El último caso del detective Hernández: el primer asesinato de un investigador privado en España
Luis Hernández Bustamante, de 45 años, fue torturado al norte de Madrid por sus captores antes de que muriera asfixiado tras colocarle una bolsa de plástico en la cabeza. Ocurrió el 25 de noviembre de 2006
El asesinato de Luis Hernández Bustamante, encontrado en un descampado al norte de Madrid el 26 de noviembre de 2006, se trató como la primera muerte violenta de un investigador privado en España desde que existe la profesión. La víctima, que contaba con una experiencia de 25 años en el oficio, fue torturada durante horas y golpeada fuertemente en la cabeza antes de que sus captores le asfixiaran con una bolsa de plástico. Los asesinos no fueron arrestados y tampoco se encontró en la escena del crimen ni el teléfono móvil ni la cartera de Hernández. Este reportaje, publicado en EL PAÍS el 3 de diciembre de 2006, narra la crónica del trágico suceso:
El último caso del detective privado Luis Hernández Bustamante, de 45 años, fue su propio caso: el del primer detective asesinado en España desde que existe esta profesión. Este investigador de 45 años fue hallado muerto el pasado domingo, después de varias horas de tortura, en un descampado de la avenida de Llano Castellano, a poco más de un kilómetro de la estación de Chamartín. El fallecido, semidesnudo, amordazado con cinta adhesiva y maniatado con un cable eléctrico, fue maltratado durante horas hasta morir asfixiado por una bolsa de plástico en la cabeza. ¿Pero quién lo hizo? ¿Y por qué lo hizo? ¿Pretendían arrancarle alguna información? La policía intenta averiguar qué asuntos había estado investigando Hernández para ver si alguno de ellos fue el que le costó la vida. "Huele a cosa de un grupo de corte mafioso o de narcos colombianos", opina un compañero.
Hernández no era ni Philip Marlowe ni se parecía a ninguno de los duros investigadores de las películas. De tener que parecerse a alguien quizás hubiera preferido al flemático Hércules Poirot. Desde que estudió en el colegio Mirasierra, en el madrileño barrio de Bilbao, tenía claro lo que quería ser y cómo ganarse la vida, según recuerda el policía nacional Emilio Ambite, íntimo amigo desde la infancia. Ya cuando hizo la mili en 1982 en Valencia optó por la Policía Militar y fue escolta de Rafael Allendesalazar y Urbina, capitán general de la esa región.
"Huele a cosa de un grupo mafioso o de 'narcos' colombianos", opina un compañero
Tuvo tan claro desde siempre a qué se iba a dedicar que acabó la carrera de detective con una calificación de notable y creó la agencia Herbus. Poseía la licencia profesional número 325, una de las más antiguas de Madrid. Tras 25 años de trabajo, la Asociación Profesional de Detectives de España le concedió el pasado octubre la medalla a la constancia en el congreso celebrado en Las Palmas. "Siempre estaba haciendo cursos de criminología, medicina forense, grafología, derecho... para ampliar sus conocimientos", recalca un amigo.
El viernes de la semana pasada, la noche que le iban a matar, Hernández cenó un bocadillo de calamares —"le encantaban los calamares", recuerda su amigo Ambite— en un bar de la calle de Alcalá, al lado del metro de Pueblo Nuevo. A unos pocos cientos de metros de ese local, Hernández vivía en un modesto piso de protección oficial de la calle de Fuencaliente, junto a la avenida de los Hermanos García Noblejas. Parece que nunca llegó a dormir a su casa. Lo que le pasó desde ese momento hasta que una mujer halló su cadáver cerca de las cocheras de autobuses de la EMT próximas a la colonia Virgen de Begoña es un enigma.
La alarma saltó el sábado por la mañana, cuando no se presentó a su puesto de trabajo en Feriarte, en los recintos feriales de Ifema. "Luis era un hombre muy cumplidor, muy puntual y muy responsable para sus cosas. ¿Juerguista? En absoluto. Se podía tomar un whisky o un vodka con naranja en el pub Chip o en el Gorbachov, cerca de Ciudad Lineal... Pero sólo una copa, ¿eh? Así que es lógico que nos asustásemos por su desaparición", declara el policía Ambite.
El presidente de la Asociación Profesional de Detectives Privados de España, Julio Gútiez, cree que el crimen tiene "tintes de una venganza" o de algún encargo mafioso. La Brigada Judicial de Madrid, por ahora, no tiene una hipótesis y ningún funcionario se atreve a decir si Hernández fue asesinado por algún caso que investigaba o había investigado o si lo fue por algún asunto personal.
Cuando fue encontrado en un sucio y húmedo descampado, Hernández llevaba muerto 24 horas, es decir, que había exhalado su último aliento en la mañana del sábado
Hernández era titular de la firma Alian Detectives y compartía con María de Montemayor Ruiz Soria un pequeño despacho en la calle de Alberto Alcocer. Muchos de sus encargos, obtenidos previo concurso público, consistían en dar discreta seguridad en los diferentes certámenes que se celebran en el recinto ferial Ifema (Iberjoya, Feriarte, Fitur, Simo, la Pasarela Cibeles, el Salón del Automóvil, Expofranquicia, etcétera). Nadie sabe que hubiera tenido algún problema en este trabajo, aparte de los rutinarios (controlar a algún sospechoso, identificar a algún ladrón...).
Aparte de su trabajo en Ifema, se ocupaba de lo habitual entre los detectives: rutinarios informes comerciales, infidelidades conyugales, algún caso de divorcio, seguimiento a un chico cuyos padres sospechan que anda por mal camino, encargos de algún abogado de campanillas -como recientemente había hecho para un ex magistrado de la Audiencia Nacional- y casos de bajas laborales con el pretexto de una enfermedad fingida. Uno de éstos, referente a un vecino de Toledo, era el que le tenía ocupado antes de ser asesinado.
Gracias al buen hacer de Hernández, la policía logró recuperar en Madrid hace tres o cuatro años un valioso lote de cuadros robados que una banda de delincuentes suramericanos pretendía poner a la venta, según varios compañeros. ¿Tiene su muerte algo que ver con eso?
El detective había investigado hace tres años a un grupo de empresarios inmobiliarios de Málaga. Y en su caja fuerte guardaba documentos con el rótulo Marbella. ¿Por qué tenía Hernández esos documentos depositados en su cámara acorazada? ¿Contenían algo especialmente importante para que lo tuviese ahí, en vez de entre los demás expedientes? Hernández era muy meticuloso y, si actuó así, sus razones tendría.
Cuando fue encontrado en un sucio y húmedo descampado, Hernández llevaba muerto 24 horas, es decir, que había exhalado su último aliento en la mañana del sábado. Eso supone que estuvo en manos de sus asesinos varias horas, tiempo durante el que fue golpeado en la cabeza con un objeto contundente, si bien murió asfixiado por una bolsa de plástico del hipermercado Alcampo. El método de la bolsa es ya un clásico en los interrogatorios desde que años atrás lo inventaran los policías del Royal Ulster Constabulary para arrancar información a los detenidos del IRA norirlandés.
Los asesinos mataron a su víctima en otro lugar diferente al descampado en el que arrojaron su cadáver. Posiblemente le trasladaron en su mismo coche —un Seat Toledo gris, matrícula 1205 CWS— y después huyeron llevándose consigo este vehículo, que aún no ha sido localizado. Los investigadores sospechan que los homicidas fueron entre tres o cuatro individuos, ya que Hernández era "un hombre fuerte, corpulento, de más de 100 kilos, capaz de enfrentarse y vencer sin dificultad a dos tíos".
El Grupo de Homicidios de Madrid aún no ha encontrado ni el automóvil de Hernández, ni su teléfono móvil ni su cartera. Los criminales se lo llevaron todo.
LICENCIA DE ARMAS DE TIRO DEPORTIVO
El detective asesinado era hijo de un contable que tiene otras tres hijas. Luis Hernández, soltero, colaboraba mucho con la fundación Intervida y organizaciones no gubernamentales, como lo prueba que tuviera apadrinados a dos chiquillos de Malí -un niño y una niña- y a una adolescente de Perú, cuyas fotos exhibía orgulloso en los estantes de su despacho. La mayoría de sus amigos son detectives, policías, guardias civiles y militares, que coinciden en que "Luis era un bonachón y en su vida no había nada raro".
"Era detective durante las 24 horas del día y un buen hombre, que llevó más de un caso gratis si veía que su cliente tenía pocos recursos", agrega Agustín Ruiz, secretario de la Asociación Profesional de Detectives.
Aficionado a escribir poesía, al submarinismo y a los temas esotéricos —en la mesilla de su dormitorio tenía una biblia y el libro de La sábana santa— había solicitado, el pasado septiembre, licencia de armas de tipo F (para tiro deportivo) y ya tenía previsto comprar una pistola Beretta, a la vez que tenía en trámite su inscripción en la Federación de Tiro de Guadalajara. ¿Por qué se le había despertado la afición a las armas de fuego? ¿Quizás quería hacerse con una pistola como sistema de autodefensa? ¿Se sentía amenazado?
"Hay gente que está en la cárcel por nuestras investigaciones. Nos sentimos desprotegidos. Tenemos que declarar en los juicios a cara descubierta, no tenemos licencia de armas y las matrículas de nuestros coches no son reservadas, sino que están al alcance de cualquiera. Así que es frecuente que suframos amenazas y agresiones", se queja Ruiz.
Por ejemplo, el detective Salvador Martínez Cañabate fue agredido el pasado octubre en una calle de Cartagena (Murcia). Tras estar en coma, ha perdido un ojo y tiene malherido un brazo. Fue atacado mientras hacía una investigación.
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