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Sin hogar y con 30 grados a medianoche

Las personas que viven en la calle sufren para hidratarse y resguardarse del sol durante la ola de calor

Olga Martín, de 32 años, duerme en un colchón en la Gran Vía de Madrid.
Olga Martín, de 32 años, duerme en un colchón en la Gran Vía de Madrid.Carlos Rosillo

Sentado sobre unos cartones en la Plaza Mayor de Madrid, José Gómez se queja del calor. Apura la cerveza porque se calienta con  los 30 grados que hace a medianoche. Gómez, que prefiere no dar su nombre real, vive en la calle. Cerca de él, otro hombre sin hogar se seca el sudor y con una camiseta mata las cucarachas que salen de las piedras. A las temperaturas extremas que trae la ola de calor, se les suman la dificultad para conseguir agua y resguardarse del sol, la mayor exposición a ataques y robos y los inconvenientes de salubridad que traen algunos insectos. Aunque los Ayuntamientos activan operaciones por el calor extremo, las ONG destacan que el sinhogarismo es un problema estructural y que la calle es “dura de por sí en cualquier momento del año”.

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“La gente tiene la sensación de que el calor no es un problema para las personas que viven en la calle”, apunta Ferran Busquets, director de la fundación catalana Arrels. Pero asegura que el verano es igual de duro que cualquier época del año. Busquets señala que la exposición continua al sol puede causar insolaciones, quemaduras y deshidratación a las personas que duermen a la intemperie y que “la situación higiénica es peor”. En el caso concreto de Barcelona, la masificación de turistas en verano lo hace aún más difícil, explica. 

“El calor es mortal, te asfixia”, comenta Olga Martín, de 32 años, que desde enero vive en la calle sobre la Gran Vía de Madrid. “El frío me lo he comido con patatas. Pero si tengo que elegir el frío, frío, o el verano, verano, elijo el frío”, afirma. A sus pies tiene dos bidones de agua de cinco litros cada uno y cerca de su cabeza, dos botellas. Los cubre con mantas para que no se calienten demasiado. “Fríos aguantan poco. Bebibles, un poco más. Pero a veces los tiramos porque son fuego”, cuenta. Para conseguir agua camina unos diez minutos hasta la fuente más cercana.

Abdelhadi Adaoui, un marroquí de 49 años que vive desde el 2000 en la calle, recorre casi media hora andando para ducharse en baños públicos. Prefiere hacerlo por la tarde porque durante el día camina con algunas de sus pertenencias a cuestas y suda mucho, asegura. “El verano en la calle se pasa muy mal”, opina. El cansancio se hace más difícil de soportar para una persona que pasa muchas horas caminando por la ciudad como él, asegura. Y la falta de un domicilio complica la posibilidad de encontrar sitios donde poder descansar, agrega.

Gema Castillo, portavoz de la Fundación RAIS, explica: “El calor afecta a las personas que viven en la calle del mismo modo que a cualquiera y encima tienen el agravante de no tener las soluciones a mano”. Castillo rechaza que se trate el sinhogarismo como una emergencia meteorológica. “Es una vulneración de un derecho fundamental. El principal problema es la falta de una vivienda digna, un espacio seguro”, sostiene. Para la portavoz de RAIS, el sistema de atención intenta solucionar el problema con “parches”.

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Diferentes Ayuntamientos, como el de Madrid, Barcelona o Murcia, activan en verano protocolos especiales de información y asistencia. “El calor no es un riesgo mayor siempre que la gente se hidrate, coma, se refresque”, indica María del Mar López, jefa de sección del Servicio Social de Atención Municipal a las Emergencias Sociales de Madrid. “El problema aparece cuando su estado de salud no es bueno, por ejemplo, o no aceptan salir de la calle”, aclara López. La concejala de Derechos Sociales de Murcia, Conchita Ruiz, dice que en verano se intensifican las tareas de atención e insiste en que las situaciones más graves son las de las personas con problemas de drogadicción, alcoholismo o de salud mental, porque pueden no ser conscientes de los riesgos.

En verano las personas que viven en la calle se exponen a más delitos de odio

No todos los centros de asistencia, sin embargo, se mantienen abiertos durante el verano y las personas que los usan con frecuencia lo notan. El centro Santiago Masarnau, de Madrid, es uno de los que frena su actividad en agosto por las vacaciones del personal voluntario. Puede llegar a atender a unas 200 personas, que durante ese mes son dirigidos a otras instalaciones. Un trabajador del centro señala, sin embargo, que en esta temporada algunas personas en situación de riesgo se marchan a otras ciudades en busca de trabajo o para visitar a sus familias. También las ONG reducen su actividad en agosto, cuando muchos voluntarios se van de vacaciones o vuelven a sus casas por el verano.

En el colchón que comparte con su novio, Olga Martín asegura que se ha asentado en una calle céntrica porque allí se siente más segura. Aunque le han robado y a veces la molestan personas borrachas que pasan por ahí, la presencia de la policía le da tranquilidad. “En verano las personas que viven en la calle se exponen a más delitos de odio”, asegura Carmen Tamayo, responsable en Sevilla de los programas de personas sin hogar de la ONG Solidarios para el desarrollo. “Están más expuestos porque duermen menos resguardados y además la gente sale más de fiesta. A veces intentan robarles, grabarlos con el móvil y les tiran botellas”, señala.

Según los datos del Observatorio Hatento de Delitos de Odio contra las Personas sin Hogar, las agresiones aumentan cuando comienza el buen tiempo: en los meses de primavera y verano de 2016 registró 713, frente a los 559 en otoño e invierno. Hatento señala que casi la mitad de las personas sin hogar manifiesta haber sufrido algún delito de odio.

Una decena de personas se prepara para dormir a la intemperie en la Plaza Mayor de Madrid. La temperatura alcanza los 30 grados. Cada uno se acomoda como puede. Un hombre estira las mantas que tiene sobre un cartón. Se quita la camiseta y se resigna: “Que cómo pasamos el calor? Igual que como hemos pasado el frío. Es lo que toca ahora”.

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