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La censura franquista sigue presente en los libros de Hemingway

Las traducciones al español de novelas célebres mantienen las modificaciones que impusieron en su día los censores de Franco

Algunos de las obras literarias que sufrieron la censura franquista.
Algunos de las obras literarias que sufrieron la censura franquista.
Daniel Muela

La sombra de la censura franquista es alargada. En ediciones de libros reimpresos ya incluso en democracia, llega hasta el presente. "Lo que me ha llamado siempre la atención, al revés que la mayor parte de los investigadores, es qué ocurrió con la censura en las obras literarias tras la muerte de Franco", explica por teléfono Jordi Cornellà (Girona, 1976), profesor titular de estudios hispánicos de la Universidad de Glasgow (Reino Unido). Desde hace seis años, Cornellà ha analizado algunas de las novelas que aún hoy sufren los estragos de la actividad censora del régimen tras cuatro décadas de sistema democrático; todo porque no se han corregido traducciones torticeras del pasado. "En 1978, con la aprobación de la Constitución, desapareció el aparato censor. Sin embargo, los efectos de la censura continúan vivos y presentes en la vida intelectual española", ilustra.

En la novela de Ernest Hemingway Al otro lado del río y entre los árboles (1950), los censores obligaron a traducir una referencia al dictador ("General Fat Ass Franco", apelación traducible como "General Culo Gordo Franco") por "General Asno Gordo", sin mencionar el apellido. "You poor old son of a bitch" ("pobre y viejo hijo de puta") se transformó en "pobre cosa hecha polvo". Referencias al lesbianismo y al incesto se esfumaron de las traducciones desde la primera edición en España, en 1970, y esas versiones se mantuvieron hasta una edición de Seix Barral, en 2002. En 2017 Debolsillo publicó la versión completa, pero copias de las anteriores siguen en los anaqueles y las bibliotecas.

En la novela Otro país, publicada originalmente por el escritor estadounidense James Baldwin en 1962, "pussy" (vulgarismo para decir "vulva"), se versiona incorrectamente como "gata", una acepción secundaria de la palabra inglesa. "Pussy’s just a pussy as far as I’m concerned" pasa a ser: "Y ella para mi es tan gata como las otras gatas", cuando sería más acertado traducirla por algo así como: "En lo que a mí respecta, un coño es solo un coño".

"Queer" ("marica") se convierte por arte de magia en "chiflado"

En otros fragmentos de la obra ni siquiera se usa el subterfugio de recurrir a una segunda acepción: se cambia directamente el sentido de la palabra por otro que no aparece en ninguna de sus definiciones originales. Así, "Queer" ("marica") se convierte por arte de magia en "chiflado": "Have you ever wished you were queer?" ("¿Has deseado alguna vez estar chiflado?"). "Prick" (vulgarismo para "pene"), en "zarpa": "You wouldn’t be putting that white prick in no more black pussy" ("No habrías vuelto a poner tu zarpa blanca en una gatita negra"). Y "blow job" (vulgarismo para "felación") en "she ever gave you a blow job?" ("¿te practicó alguna vez una mamada?") en: "¿No te ha engañado nunca?".

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En otros casos, perduran versiones mutiladas de los textos originales. En la edición española de La semilla del diablo, de Ira Levin, desapareció un fragmento del texto con burlas al Papa y otro en el que se glorificaba a Satán. Se ha reeditado la traducción censurada de la novela 16 veces desde el final del franquismo. En todas esas reediciones faltan los pasajes censurados.

El investigador Jordi Cornellà también ha analizado varias de la saga de James Bond del afamado Ian Fleming. Cornellà viajó a Reino Unido tiempo atrás para escribir su tesis doctoral, pero desde allí ha viajado a menudo al Archivo General de la Administración, en Alcalá de Henares, a la búsqueda de nuevas novelas expurgadas. Una búsqueda lenta: "El edificio cuenta con medio millón de registros. El problema de estos archivos es que de un mismo libro puede haber varios expedientes", matiza. 

La Transición no corrigió la censura

Cornellà cree que España arrastra la dejadez de la época de la Transición, en la que no se tomaron ningún tipo de medidas para paliar los efectos de la censura. Un influjo casi invisible que ha sabido adaptarse al paso de los años también con la llegada de las nuevas tecnologías. Así lo demuestra la publicación de libros electrónicos con textos censurados de hace cincuenta o sesenta años.

"Las bibliotecas ofrecen, sin saberlo, muchos textos cercenados [por la censura]".

Es el caso de La semilla del diablo (1972, Lumen), llevada a la gran pantalla y premiada con un Oscar, de la que se eliminaron dos pequeños fragmentos sobre moralidad. En el primero, un personaje se burla del Papa y en el segundo se glorifica a Satán. "El tema de la religión era clave para el régimen, al igual que cualquier referencia, ya fuera positiva o negativa, a la Guerra Civil", apunta Cornellà.

Mencionar el conflicto cainita que asoló España durante tres largos años no era considerado "problemático" por los censores, pero —a juicio del investigador— se erradicaban de manera sistemática para evitar "problemas mayores" y así impedir que los lectores descubrieran que la guerra "había provocado un interés internacional". En torno a la sexualidad, numerosos textos fueron mutilados por miedo, según Cornellà, a que pudiesen "ocasionar escándalo" por su "expresividad descarnada", "expresiones obscenas" o "descripciones pornográficas". Como ejemplo, la obra de James Baldwin Ve y dilo a la montaña. Editada en 1972 en España, con una nueva edición en papel a principios de siglo, ha llegado a ser considerada por la UNESCO de "interés cultural y educativo".

Por desconocimiento, dejadez, imposibilidad de acceder a las traducciones originales o mala salud económica de las editoriales han perdurado una situación que Cornellà califica de "insólita en democracia". Pese al lavado de cara de la Ley Fraga, aprobada en 1966 y en la que no se exigía presentar el texto antes de publicarse, muchos editores ejercieron la autocensura para evitar "semanas de retraso" y "grandes perjuicios económicos". "Por ejemplo, la editorial Bruguera —con un público de corte familiar—, autocensuró la obra Operación Trueno en 1974, de Ian Fleming", apostilla.

Solo los editores más jóvenes se atrevían a ir más allá, conscientes de las multas a que debían enfrentar bajo la amenaza de los informes de censores, algunos registrados hasta dos años después de aprobarse la Constitución y que, señala el investigador, incluían aún "intentos de denuncia de obras".

Para Cornellà estos hechos no difieren mucho de "la presencia de símbolos de la Falange en las calles" o "la existencia de monumentos a los caídos". Además, los derechos de autor de obras como La marca, de George Orwell, deben de haber vencido, apunta el docente, porque en la actualidad conviven tanto la versión censurada (publicada en 2016) como la traducción original, que vio la luz en 2011. "Las bibliotecas de todo el país ofrecen, sin saberlo, muchos textos cercenados". El derecho de los lectores a leer la versión completa de una obra es innegable, pero según establece el Convenio de Berna ni editores ni traductores pueden modificar las obras originales sin el consentimiento expreso del autor.

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Pese al panorama gris que todavía deja la censura franquista en la actualidad, algunas editoriales han decidido apostar por recuperar las obras completas. ECC Ediciones publicó una nueva traducción de Desde Rusia con amor, una novela del agente 007, hace dos años, y Debolsillo hizo lo mismo en 2017 con Al otro lado del río y entre los árboles. "Son avances, pero insuficientes. Ni siquiera se ha constituido un organismo central que aglutine este tipo de denuncias", lamenta el investigador.

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Sobre la firma

Daniel Muela
Es redactor de Escaparate. Está especializado en temas de tecnología y dispositivos electrónicos y ha desarrollado la mayor parte de su carrera en EL PAÍS. Antes trabajó en el gabinete de prensa de Ifema y El Mundo. Es licenciado en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid y Máster de periodismo de EL PAÍS.

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