peor”, explica Cándido. Por ejemplo, Ibar lleva dos años incomunicado. Solo puede hablar con su mujer Tanya y con el resto de la familia a través de una videoconferencia. Su familia se sitúa frente a una pantalla en la primera planta y él en otra en la séptima del mismo edificio. Y hablan, sin tocarse, sin sentirse. “El lugar apesta, está sucio, es desagradable”, añade Cándido. La paradoja: el día a día de Ibar es más duro ahora que en el corredor de la muerte, ya que allí, donde estuvo entre 2000 y 2016, al menos podía recibir la visita de su familia cada sábado.

“Son mi motor, sin ellos no hubiera llegado hasta donde estoy”, cuenta Ibar. El apoyo que le han supuesto Tanya, Cándido y los hermanos de Pablo le ha permitido mantener la fuerza mental para seguir peleando. Algo que no todos logran en un sitio como el corredor de la muerte. “Lo más impactante en ese lugar es ver cómo algunas personas van perdiendo la cabeza. Cuando entran puedes mantener una conversación con ellas, pero al cabo de años, están idos. Locos”. Las consecuencias de vivir en una celda de dos por tres metros durante 20 años esperando, simplemente, a ser ejecutado. “A mí lo que me mantiene cuerdo es saber que mi familia está ahí y que vienen a visitarme”, explica Pablo.

Selección del jurado

Será un combate largo y tedioso. La primera fase consistirá en la selección del jurado. Cada una de las partes —defensa y fiscalía— tiene derecho a un número de descartes (algunos argumentados, otros no) hasta conformar las 12 personas que decidirán si Ibar es culpable o no culpable. Dependiendo de la decisión, se creará otro jurado para dictaminar la pena. La fiscalía solicita la ejecución.

La defensa de Ibar se apoyará en que no existen pruebas físicas que sitúen a Pablo en la escena del crimen y en los testigos que le ubican en otro sitio aquella trágica mañana. También han contratado, ahora sí, a peritos y expertos faciales para intentar demostrar, mediante métodos científicos, que el rostro que aparece en el vídeo no es el de Pablo. Esto es algo que, en su momento, el abogado de oficio Kayo Morgan no había hecho, dejando el camino despejado para la fiscalía.

A partir de ahí, la incógnita. El enigma de qué decidirá el jurado. Y, sobre todo, el miedo. Ibar y su familia viven estos días con una presión sobre sus hombros que apenas les permite moverse. No quieren caer en el optimismo, o más bien temen hacerlo. Han sufrido demasiado. Solo quieren esperar, confiar en que esta vez será un juicio justo y ver que Pablo regresa a casa. Media vida después.

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